3.12 al 21: La expectativa de gloria
Pablo
no dejaría a los filipenses creyendo que él ya había alcanzado la perfección
espiritual. Pero este ideal estaba delante del apóstol y para este fin gastaba
toda su energía y pagaba cualquier precio.
Alcanzar
es echar mano o proseguir el propósito por el cual uno ha sido salvo, 3.12.
Como el atleta se concentra en la raya al final de la pista, no permitiendo que
nada le distraiga, así el creyente debe poner a un lado los logros del pasado o
sus méritos y proseguir intensamente a la meta.
Descendiendo,
Pablo había sido detenido. Ahora, su rumbo cambiado, asciende y ve arriba un
premio. Nada impediría que lo alcanzara, 3.13,14. “¿No sabéis que los que
corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el
premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se
abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero
nosotros, una incorruptible”, 1 Corintios 9.24,25. “El que lucha como
atleta, no es coronado si no lucha legítimamente”, 2 Timoteo 2.5.
“Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en
Jesús, el autor y consumador de la fe”, Hebreos 12.2.
La
mente de los perfectos será como la de Pablo, dejando a un lado lo del interés personal y
concentrándose en el premio. Todo el pueblo del Señor debería ocuparse de lo
mismo y así generar armonía en la asamblea, 3.15,16.
El
carácter paulino es de veras un carácter cristiano y sus deseos también. Por
esto es ejemplo para los demás, 3.17. Con otros, Pablo anhelaba el bienestar de
sus semejantes y fijaba su curso según su afecto por Cristo. Estos rasgos eran
de imitarse, a diferencia de la conducta de los meros profesantes que actuaban
sólo en función de sus propios deseos carnales. “Os ruego, hermanos, que os
fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que
vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos. Porque tales personas no
sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves
palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos”, Romanos 16.17,18.
Tal era el amor de Pablo por la asamblea que lloraba cuando reflexionaba en el
objetivo que perseguían estos impíos.
Su
corazón era el corazón de un verdadero pastor y por esto reaccionaba ante
cualquier peligro. Él no tapaba las cosas, sino advertía fielmente, corregía,
consolaba o exhortaba según la necesidad. “Nada que fuese útil he rehuido de
anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas”, Hechos 20.17 al 31. “Por
la mucha tribulación y angustia del corazón os escribí con muchas lágrimas”,
2 Corintios 2.4. “Sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas
las iglesias”, 2 Corintios 11.28.
Si
todos los creyentes estimaran su respectiva congregación de la manera en que
Pablo estimaba ésta, un resultado sería armonía perfecta y unanimidad en cuanto
a los principios.
El
hogar del creyente es el cielo; es allí donde va y es su norte. En vista de
esto debemos estar a la expectativa del regreso del Señor del cielo, quien, con
el poder que tiene para sujetar todas las cosas a sí mismo, cambiará nuestros
cuerpos para que se conformen al glorioso cuerpo suyo, 3.20,21. En ese momento
seremos como Él es, conformados totalmente a su imagen, llevando la imagen de
lo celestial, 1 Juan 3.2. “A los que antes conoció, también los predestinó
para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el
primogénito entre muchos hermanos”, Romanos 8.29. “Así como hemos traído la imagen
del terrenal, traeremos también la imagen del celestial”, 1 Corintios
15.49.
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