domingo, 29 de enero de 2023

El SEÑOR ESTUVO A MI LADO

 

La vida del apóstol Pablo está marcada por varias apariciones del Señor, lo cual nos da a entender la relación de intimidad que unía a este siervo con su Señor. También nos enseña lo que debe ser la dependencia de todo creyente comprometido en un servicio para el Señor.


El perseguidor

Como verdadero descendiente de Benjamín, “lobo arrebatador” (Génesis 49:27), Saulo de Tarso no se conmovió cuando asistió al martirio de Esteban. Al contrario, “respirando aún amenazas y muerte”, persiguió a los discípulos del Señor. De repente, cerca de Damasco, una luz deslumbrante lo rodeó y una voz venida del cielo le dijo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hechos 9:1-4).

Era, pues, la confirmación del testimonio de Esteban: Jesús estaba vivo, y además sufría con los humildes cristianos a quienes Saulo acosaba y perseguía. Esta revelación divina produjo una conversión extraordinaria y dejó una huella indeleble en la vida del que en adelante sería llamado Pablo.

La formación

Apartado durante tres años, el apóstol Pablo fue formado en la escuela de Dios (Gálatas 1:17-18), como también lo habían sido Moisés, David, Elías y muchos otros. Pronto el principio de su ministerio en Jerusalén le acarrearía la persecución.

 

De una manera sabia, los hermanos lo enviaron a Cesarea y después a Tarso, su ciudad natal (Hechos 9:30). En este texto sólo se narra el aspecto exterior de dicho acontecimiento, pero más tarde Pablo reveló el motivo que determinó su partida: “Y me aconteció, vuelto a Jerusalén, que orando en el templo me sobrevino un éxtasis. Y le vi (al Señor, el Justo) que me decía: Date prisa, y sal prontamente de Jerusalén… Ve, porque yo te enviaré lejos a los gentiles” (Hechos 22:17-21). En esta segunda aparición a Pablo, el Señor le confirmó la misión que le iba a confiar, pero antes quería instruirle en el marco de un campo misionero restringido. Respecto a esto podemos evocar las palabras del Señor Jesús al endemoniado: “Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti” (Marcos 5:19). Pablo permaneció en Tarso varios años y después se unió a la asamblea de Antioquía.

El siervo

En Hechos 18 vemos que, una vez llegado a Corinto, el apóstol Pablo anunció el Evangelio, mientras ejercía su antiguo oficio, para no ser gravoso a nadie. Desde el principio de su ministerio se enfrentó a una fuerte oposición por parte de los judíos. ¿Debía renunciar e ir a otra parte? La respuesta divina no se hizo esperar; el Señor se le apareció por tercera vez y le dijo: “No temas, sino habla, y no calles; porque yo estoy contigo” (Hechos 18:9-10). El tiempo para aprender en silencio había pasado; había llegado el momento de hablar sin temor, confiando en la promesa divina de que no sería abandonado. Su decisión de cumplir la voluntad de su Maestro, costara lo que costara, llevó a la formación de la asamblea de Corinto, y nos permite, casi veinte siglos más tarde, disfrutar aún de las enseñanzas de dos epístolas muy importantes.

El prisionero

En Hechos 23 encontramos a Pablo en Jerusalén, encerrado en la fortaleza después de dos días de dura prueba. La noche había caído y con ella había vuelto la calma. Pero muchos pensamientos se arremolinaban en la mente del apóstol. Entonces el Amigo divino se le acercó por cuarta vez: “Ten ánimo, Pablo” (v. 11). Estas mismas palabras habían tranquilizado a los discípulos en el mar agitado (Marcos 6:50). Sin embargo, el final del mensaje del Señor estaba lleno de consecuencias: “Pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma”. Para los discípulos, el viento se detuvo cuando Jesús subió a la barca; para Pablo, el “viento” no cesaría, pero Aquel que estaba a su lado nunca lo abandonaría.

El viaje de Hechos 27 era más que una travesía en un mar agitado. En medio de la tempestad, toda esperanza de salvación parecía desvanecerse. Qué gran consuelo para el apóstol cuando un ángel se le presentó y le dijo: “Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo” (v. 24). Entonces Pablo, valiéndose de las palabras de Jesús a sus discípulos, a su vez pudo consolar a los marineros: “Tened buen ánimo” (v. 25).

 

Finalmente encontramos al prisionero en Roma, desde donde escribió su última epístola a Timoteo, su hijo en la fe: “Todos me desampararon… Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas… Así fui librado de la boca del león” (2 Timoteo 4:16-17). Sí, el viento soplaba sin cesar, pero el Señor, el Amigo fiel, seguía estando a su lado, aún en los días malos. ¿Qué dijo a Pablo durante esta sexta aparición? Es un mensaje sellado, pero podemos medir su alcance mediante este clamor de triunfo de aquel que iba a morir: “Y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén” (v. 18).

Para este siervo fiel había llegado la hora de dejar esta tierra. Años atrás, cuando había sido arrebatado al tercer cielo, ya había gustado algo de la felicidad futura. Ahora, en esta etapa suprema, por la fe vislumbró la séptima aparición, la más maravillosa de todas, la venida del Señor por los suyos: “He acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (v. 7-8).

Finalmente, la recompensa suprema del siervo serán las palabras del Señor, al ponerle la corona de justicia: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25:21).

P. Jn.

Para Todos 01/2013

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