El Templo de
Salomón duró hasta que Nabucodonosor lo destruyó (2°. Crónicas 36); y Ezequiel
describe la salida de la gloria de Jehová de él, a causa de las abominaciones
de Su pueblo, antes de que fuese consumido por fuego por los Caldeos. (Véase
Ezequiel capítulos 8 al 10). Durante setenta años Jerusalén estuvo desolada
(2°. Crónicas 36:21; Daniel 9:2), y entonces, "para que se cumpliese la
palabra de Jehová por boca de Jeremías, despertó Jehová el espíritu de Ciro rey
de Persia, el cual hizo pregonar de palabra y también por escrito por todo su
reino, diciendo: Así ha dicho Ciro rey de Persia: Jehová el Dios de los cielos
me ha dado todos los reinos de la tierra, y me ha mandado que le edifique casa
en Jerusalén, que está en Judá." (Esdras 1: 1, 2, etc.). El gobierno,
debido al pecado de Judá e Israel, había sido transferido ahora a los Gentiles,
y por tanto Dios, en primera instancia, obró a través de Ciro como instrumento.
El lector encontrará todos los detalles del regreso de un remanente de las dos
tribus, Judá y Benjamín, con sacerdotes y Levitas, en respuesta a la
proclamación del rey, registrados en el libro de Esdras. No fue sino hasta el
año segundo de su regreso que ellos activaron "la obra de la casa de
Jehová." (Esdras 3:8). "Y cuando los albañiles del templo de Jehová
echaban los cimientos, pusieron a los sacerdotes vestidos de sus ropas y con
trompetas, y a los levitas hijos de Asaf con címbalos, para que alabasen a
Jehová, según la ordenanza de David rey de Israel. Y cantaban, alabando y dando
gracias a Jehová, y diciendo: Porque él es bueno, porque para siempre es su
misericordia sobre Israel. Y todo el pueblo aclamaba con gran júbilo, alabando
a Jehová porque se echaban los cimientos de la casa de Jehová. Y muchos de los
sacerdotes, de los levitas y de los jefes de casas paternas, ancianos que
habían visto la casa primera, viendo echar los cimientos de esta casa, lloraban
en alta voz, mientras muchos otros daban grandes gritos de alegría. Y no podía
distinguir el pueblo el clamor de los gritos de alegría, de la voz del lloro;
porque clamaba el pueblo con gran júbilo, y se oía el ruido hasta de
lejos." (Esdras 3: 10-13).
Cuando se echaban
los cimientos, ellos alabaron a Dios con címbalos, mientras los sacerdotes
tocaron sus trompetas, y cantaron el mismo cántico que había sido cantado en la
dedicación del Templo de Salomón. Pero muchos lloraron — los ancianos que
habían sido testigos presenciales del esplendor de la casa primera (o, el
primer templo). El contraste era realmente grande. La casa primera fue
edificada en medio de las glorias del reino, y en una época cuando ese reino
era preeminente — también una época de paz, prosperidad, y bendición, un
período que tipificaba el reino del Mesías, cuando todos los reyes se postrarán
delante de Él, y todas las naciones Le servirán (Véase Salmo 72). Esto fue
comenzado por un débil remanente en medio de las desolaciones de la otrora
ciudad gloriosa, a la que los hombres llamaban "la perfección de
hermosura", "el regocijo de toda la tierra" (Lamentaciones 2:15
- VM), estando ellos mismos sometidos a un monarca Gentil, dependiendo de él,
por la voluntad de Dios, para el permiso de edificar, y rodeados por todos
lados por adversarios. Aun así, ellos edificaron; y finalmente, después de
mucha infidelidad por parte de ellos, la casa fue terminada, y ellos
"celebraron la dedicación de esta Casa de Dios con gozo." (Esdras 6:
15-22 - VM).
Esta casa tomó el
lugar de la que Salomón había edificado. Sin embargo, hubo diferencias
importantes. No hubo nube alguna, ninguna gloria de Jehová llenó la casa, como
en el caso del tabernáculo y el primer templo; y ningún fuego descendió del
cielo para consumir sus sacrificios, como sucedió con Moisés (Levítico 9:24) y
con Salomón (2°. Crónicas 7:1). Es este hecho el que hace que el paralelismo
entre este remanente y la Iglesia sea tan interesante. Tomás creyó cuando vio;
pero el Señor anunció la bienaventuranza de los que creerían sin ver (Juan 20).
Esta fue la posición de este débil remanente, así como la de nosotros. El hecho
de que Dios aceptara sus sacrificios y morase en Su casa fue, en el caso de
ellos, un asunto enteramente de fe — fe basada en la palabra de Dios, de la
misma forma, por ejemplo, como la presencia del Señor Jesucristo en medio de
los congregados a Su nombre es comprendida sólo por medio de la fe, fe
engendrada y sustentada por Su propia palabra (Mateo 18). Pero Jehová consideró
tan completamente esta casa como Su casa, que Él incluso la identificó con
aquella que esta había sustituido. Hablando por medio de Hageo, uno de los
profetas que Él había usado para estimular al pueblo y animarlos en su obra de
edificar, Él dice, "La gloria postrera de esta casa será mayor que la
primera." (Hageo 2:9). La casa era solamente una — cualesquiera que fuesen
sus circunstancias exteriores — en el pensamiento divino, y por tanto, era la
habitación de Dios en igualdad con el templo de Salomón.
Esta casa existió hasta la época de Herodes el
Grande, el cual la reconstruyó (aunque no tenemos ningún informe de esto en las
Escrituras) en una escala de grandeza y magnificencia superiores, y fue a este
templo al cual José y María llevaron al niño Salvador cuando ellos lo
presentaron delante del Señor. Y es un hecho muy digno de mencionar que,
edificado como lo fue este templo por un rey extranjero — ya que si bien él
profesaba la fe judía él era probablemente de descendencia Idumea — el propio
Señor lo reconoció como la casa de Su Padre. Rodeado, e incluso lleno, como lo
estaba con corrupciones, aun así, Él lo reconoció (Mateo 21: 12, 13; Juan 2:
13-16, etc.); y Él no lo abandonó sino hasta que Su rechazo por parte de Su
pueblo se hubo hecho evidente. Entonces Él pronunció la sentencia, "He
aquí vuestra casa os es dejada desierta" (Mateo 23:38); e inmediatamente
Él se fue y salió del templo. En paciencia y longanimidad Dios soportó a Su
pueblo, y las corrupciones de Su casa, hasta que no hubo remedio, y entonces la
abandonó, tal como Él lo había hecho antes con el templo de Salomón. Por Su
parte había habido juicio mezclado con gracia y misericordia expresado una y
otra vez; por parte de Su pueblo había habido pecado y corrupción, que
alcanzaron su clímax en el rechazo y crucifixión de su verdaderamente
Jehová-Mesías, el cual había condescendido a través de tantos siglos a tener Su
morada en medio de ellos.
Esto concluye el período de la casa
terrenal de Dios hasta los días mileniales; pero, aun así, ello fue solamente
preparatorio para el cumplimiento de Su propósito de morar en la tierra de una
manera más excelente.
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