Ana, la madre de Samuel
Ana
oró y dijo: “Mi corazón se regocija en Jehová”. (1 Samuel 2:1)
La historia está en 1 Samuel 1 y 2.
Muchas mujeres han sufrido a
causa de falsas acusaciones, ingratitudes y desprecios inmerecidos. Ana, la
madre de Samuel, fue una de ellas. Esto sucedió un día cuando el anciano
sacerdote Eli, sentado en el tabernáculo de Dios, vio a esta mujer. Ana,
sintiéndose tan cargada de tristeza, estuvo largo rato orando al Señor. Eli
podía ver que sus labios se movían, pero no oyó ni una palabra y pensó que
estaba borracha. “¿Hasta cuándo estarás ebria?”, le preguntó.
Ella contestó que no había tomado vino, sino que estaba
atribulada de espíritu. El segundo capítulo de 1 Samuel habla de la mala conducta
de los hijos del sacerdote, pero, aunque Eli no tuvo valor para disciplinarlos
a ellos, él acusó falsamente a aquella mujer cuando oraba.
Pero Ana vivía en comunión con Dios y en aquellos
momentos se encontraba muy cerca al Señor. Por eso no se defendió furiosamente
ni le llamó la atención a sus propias faltas. “Soy una mujer atribulada de
espíritu... que he derramado mi alma delante de Jehová”, le dijo. Escuchando
esta confesión, Eli reaccionó y le dio la bendición, diciendo: “Ve en paz, y el
Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho”.
Ana tenía razón para estar triste. Una vez más el país de
Israel estaba en un estado de decadencia y corrupción moral, y le faltaba un
líder espiritual. Pero ella no se contaminó con la maldad a su alrededor. No
podía tener hijos, y en Israel la gente decía que la mujer estéril estaba bajo
la ira de Dios. Elcana, su esposo, practicaba la poligamia, pues tenía dos
esposas. Sabemos que el propósito de Dios es que el hombre tenga una sola
esposa, como leemos en Génesis 2.24, Mateo 19.5 y Efesios 5.31.
Penina, la otra esposa de Elcana y madre de algunos
hijos, atormentaba a Ana hasta que ella lloraba y no quería comer. Así hacía
Penina cada año cuando Elcana llevaba a su familia al tabernáculo, la casa de
Dios en Silo, para la adoración. Pero esta mujer de Dios soportaba la burla en
silencio.
Volviendo otra vez adonde estaba su esposo Elcana, Ana se
sintió renovada y ya no estaba triste. Ya no pensaba en sí misma, sino que
confiaba en el poder de Dios. Por la mañana la familia regresó a su hogar en
Ramá. Dios contestó su oración y el año siguiente nació Samuel. Luego Ana dijo:
“Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí”.
Debemos pedirle a Dios que nos dé hijos espirituales,
almas salvadas como resultado de nuestro testimonio delante de ellos. Como
escribió S. D. Gordon: “El pueblo más importante de la tierra hoy día es el
pueblo que ora. No me refiero a los que hablan acerca de la oración, ni a los
que pueden explicar qué es la oración, sino a los que se toman el tiempo para
orar”.
Dios esperaba aquella oración silenciosa de Ana, y, por
lo tanto, le dio respuesta a su tristeza personal y a la debilidad de la
nación. Debemos evitar el desánimo, conscientes de que Él controla nuestras
circunstancias. “Él es poderoso para hacer todas las cosas mucho más
abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (Efesios 3.20).
Entonces Ana tuvo una responsabilidad singular: preparar
a su hijo para el servicio de Dios en el tabernáculo. De ella Samuel aprendió
la abnegación, la adoración y la importancia de la oración. (Lo de dejarse
crecer el cabello era en aquellos tiempos señal de que él sería nazareo,
dedicado al servicio del Señor, como indica Números 6.1,5).
¡Cuánto le habrá costado a Ana entregar a su hijo, al que
había esperado con anhelo por tanto tiempo! El sacerdote Eli era muy anciano,
sus hijos eran hombres infames, y no parecía buen ambiente para el niño Samuel.
Sin embargo, cuando el niño llegó a una edad cuando podía estar apartado de sus
padres, Ana y Elcana llevaron a su hijo al sacerdote en el tabernáculo de Silo.
Ana, con su perspectiva espiritual, dedicó a su hijo a Jehová para todos los
días de su vida, y aquel día el niño Samuel adoró al Señor.
Sus padres regresaron a Ramá y Samuel comenzó a servir al
Señor en Silo. Ana amaba a su hijo y mostraba ese amor tejiendo para él una
túnica cada año, llevándosela cuando subía con Elcana a Silo para ofrecer
sacrificios. El sacerdote Eli, observando la bondad de Ana, pidió que Dios le
diera hijos en lugar de Samuel y ella fue madre de cinco hijos más.
La gratitud que Ana sentía en su corazón fue mostrada en
su cántico, que contiene algunas verdades espirituales no conocidas por las
mujeres en aquellos tiempos. Sin duda ella fue guiada por el Espíritu Santo. La
alabanza de la virgen María en Lucas 1 refleja los pensamientos de Ana. En
ambas hay expresiones de adoración al Dios Todopoderoso: su poder y santidad,
su salvación y su bondad hacia los humildes.
Mediante el cántico, Ana mostró la profundidad, el fervor
y el gozo de una mujer feliz. Ella daba toda la gloria a Dios, no solamente por
haberle dado un hijo, sino por sus atributos y por lo que Él es. La profecía en
su alabanza se extiende al futuro cuando el Ungido, el Rey de Reyes, nuestro
Señor Jesucristo ha de reinar.
Con gozo Ana le entregó su hijo al Señor, que para ella
era lo más precioso. Ella se refirió a sí misma como una sierva, mostrando su
humildad y el gran aprecio que tenía hacia Dios. Como María, la madre de
nuestro Señor, Ana le entregó su hijo a Dios, y luego vivió una vida sin
publicidad.
Samuel fue el último de los jueces que gobernaron en
Israel y “juzgó al pueblo todo el tiempo que vivió” (1 Samuel 7.15). “Todo
Israel conoció que Samuel era fiel profeta de Dios” (1 Samuel 3.20).
Sobre todo, fue un hombre de oración y aprendió la
importancia de la oración por el ejemplo de su madre Ana. Samuel mismo fue la
respuesta de Dios a sus oraciones.
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