domingo, 26 de marzo de 2023

Ahimaas y Cusi

 En 2 Samuel 18 se relata el fin de la vida de Absalón y en los versículos 19 al 32 leemos de dos hombres que nos enseñan una lección provechosa.

Ahimaas era joven, hijo del sacerdote Sadoc, pronto para ayudar, entusiasta, pero porfiado y sin preparación para la misión que quería emprender. Casi nada sabemos de Cusi (nombre traducido en la nueva versión como etíope, ya que quiere decir negro) pero él resultó ser el hombre del momento porque había visto el triste fin de Absalom.

Ahimaas estaba muy deseoso de llevar al rey las noticias de la muerte de su hijo, pero no era apto para eso ni tenía mensaje claro. Le dijo Joab: “Hoy no llevarás las nuevas: las llevarás otro día”. Pero fue, y cuando el rey le preguntó cómo fue la cosa, él tuvo que confesar, “No sé qué era”.

El rey David le puso a un lado.

Cada miembro del cuerpo místico de Cristo tiene su ministerio correspondiente. Esta es la enseñanza de 1 Corintios 12. Es para cada cual sujetarse a la dirección del Espíritu Santo, no como Ahimaas que no quiso guiarse por la disposición de General Joab, y desagradó al rey.

David había tenido el gran deseo de edificar un templo para Dios, pero Él le indicó que no era el hombre aparente para esto; 2 Samuel 7.12,13. No debemos meternos en un servicio que corresponde a otro. En una buena carpintería hay toda clase de herramientas, ordinarias y finas, grandes y pequeñas. El maestro sabe escoger aquella que es propia para el trabajo que está realizando, mientras que un neófito sería capaz de hacer un disparate y usar un hierro que echaría a perder la obra.

El Señor no deja a nuestro criterio lo que debemos hacer. Hay hermanos que aspiran ocupar la plataforma para predicar el evangelio o ministrar la Palabra pero carecen de don para hacerlo. Como Ahimaas, salen mal. En cambio, hay otros como Cusi, humildes, que sin imponerse pueden dar un mensaje claro y eficaz. Hay quienes desean cuidar la puerta y asentar la gente, pero les falta nitidez en su apariencia y cortesía cristiana en su trato con los demás. Ellos rebajan la dignidad del evangelio, y sin los requisitos para tal servicio, no deben aspirar a ello.

Nos llama la atención esa respuesta de Joab: “Hoy no ... otro día”. Hay peligro de querer hacer una cosa fuera de tiempo; debemos actuar cuando el Espíritu está guiándonos claramente, y no según nuestro capricho. Un hermano demasiado precipitado en anunciar un himno en la cena del Señor, por ejemplo, es capaz de echar a perder el resto del culto. Hay hermanos que tienen fama de alargar sus oraciones. Al final de una reunión, cuando la hora se ha cumplido, es el que ora en forma concisa y corta que se necesita.

Hermanos, cuántas veces hemos sido culpables, como Ahimaas, de hacer las cosas en la energía y entusiasmo de la carne, y no han resultado en ningún bien. Si queremos ser de ayuda en el servicio del Señor y entre su pueblo, tendremos que ser guiados de manera que nuestra intervención sea para edificación de los santos y la gloria de Dios.


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