(1 Corintios 3)
Esta Escritura
exige la más cuidadosa consideración, ya que ocupa un importante lugar con
respecto a la verdad de la Iglesia de Dios. Como ocurre tan a menudo en las
epístolas, el Espíritu Santo usa la condición de los santos como ocasión para
la revelación de un nuevo aspecto de la Iglesia. Los santos Corintios eran
carnales (sarkikós), y por este motivo el apóstol no pudo ministrar la verdad
que él habría deseado, sino que, debido al estado de ellos, se vio obligado a
hablarles como "a niños en Cristo", a alimentarlos con leche, y no
con manjar sólido (1a. Corintios 3: 1, 2 - VM). La evidencia de la
'carnalidad' de ellos, era la formación de escuelas de opinión en la asamblea,
la existencia de "disensiones", los santos alineándose alrededor de
sus maestros favoritos escogidos por ellos mismos; algunos escogiendo a Pablo,
algunos a Pedro, algunos a Apolos, y algunos incluso aventurándose a usar el
nombre de Cristo para rechazar a los siervos que Él había enviado. El apóstol
aprovecha la oportunidad para revelar la verdadera posición, tanto de los
siervos como de los santos, y de ambos por igual en relación con el Señor.
"¿Qué, pues," él exclama, "es Pablo, y qué es Apolos? Servidores
por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió
el Señor. Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que
ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el
crecimiento." Fue intolerable para Pablo — un dolor desgarrador, podríamos
decir, que el nombre de un siervo, por eminente que fuese, se interpusiera
entre el Señor y Su pueblo. Porque, ¿qué eran los que trabajaban? Obreros de
Dios — trabajando sin discrepancia y en comunión, pero todos perteneciendo a
Dios.[1]¿Y qué eran los santos? El
apóstol dice, "nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois
labranza de Dios, edificio de Dios. (1 Corintios 3:9).
Los siervos eran obreros de Dios, los santos
eran edificio de Dios — Dios en Su gracia era así todo, siervos y santos por
igual le debían todo a Él. Todas las cosas eran de Él, y, por tanto, sólo Él
debía ser magnificado, ya sea por santos o por siervos.
Avanzando, el apóstol muestra^ cuál es la
responsabilidad de los obreros de Dios en la obra confiada a su cuidado. Él
dice, "Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito
arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno miré cómo
sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto,
el cual es Jesucristo." (versículos 10, 11). Dos cosas impactarán de inmediato
al lector en contraste con lo que ha sido considerado en un artículo anterior.
En primer lugar, el apóstol habla de sí mismo como poniendo el fundamento, y
también de él mismo y de otros edificando sobre él. Esto es algo muy diferente
de aquello contenido en las palabras del Señor a Pedro, "sobre esta roca
[Yo] edificaré mi iglesia." (Mateo 16:18). Y esta diferencia es la que
explica los dos aspectos de la casa de Dios. La obra de Cristo al construir Su
Iglesia debe ser necesariamente perfecta. Siendo Él mismo en Su muerte y
resurrección, el Hijo del Dios viviente (que fue declarado Hijo de Dios con
poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos
- Romanos 1:4), el fundamento, cada piedra que Él pone sobre él, como el propio
Pedro, debe ser una piedra viva. Pero, tal como ésta Escritura en 1a.
Corintios enseña, Él también encarga la obra de edificar a Sus siervos, y los
hace responsables del carácter de la obra de ellos. Pablo puede decir así,
"puse el fundamento" — porque él fue el primero en proclamar el
evangelio en Corinto, y fue así el medio usado para formar la asamblea de Dios
en esa ciudad (Véase Hechos 18). Él había puesto el fundamento como un perito
arquitecto (o, arquitecto sabio), y advierte a otros en cuanto a la manera en
la cual ellos podrían edificar sobre él, recordándoles de este modo la
responsabilidad de ellos para con el Señor por el carácter de la obra de ellos.
Y analizando más detenidamente los
detalles de esta Escritura, nosotros encontramos que hay, o puede haber, tres
clases de edificadores, y que la prueba de su obra tendrá lugar en un día
futuro. El apóstol dice, "si sobre este fundamento alguno edificare oro,
plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará
manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la
obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de
alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare,
él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque, así como por fuego.
¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?
Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el
templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es." (versículos 12-17).
