La
capacidad de predicar
Pienso que debe ser tema de actualidad y de amor cristiano hablar con
claridad referente a los dones y capacidades que el Señor reparte a los
miembros de su cuerpo, o sea a los creyentes en la iglesia. El mismo constituyó
a unos apóstoles, a otros apóstoles, a otros evangelistas, a otros pastores y
maestros; a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para
la edificación del cuerpo de Cristo”. (Efesios 4:11,12) Algunos de estos dones
cumplieron sus funciones y ya no los hay en la iglesia, pero los otros seguirán
en su ejercicio hasta la venida del Señor.
Cabe muy bien recordar que ninguno puede arrogarse el privilegio o el
don de otro hermano, o sea que el que ha recibido la gracia de ser evangelista
no puede decir: Yo tengo también el don de pastor; ni el maestro decir: Yo
tengo el don de profeta. Hablando criollamente, yo no puedo pensar que tengo el
don de tal siervo del Señor, ni el conocimiento y capacidad que tiene otro de
los siervos del Señor. Estos siervos del Señor con nosotros, y otros que nos
han visitado, pueden hablar al pueblo de Dios desde la tribuna por una hora y
el tiempo pasa con agrado e interés, porque dan al pueblo de Dios el meollo que
edifica.
Hace poco un hermano se levantó en oración y dijo al Señor: “Tú sabes
que tenemos poco conocimiento, y pocas palabras”, luego subió a la tribuna y
tomó tres cuartos de hora; nos dio quince minutos de ministerio y veinte
minutos de “lata”. Hay hermanos que no han llegado a medir su capacidad. “Ellos
midiéndose a sí mismos por sí mismos, y comparándose consigo mismos, no son
juiciosos”. (2 Corintios 10:12) Comparan la tribuna a cortar con una segueta, a
manejar un camión, a cortar un racimo de lochos, o a manipular la palustra.
Esos hermanos creen que, porque los otros hermanos con capacidad toman más
tiempo de la hora en algunos de sus ministerios, que ellos lo pueden hacer también,
aunque mezclen “el nepe con el café”. El resultado es que le tronchan el tiempo
a otro hermano que tiene un buen mensaje, y el pueblo del Señor no sale
edificado sino criticando; como dijo uno hace poco, “ese ministerio no sirvió
para nada”.
No hay ningún reglamento en la iglesia que regule el tiempo al hermano
que va a tomar la tribuna, pero tampoco hay reglamento que dice que tiene que
llegar a la media hora. “En la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi
entendimiento, para enseñar también a otros, que diez mil palabras en lengua
desconocida” (o nepe, una lata, etc.) (1 Corintios 14:19)
No debo creer que todas las veces porque los hermanos se rían cuando
estoy enseñando que es porque lo estoy haciendo bien. Muchas veces la risa es
por mis errores, por mis chambonadas, o por mi falta de seriedad. Hay hermanos
que disciernen con inteligencia, y cuando van a ayudar a otro en la tribuna
dicen: Voy a recortar todo lo más que pueda de mi tiempo, para dejar la mayor
parte al hermano que me sigue.
Es la gracia del Señor por el Espíritu Santo que nos enseña cada día a
conocer la ciencia. Es lástima que no podamos conocer nuestros propios errores
y por eso David oró al Señor: “¿Quién podrá entender sus propios errores?
Líbrame de los que me son ocultos”. (Salmo 19:12) Cuando oigamos algo en contra
de nosotros a causa de nuestros errores, no nos enojemos; indaguemos. “Mejor es
la reprensión manifiesta, que amor oculto”. (Proverbios 27:5)
Estoy escribiendo sin ambages, con claridad diciendo lo que pienso de mí
mismo, lo que otro puede pensar, y lo que otros me han dicho. Un hermano dijo a
un inconverso: “Le invito a los cultos especiales, y esta tarde hay ministerio
de la palabra de Dios”. El otro preguntó: “¿Quién tiene los cultos especiales,
don Fulano? Ah, yo no voy; ese señor sufre un complejo triple: cree que sabe,
alarga el tiempo y después de la predicación se le pega a uno como una
garrapata y no lo afloja hasta salvarlo. Y yo no quiero ser salvo así”. No es
una fama muy recomendable de la que el hermano está rodeando.
Hasta aquí escribo de la actitud del ministro en la tribuna. Quiero
insertar también lo que corresponde a su mensaje:
(i) Trata de dar un mensaje en la guía del Señor,
mensaje que has orado y meditado, porque vas a agradar a Dios primero y a
edificar a los hombres. (1 Timoteo 4:13,15)
(ii) Cuando vas a la tribuna, sé comedido. No exageres
tus sentencias, ni exageres las sentencias de Dios. Sería vergonzoso si hoy te
presentes como campeón y mañana perdieras la lucha. (2 Timoteo 2:15)
(íii) Trata de presentar tu mensaje según tu
capacidad. Si no puedes llegar hasta los lomos, llega hasta las rodillas. El
pueblo que está oyendo es sabio; muchos de ellos conocen su Biblia, y otros
muchos tienen mayor educación que tú. Un hermano dijo: “No me meto a enseñar
del tabernáculo, porque no me siento capaz. Hay otros hermanos que conocen ese
tema a fondo”. (1 Timoteo 1:6,7)
(iv) El mensaje que exponemos debe ser el que vivimos.
La afectación solamente llega a los ojos, pero la impresión llega a la mente y
contagia el corazón. (1 Tesalonicenses 2:3-6)
(v) Cuando subas a la tribuna, acuérdate que tienes
por delante la iglesia del Señor, que es la elegida para ser la esposa del
Cordero. Ninguno que ama aguanta desplantes, desmanes, ni imprudencias
dogmáticas ni fanáticas que al fin trastornan a los oyentes. (Efesios 5:25-29,
1 Timoteo 6:3-4)
José Naranjo
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