domingo, 26 de marzo de 2023

Cada uno como el Señor repartió

 

La capacidad de predicar


Pienso que debe ser tema de actualidad y de amor cristiano hablar con claridad referente a los dones y capacidades que el Señor reparte a los miembros de su cuerpo, o sea a los creyentes en la iglesia. El mismo constituyó a unos apóstoles, a otros apóstoles, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros; a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo”. (Efesios 4:11,12) Algunos de estos dones cumplieron sus funciones y ya no los hay en la iglesia, pero los otros seguirán en su ejercicio hasta la venida del Señor.

Cabe muy bien recordar que ninguno puede arrogarse el privilegio o el don de otro hermano, o sea que el que ha recibido la gracia de ser evangelista no puede decir: Yo tengo también el don de pastor; ni el maestro decir: Yo tengo el don de profeta. Hablando criollamente, yo no puedo pensar que tengo el don de tal siervo del Señor, ni el conocimiento y capacidad que tiene otro de los siervos del Señor. Estos siervos del Señor con nosotros, y otros que nos han visitado, pueden hablar al pueblo de Dios desde la tribuna por una hora y el tiempo pasa con agrado e interés, porque dan al pueblo de Dios el meollo que edifica.

Hace poco un hermano se levantó en oración y dijo al Señor: “Tú sabes que tenemos poco conocimiento, y pocas palabras”, luego subió a la tribuna y tomó tres cuartos de hora; nos dio quince minutos de ministerio y veinte minutos de “lata”. Hay hermanos que no han llegado a medir su capacidad. “Ellos midiéndose a sí mismos por sí mismos, y comparándose consigo mismos, no son juiciosos”. (2 Corintios 10:12) Comparan la tribuna a cortar con una segueta, a manejar un camión, a cortar un racimo de lochos, o a manipular la palustra. Esos hermanos creen que, porque los otros hermanos con capacidad toman más tiempo de la hora en algunos de sus ministerios, que ellos lo pueden hacer también, aunque mezclen “el nepe con el café”. El resultado es que le tronchan el tiempo a otro hermano que tiene un buen mensaje, y el pueblo del Señor no sale edificado sino criticando; como dijo uno hace poco, “ese ministerio no sirvió para nada”.

No hay ningún reglamento en la iglesia que regule el tiempo al hermano que va a tomar la tribuna, pero tampoco hay reglamento que dice que tiene que llegar a la media hora. “En la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para enseñar también a otros, que diez mil palabras en lengua desconocida” (o nepe, una lata, etc.) (1 Corintios 14:19)

No debo creer que todas las veces porque los hermanos se rían cuando estoy enseñando que es porque lo estoy haciendo bien. Muchas veces la risa es por mis errores, por mis chambonadas, o por mi falta de seriedad. Hay hermanos que disciernen con inteligencia, y cuando van a ayudar a otro en la tribuna dicen: Voy a recortar todo lo más que pueda de mi tiempo, para dejar la mayor parte al hermano que me sigue.

Es la gracia del Señor por el Espíritu Santo que nos enseña cada día a conocer la ciencia. Es lástima que no podamos conocer nuestros propios errores y por eso David oró al Señor: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos”. (Salmo 19:12) Cuando oigamos algo en contra de nosotros a causa de nuestros errores, no nos enojemos; indaguemos. “Mejor es la reprensión manifiesta, que amor oculto”. (Proverbios 27:5)

Estoy escribiendo sin ambages, con claridad diciendo lo que pienso de mí mismo, lo que otro puede pensar, y lo que otros me han dicho. Un hermano dijo a un inconverso: “Le invito a los cultos especiales, y esta tarde hay ministerio de la palabra de Dios”. El otro preguntó: “¿Quién tiene los cultos especiales, don Fulano? Ah, yo no voy; ese señor sufre un complejo triple: cree que sabe, alarga el tiempo y después de la predicación se le pega a uno como una garrapata y no lo afloja hasta salvarlo. Y yo no quiero ser salvo así”. No es una fama muy recomendable de la que el hermano está rodeando.

Hasta aquí escribo de la actitud del ministro en la tribuna. Quiero insertar también lo que corresponde a su mensaje:

(i) Trata de dar un mensaje en la guía del Señor, mensaje que has orado y meditado, porque vas a agradar a Dios primero y a edificar a los hombres. (1 Timoteo 4:13,15)

(ii) Cuando vas a la tribuna, sé comedido. No exageres tus sentencias, ni exageres las sentencias de Dios. Sería vergonzoso si hoy te presentes como campeón y mañana perdieras la lucha. (2 Timoteo 2:15)

(íii) Trata de presentar tu mensaje según tu capacidad. Si no puedes llegar hasta los lomos, llega hasta las rodillas. El pueblo que está oyendo es sabio; muchos de ellos conocen su Biblia, y otros muchos tienen mayor educación que tú. Un hermano dijo: “No me meto a enseñar del tabernáculo, porque no me siento capaz. Hay otros hermanos que conocen ese tema a fondo”. (1 Timoteo 1:6,7)

(iv) El mensaje que exponemos debe ser el que vivimos. La afectación solamente llega a los ojos, pero la impresión llega a la mente y contagia el corazón. (1 Tesalonicenses 2:3-6)

(v) Cuando subas a la tribuna, acuérdate que tienes por delante la iglesia del Señor, que es la elegida para ser la esposa del Cordero. Ninguno que ama aguanta desplantes, desmanes, ni imprudencias dogmáticas ni fanáticas que al fin trastornan a los oyentes. (Efesios 5:25-29, 1 Timoteo 6:3-4)

José Naranjo

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