Existen, entonces, como se ha observado a menudo, el buen obrero y su obra
buena, el cual recibe una recompensa; el obrero que él mismo será salvo, pero
cuya obra es mala y, por consiguiente, es quemada, y, por tanto, él sufre
pérdida; y por último, el obrero malo y su mala obra, y ambos por igual son
destruidos.
Lo que se quiere decir por las
palabras 'obras' o 'edificación' es manifiesto a partir del contexto. Es poner
madera, heno, hojarasca sobre el fundamento, en lugar de oro, plata, o piedras
preciosas; es decir, traer almas a la asamblea de Dios que están sin vida
divina. Esto puede ser llevado a cabo de dos formas; mediante la proclamación
de doctrinas falsas — doctrinas que subvierten las verdades del Cristianismo,
desechando, por ejemplo, la necesidad del nuevo nacimiento, o la necesidad de
limpieza mediante la sangre preciosa de Cristo, para que hombres naturales,
hombres que no tienen el Espíritu de Dios, sean introducidos en la Iglesia como
resultado de tal enseñanza; o ello puede ser hecho trayendo pública y
manifiestamente a la asamblea a aquellos que no son salvos por medio de la fe
en el Señor Jesús, incluyéndolos en la Iglesia de Dios al margen de aquellos
que tienen el derecho de estar adentro. Un tercer caso es posible; a saber, que
el obrero se engañe en cuanto al carácter verdadero de aquellos a quienes él
puede introducir. En una o en todas estas formas el obrero puede fracasar en
responsabilidad para con Cristo en cuanto al carácter de su edificación. Él
puede, aparentemente, exteriormente ante los ojos de los hombres, ser un
edificador muy próspero y exitoso, mientras que en realidad él puede estar
apilando sobre el fundamento, madera, heno, u hojarasca, para una futura y
cierta destrucción. Ciertamente todos deberían percibir cuán solemne es estar
comprometido en edificar en relación con la Iglesia de Dios, y al mismo tiempo
saber que el carácter de la obra realizada es de mucha más importancia que su
alcance. Incluso en la parábola de los talentos, la fidelidad y no el éxito es
lo que suscita el elogio del Señor, así también aquí es la naturaleza de la
obra lo que hallara recompensa, no la cantidad.
Una vez señalados los diferentes
caracteres de la edificación, lo siguiente que hay que observar es que la
revelación del carácter de la obra es dejada para un día futuro — de hecho, a
"el día", un término, entendemos, que significa la aparición del
Señor. Cualquiera que sea el tipo de edificación, que Sus siervos puedan
continuar mientras tanto, todo permanece hasta que el fuego — el fuego, como
siempre, siendo un símbolo de la santidad de Dios aplicada en juicio — prueba
la obra de cada hombre de la clase que ella sea. Nosotros podemos pensar o
juzgar que ciertos edificadores están haciendo mal su trabajo; pero, ¿quiénes
somos nosotros para juzgar a los siervos de otro? Para su propio amo ellos
están en pie o caen. Además del hecho que nosotros no somos los jueces, no
podemos detectar la verdadera naturaleza de ninguna obra. Podemos poner a
prueba los métodos empleados mediante la palabra de Dios, pero en cuanto a la
obra misma, hay solamente Uno que tiene el discernimiento necesario, el
conocimiento infalible, y el estándar inerrante para evitar toda posibilidad de
error; y Él es Aquel a quien Juan vio en Apocalipsis, el cual estaba
"vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con
un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como
nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido,
refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en
su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y
su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza." (Apocalipsis
1).
Por consiguiente, la obra de cada uno debe ser
dejada hasta "el día" que por el fuego será revelada, dejada para que
sea manifestada después que el perfecto estándar de fuego haya sido aplicado a
ella por el propio Señor. Sabiendo esto, en el próximo capítulo mismo Pablo
dice a los Corintios que era una cosa de poquísima importancia que él fuese
juzgado por ellos, o por tribunal o juicio humano, y les recuerda que él ni
siquiera podía presentar un juicio verdadero acerca de sí mismo, que el Señor
es el juez, y por tanto nada podía ser estimado verdaderamente hasta que el
Señor viniera, "el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y
manifestará las intenciones de los corazones", etc. (1a.
Corintios 4).
