Noemí
“El Señor es muy misericordioso y compasivo” (Santiago
5.11)
La
historia está en el libro de Rut.
Dos mujeres desconocidas están entrando en el pueblo
de Belén de Judá, Una es israelita y la otra, una tímida moabita. ¿Cómo es
posible? ¿No es esta Noemí?, exclama la gente. Cansada y polvorienta, la mujer
mayor levanta la cabeza y responde: “Ya no me llaméis Noemí [que quiere decir
placentera], sino llamadme Mara [amargada], porque en grande amargura me ha
puesto el Todopoderoso. Yo me fui llena, pero Jehová me ha vuelto con las manos
vacías” (Rut 1:20-21). Sintiendo lástima de sí misma, Noemí echó la culpa a
Dios.
Nuestro relato aconteció cuando los
jueces gobernaban en Israel, un período marcado por corrupción y violencia. Por
eso el libro de los Jueces termina con la declaración: “Cada uno hacía lo que
bien le parecía”. Dios permitió una época de hambre como castigo para que la
nación se volviera a Él.
Por causa de la escasez de
alimentos en Belén, un padre de familia llamado Elimelec se trasladó a Moab
llevando consigo a su esposa y sus dos hijos. Tal vez la familia pensaba estar poco
tiempo en Moab - un país maldito por Dios -, pero se quedaron allí. Elimelec
murió en Moab, los dos hijos se casaron con moabitas y luego ellos también
murieron. Noemí era una viuda en duelo, sin descendencia y lejos de sus
familiares y del pueblo de Dios.
Algunos autores han escrito que
Noemí recibió el castigo de Dios porque se fue de Belén, pero tal vez fue
Elimelec quien decidió irse y ella se sometió a su decisión. Muchas mujeres
sufren a causa de las malas decisiones de sus maridos y su recurso es la
soberanía de Dios. Noemí paso diez años en Moab, un tiempo desperdiciado en que
fue desconsolada tres veces por la muerte de un ser querido. Luego se enteró de
que Dios estaba bendiciendo a su pueblo en Belén, dándoles abundancia de
alimentos. Creyó la buena noticia y decidió regresar a su tierra y a su propia
gente, el pueblo de Dios. A veces sucede que un creyente tiene que soportar
años dolorosos bajo la disciplina divina antes de hacer lo que hizo Noemí,
reconocer que Dios está actuando para bien en su vida.
Noemí y sus dos nueras empezaron a
caminar hacia la tierra de Judá. Pero cuando ella insistió en que sus nueras
regresaran a sus hogares en Moab, diciendo que no podía proveerles otros
esposos, Orfa y Rut lloraron. Tal vez Noemí pensaba que por ser ellas moabitas
no serían bienvenidas en Belén. Noemí oró por sus nueras diciendo: “Jehová haga
con vosotras misericordia, como la habéis hecho con los muertos y conmigo” (Rut
1.8).
Orfa se despidió de su suegra con
besos y lágrimas, y regresó a su hogar paterno. Parece que ella volvió a su
vida pagana y perdió su alma. Las Escrituras nos enseñan que somos responsables
por cada decisión que tomamos, y los resultados pueden ser eternos.
Pero Rut estaba resuelta a ir con
Noemí a Belén, y así empezó una nueva etapa en la vida de estas dos mujeres.
Prosiguieron juntas y seguramente la mujer mayor pensaba con tristeza en el
viaje que hizo con su esposo e hijos dejando Belén para ir a Moab. A pesar de
haber estado lejos diez años, o más, la gente se acordaba de ella y sabía su
nombre. “Jehová me ha vuelto con las manos vacías”, dijo Noemí, pero Dios iba a
mostrarse misericordioso con ella.
Llegaron a Belén al comienzo de la
siega de la cebada. Con el permiso de Noemí, su nuera Rut salió a recoger las
gavillas que los segadores dejaban caer. Noemí anhelaba su bienestar y le dio
buenos consejos, que en realidad eran la voluntad de Dios.
Con su conocimiento de las
Escrituras y de las costumbres de su país, la sabia anciana preparó el camino
para que Booz, siendo pariente de Elimelec, pudiera actuar como pariente
redentor. Booz redimió la herencia y se casó con Rut, la mujer que él amaba.
Dios les dio un hijo y Noemí tomó
al niño como suyo y lo cuidó. Las mujeres le dijeron: “Loado sea Jehová, que
hizo que no te faltase hoy pariente, cuyo nombre será celebrado en Israel; el
cual será restaurador de tu alma, y sustentará su vejez; pues tu nuera, que te
ama, lo ha dado a luz” (Rut 4.14-15).
Noemí había juzgado a Dios a la luz
de sus circunstancias al decirle a sus nueras que la mano de Dios había salido
contra ella, y también cuando les dijo a las mujeres de Belén que Dios la había
puesto en grande amargura. Pero dos veces ella se refirió a Dios como “el
Todopoderoso” y ciertamente El mostró su gracia cuando ella estaba otra vez con
el pueblo de Israel, gozándose con una nuera tan amable como Rut y con el niño
de Rut en sus brazos. Noemí había vivido delante de Rut de tal manera que Rut
deseaba hacer suyos el Dios de Noemí y el pueblo de Noemí.
Noemí no se imaginaba que Obed, el
hijo de Rut, iba estar en el linaje real. Pero él fue el padre de Isaí y el
abuelo de David, el fundador del linaje real de Israel. De ese linaje
Jesucristo mismo tomó cuerpo humano en otro nacimiento en Belén. Así Obed fue ascendente
del Mesías, el Señor Jesucristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario