Se
encuentran lecciones importantes y útiles en el Salmo 119 si se lee con
reverencia y meditación.
En
primer lugar, se nota cuán personal es todo el Salmo. Cuando el escritor iba
leyendo la Sagrada Palabra, era para él la voz de Dios hablándole directamente
a su alma, y por esta razón la lectura había producido en él una espiritualidad
maravillosa. ¡Ojalá que nosotros mismos pudiéramos seguir tan buen ejemplo,
leyendo y meditando con la firme convicción de que el Señor está nos habla
personalmente!
El
camino del creyente se nombra once veces, empezando con, “Los perfectos de
camino, los que andan en la ley de Jehová”. Esto significa el progreso práctico
del cristiano en las cosas de Dios. El salmista, aunque hombre muy humilde,
puede testificar sin jactancia de su devoción y amor por la Palabra de Dios. Su
espiritualidad extraordinaria se debía, sin duda, a su fervoroso amor por las
Sagradas Escrituras.
En
el versículo 9 se ve su gran interés en los jóvenes: “¿Con qué limpiará el
joven su camino?” Él contesta su propia pregunta: “Con guardar tu palabra”. Es
admirable la sencillez y la manera positiva con que él recomienda al joven
mantenerse limpio de corazón. El habrá tenido la experiencia de encontrarse
rodeado de toda forma de tentación y peligro para su alma, y habrá encontrado
en la Biblia el auxilio eficaz para vencer los apetitos carnales y las
contaminaciones del mundo.
Muchos
jóvenes que daban esperanza de ser útiles en las filas de Cristo han cedido a
las tentaciones, y se encuentran naufragados en los escollos del mundo. Han
llegado los postreros días y los tiempos peligrosos. “Huye de estas cosas”,
exhorta Pablo a Timoteo, refiriéndose a la envidia, los pleitos, las malas
sospechas y la codicia. “Huye de las pasiones juveniles”, le dice también.
¿Habrá
jóvenes que todavía no han limpiado su camino? Si un camino es sucio, el que
anda por él se ensuciará también. Por lo tanto, uno tiene que examinar bien por
donde anda, eliminando todo lo que podría contaminar sus pies. Algunos ejemplos
serían el cigarrillo, el televisor, los compañeros mundanos, las novelas, los
cocteles, la flojera acostumbrada, la cobardía, la impaciencia y la lengua
suelta.
Al
leer la Palabra de Dios con sinceridad y oración, uno descubre las cosas que
son perjudiciales a su salud espiritual, como también las que afectan el buen
testimonio. Confesándole todo al Señor, y pidiéndole gracia y fortaleza, uno
llega a ser vencedor, alcanzando a la vez el propósito por el cual el Señor le
ha salvado.
Santiago Saword
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