En relación con la verdad de que toda la obra
de los siervos del Señor será dejada para juicio hasta que Él venga, hay otro
principio importante que hay que recordar. El principio es que mientras tanto
el Señor es paciente con la obra de Sus siervos. No queremos decir que Él la
aprueba, sólo que como el tiempo del juicio no ha llegado aún, Él permite que
la obra permanezca, y no se pronuncia acerca de su carácter. Por lo tanto, si
almas son llevadas equivocadamente a entrar en la casa de Dios, Él trata con
ellas conforme a su profesión, y las considera responsables por el terreno en
que están. Las epístolas confirman esta afirmación en todas partes. Tomen por
ejemplo 1 Corintios 10. Pablo recuerda a los santos "que nuestros padres
todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron
bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento
espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la
roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo. Pero de los más de ellos
no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto." (Versículos
1-5). Pues bien, ¿qué finalidad tuvo el apóstol al citar estos hechos de la
historia de Israel? Fue para aplicar a la iglesia de Dios en Corinto la
enseñanza que ellas presentaban, y a todos los que en cualquier lugar invocan
el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro. (1 Corintios
1:2). Él dice de manera expresa que estas cosas sucedieron a Israel como tipos
— tipos (o, ejemplos) para creyentes en todas las épocas; y por eso él advierte
a los santos acerca del peligro al que ellos estaban expuestos — el peligro de
codiciar cosas malas, y tentar a Cristo, de murmurar, etc. Los "si"
de las epístolas, como se les llama, enseñan la misma lección. Leemos así en
Colosenses 1: "Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y
enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado... si
en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe." Esto no significa que
la reconciliación depende de nuestra perseverancia en la fe, sino más bien que
si nosotros continuamos en la fe ello muestra (no a Dios, el cual conoce los
secretos de todos los corazones) que somos creyentes verdaderos, y si somos
creyentes genuinos y no meramente profesantes, que nosotros estamos
reconciliados. Estos y otros pasajes del mismo tipo demuestran de manera
abundante que Dios acepta a todos según el terreno que ellos asumen. Si ellos
son traídos en el terreno del cristianismo, asociados con Cristo en Su muerte
de manera profesada, se les habla como cristianos, ellos han venido bajo la
responsabilidad de andar como tales, y se les advierte de las consecuencias del
pecado, de apartarse del Dios vivo, como los hijos de Israel hicieron en el
desierto. (Véase Hebreos capítulos 3 y 4). Dios no les dice, «Vosotros sois
solamente profesantes, engañándoos a vosotros mismos y a los demás», sino que
Él se encuentra con ellos donde están, en Su palabra les proporciona pruebas
mediante las cuales los tales pueden descubrir fácilmente la verdad de la
condición de ellos, les advierte acerca de las obligaciones en que ellos han
incurrido por ser contados entre Su pueblo; pero la exposición y el juicio Él
los aplaza hasta "el día." No es que Él en Su gobierno los juzgue
ahora. Él lo hace, porque el juicio comienza por la casa de Dios, pero el
juicio público delante de todos es dejado hasta la aparición del Señor.
Otra prueba del principio arriba mencionado se
encuentra en la actitud del Señor, durante Su vida, hacia el templo en
Jerusalén. Los judíos lo habían profanado de muchas formas — lo habían hecho
una casa de mercado (Juan 2) y una cueva de ladrones (Mateo 21), pero Él aun
así lo llamó la casa de Su Padre; y Él continuó reconociéndolo como tal; hasta
que juzgándolo finalmente dijo, "He aquí vuestra casa os es dejada
desierta. Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis:
Bendito el que viene en el nombre del Señor." Mateo 23: 38, 39). E
inmediatamente leemos que, "Jesús salió y se fue del templo" (Mateo
24:1- JND). Hasta aquel momento, a pesar de los abusos y corrupciones que
habían crecido a su alrededor, Él había sido paciente con Su pueblo, y había
considerado el templo como la casa de Su Padre; pero ahora, una vez juzgados el
templo y ellos, la casa es dejada desierta al marcharse Él de ella. De la misma
forma — no obstante, la infidelidad de Sus siervos, y con independencia de que
ellos pueden corromper realmente el templo de Dios — Él espera en Su paciencia
y gracia antes de pronunciar el juicio sobre él; y, como también en el caso del
templo judío, Él todavía lo trata como la casa de Dios en la tierra.
Por consiguiente, nosotros llegamos a la
conclusión, sobre la base de esta enseñanza Escritural, que la casa de Dios
incluye, en este aspecto más amplio, a todos los que han sido traídos al
terreno del cristianismo, no solamente las piedras vivas como en 2a.
Pedro, sino también todos aquellos que los siervos del Señor, en su
responsabilidad individual como edificadores, han introducido, sean ellos
creyente o solamente profesantes. Con la palabra de Dios en nuestras manos,
podemos ser tentados a rechazar la obra de este o aquel siervo, considerándola
inútil; pero todos deben recordar, añadimos nuevamente, que nosotros no somos
los jueces, que el Señor a Su propio tiempo manifestará de qué tipo es la obra
de cada uno, y que mientras tanto no debemos rechazar lo que el Señor no ha
rechazado; es decir, debemos reconocer igualmente este aspecto de la casa de
Dios en la tierra. La salvación no está asegurada, tal como muestra esta
Escritura, por estar en la casa de Dios. Madera, heno, y hojarasca están de
igual manera que el oro, la plata, y las piedras preciosas. Y, además, jamás se
ha de olvidar que el fuego probará cada parte de ello. Por lo tanto, es algo
solemne — solemne tanto desde el punto de vista de la responsabilidad actual
como del juicio futuro — estar adentro. Es también un privilegio precioso estar
dentro de la esfera de la habitación y la acción del Espíritu Santo; este mismo
privilegio, descuidado y menospreciado, llega a ser el terreno del juicio en un
día futuro. La Cristiandad — porque para todos los propósitos prácticos la
Cristiandad expresa la extensión de la casa de Dios — será, por este mismo
motivo, la escena de juicios sin parangón. La medida de luz es la medida de
responsabilidad, y la historia de Babilonia en el Apocalipsis revela el
carácter de los horribles juicios que caerán sobre una iglesia sin Cristo,
sobre aquello que todavía pretende ser la iglesia, pero de lo cual el Espíritu
Santo se ha marchado desde hace mucho tiempo, y que Cristo desde hace mucho
tiempo vomitó de Su boca (Apocalipsis 3).
Sin embargo, el juicio del que aquí se habla
es más especialmente el de los edificadores. Aquel cuya obra permanece recibe
una recompensa. Llamado y cualificado por la gracia para Su servicio, y
verdaderamente sostenido en él por el poder divino y la gracia divina, la misma
gracia le recompensa por su fiel labor. El principio se puede ver en Mateo
25:14, etc.; Lucas 19:12, etc.; Efesios 2:10). Aquel cuya obra no logrará
resistir la prueba del fuego santo, y ella sea consumida como madera, heno, u
hojarasca, él mismo es salvo, como quien pasa a través del fuego, pero sufre
pérdida. Él había sido descaminado, aunque era un creyente verdadero —
descaminado por pensamientos y razonamientos humanos, y, trabajando según los
métodos del hombre, él había perdido de vista el verdadero carácter de la casa
de Dios, y por tanto, todo su servicio fue en vano, y no solamente es
considerado sin valor, sino que atrae sobre sí mismo (sobre dicho servicio) el
fuego consumidor del juicio. Por lo tanto, el siervo sufre pérdida; él no
solamente no recibe recompensa alguna, sino que también tiene que ver que todas
las energías de su profesada vida de trabajo para el Señor han estado mal
encaminadas y en total oposición al pensamiento de su Señor. El tercer caso es
aún más^ triste; es el caso de un siervo malo que destruye (o, corrompe) el
templo de Dios. Él había asumido el lugar de un edificador, y había trabajado,
puede ser con tesón, según sus propios pensamientos; pero mediante su
predicación él ha corrompido el cristianismo, negando sus doctrinas
fundamentales, y adaptándola a las preferencias del hombre natural. Siendo él
mismo una persona no convertida, él podría haber sido un maestro sabio, un
hombre de progreso e intelectualidad, uno que se había librado de las
tradiciones y supersticiones de épocas pasadas (como hablan los hombres), y
había conocido cómo armonizar las enseñanzas de la Biblia con las
especulaciones de la ciencia y la filosofía; por consiguiente, un hombre de
espíritu amplio y católico (o, universal), que consideraría a todos los
hombres, en una tierra como esta (Gran Bretaña), como siendo ellos Cristianos,
negando la diferencia entre salvos y no salvos, trayendo a todos por igual bajo
el marco de la Iglesia. Pero el tiempo del juicio finalmente ha llegado, cuando
su obra es examinada, no por la luz de la razón y de las ideas del hombre, sino
en la del fuego de la santidad de Dios; ¿y cuál es el resultado? No solamente
son consumidos la madera, el heno, y la hojarasca que un obrero tal había
puesto sobre el fundamento de la casa de Dios, sino que también él mismo es
destruido (phtheiro) porque él ha corrompido (phtheiro) el templo de Dios. ¡Qué
advertencia para los maestros de la Cristiandad, así como, de hecho, para todos
los que asumen el lugar del servicio en relación con la Iglesia de Dios! Que
todos puedan interiorizarlo y, en anticipación al momento cuando la obra de
cada uno será hecha manifiesta, puedan procurar formar una estimación verdadera
de su servicio en la luz de la presencia de Dios, y de Su palabra.
Quedan por hacer aún dos observaciones; la primera como
precaución, y la segunda como guía. El error fundamental del catolicismo
romano, como de hecho también lo es el de la elevada adherencia a los
principios de una iglesia establecida y al 'sacerdotalismo' (la creencia de que
los sacerdotes actúan como mediadores entre Dios y los hombres), si no es
inherente en el principio de todas las iglesias Estatales, radica en la
atribución a la casa de Dios como edificación del hombre de lo que pertenece
solamente a la Iglesia que Cristo mismo edifica. La Iglesia que Cristo edifica
es indestructible; las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. No es así
con el catolicismo romano (o la iglesia edificada por el hombre en cualquier
parte), sino que "en un solo día vendrán sus plagas; muerte, llanto y
hambre, y será quemada con fuego; porque poderoso es Dios el Señor, que la
juzga." (Apocalipsis 18:8). Por lo tanto, es siempre necesario, cuando se
habla de la Iglesia de Dios, y de lo que se dice de ella en Su palabra (si
queremos ser preservados del error, o de un concepto erróneo en cuanto a sus
privilegios y sus reivindicaciones) distinguir cuidadosamente entre los dos
aspectos que son presentados en las Escrituras. En segundo lugar, encontramos
en 2a. Timoteo toda la instrucción necesaria para nuestra senda y
nuestra conducta en medio de todas las corrupciones que el hombre ha
introducido en la casa de Dios. "Sin embargo," Pablo dice, "el
fundamento de Dios se mantiene firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a
los que son suyos; y: Apártese de la iniquidad todo aquel que nombra el nombre
del Señor. Pero en una casa grande, hay no solamente vasos de oro y de plata,
sino también de madera y de barro: y algunos son para honra, y otros para
deshonra. Si pues alguno se habrá limpiado de éstos, separándose él mismo de
ellos, será un vaso para honra, santificado, útil al dueño, y preparado para
toda obra buena. Mas huye de las pasiones juveniles, y sigue tras la justicia,
la fe, el amor, la paz, con los que invocan al Señor con corazón puro."
(2a. Timoteo 2: 19-22 - JND). El hombre puede poner malos materiales sobre el
fundamento, pero no puede alterar el fundamento mismo; él puede confundir la
diferencia entre los salvados y los no salvados, pero el Señor no es engañado,
Él conoce a los que son Suyos; y la responsabilidad que recae sobre todo aquel
que nombra el nombre del Señor, mientras espera el día que manifestará todo, es
apartarse de la iniquidad. Luego el apóstol nos recuerda que a través de la
actividad de maestros de malas doctrinas (véase 2a. Timoteo 2: 16-18, etc.), la
Iglesia en su presentación exterior al mundo, se ha convertido como en una casa
grande que contiene tanto vasos buenos como vasos malos. Los siervos del Señor
deben limpiarse de los vasos de deshonra si quieren estar calificados para la
aprobación y el servicio del Dueño. Además, ellos deben huir de las pasiones
juveniles. En otras palabras, ellos deben separarse tanto del mal eclesiástico
como del mal moral; y han de ser hallados practicando toda la gracia y la
virtud cristianas, junto con los que invocan el nombre del Señor con corazón
puro. Tal es la senda para el santo en medio de la abundante y creciente
corrupción de este día malo. Que el Señor dé cada vez más a Su amado pueblo
sabiduría para discernirla, y fortaleza para andar en ella para alabanza de Su
santo nombre.
[1]
La versión de la Biblia Inglesa (KJV1769)
apenas presenta el pensamiento correcto. El apóstol no quiere decir que los
siervos eran colaboradores de Dios los unos para con los otros, sino que ellos
pertenecían a Dios, y eran colaboradores como tales.
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