lunes, 26 de junio de 2023

¿Puedo fiarme en la Biblia?


 “Desde luego que he confiado en el Señor Jesucristo como mi Salvador, pero no puedo aceptar todo lo que leo en la Biblia”,

            A menudo esta es la opinión de jóvenes cristianos influidos por un punto de vista mundano que califica mucho, si no todo, de lo concerniente a Dios como no científico, mímico y anticuado. A pesar del aparente alto concepto que se dice tener del Señor Jesús, este tipo de observaciones encierra en su base una mentira, a saber, que se puede confiar en el Salvador, pero no en las Escrituras.

            Permítanme sugerir dos razones por las que esto es totalmente erróneo. Primero, Cristo y Biblia son inseparables en esencia, ya que ambos disfrutan del mismo gran título de “la Palabra” (Juan 1:1, 1 Pedro 1:25). Dan testimonio el uno del otro, y el Salvador es en sí mismo el clímax del mensaje de Dios para los hombres (Hebreos 1:1,2).

            Segundo, para el creyente la evidencia sobresaliente de la fiabilidad de las Escrituras es las enseñanzas de Cristo. Al fin y al cabo un cristiano es aquel que se ha sometido, por su propia voluntad y sin reserva, a un Salvador que reclama y proclama categóricamente ser “la Verdad” (Juan 14:6), e insiste en que aquellos que aceptan su señorío lo demuestren con una obediencia absoluta (Lucas 6:46). Además, para honrar al Señor Jesús, tenemos que aceptar su declaración acerca de las Escrituras. No hay otra alternativa para el cristiano consecuente.

            ¿Qué, pues, nos enseñó el Maestro? Podemos resumirlo en tres palabras: bautoridad binfalibilidad bsuficiencia.

            En Juan 10:34 al 36 el Señor utiliza referencias del Antiguo Testamento para apoyar sus demandas de divinidad, juntando en una estas tres verdades importantes para nuestra edificación: “¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois? Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la escritura no puede ser quebrantada), ¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?”

1. Autoridad  Al llamar el Antiguo Testamento “la palabra de Dios” (v. 35), el Señor Jesús está subrayando su origen sobrenatural. Desde luego, Dios usó instrumentos humanos para escribir sus palabras, pero de cualquier modo es su voz la que nos habla. La persistencia de los profetas, “Así dijo Jehová,” no es una fórmula sin sentido; es un constante y necesario recordatorio de que estamos escuchando no un razonamiento humano sino una revelación divina.

            En Pentecostés Pedro cuidadosamente diferencia entre el mensaje y el portavoz: “Era necesario que se cumpliese la Escritura en que el Espíritu Santo habló antes por boca de David” (Hechos 1:16). ¡Cuán reverentemente hemos de acercarnos a Libro que es en su totalidad el consejo del Dios vivo! El salmista escribe: “Bendecid a Jehová, vosotros sus ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutan su palabra, obedeciendo a la voz de su precepto” (Salmo 103:20).

            En nuestra lectura bíblica diaria, ¿estamos persuadidos de que esta es la voz de Dios, tan real, poderoso y llena de autoridad tal como si Él estuviese hablando audiblemente desde el cielo? Seamos como los tesalonicenses que recibieron el evangelio “no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios” (1 Tesalonicenses 2:13).

2. Infalibilidad             Si la autoridad enfatiza el poder de la Palabra, la infalibilidad nos revela su pureza, “libre de toda falsedad o error ... totalmente cierta y fiable en todas sus afirmaciones”. Esto es lo que el Señor Jesús está enseñando cuando sostiene que “la escritura no puede ser quebrantada” (v. 35). Él cita unas sesenta veces del Antiguo Testamento (y de ninguna otra fuente), nunca para censurar sino siempre para confirmar su exactitud.

            Piensa en alguno de los sucesos históricos específicos que Él corrobora: el relato de la creación (Mateo 19:4,5), el primer asesinato (Lucas 11:51), el diluvio universal (Mateo 24:37 al 39), la destrucción de Sodoma (Lucas 17:29). No podemos escapar al hecho de que el Salvador dio su sello de aprobación al Antiguo Testamento como inspirado por Dios y Palabra sin tacha. De hecho, fue todavía más lejos al preguntar cómo la gente puede creer en Él si rechazan las palabras de Moisés (Juan 5:46,47). Es lógicamente imposible para aquel que acepta la autoridad de Cristo, dudar de cualquier parte del Antiguo Testamento.

3. Suficiencia               La autoritaria e infalible Biblia no es un libro de texto estéril y polvoriento; por el contrario, es gloriosamente suficiente para satisfacer todas las necesidades del creyente. El Señor Jesús utilizó el Antiguo Testamento como su última corte de apelación cuando contestó a los judíos: ¿No está escrito en vuestra ley ...?” (v. 34). Por lo tanto, cuando los problemas, preguntas y situaciones difíciles se ciernan sobre nosotros, debemos volvernos al Libro.

            La suficiencia de las Escrituras se ejemplifica magistralmente en el modo en que el Señor Jesús derrotó a Satanás en el desierto. La serpiente antigua es ahuyentada simplemente por la efectiva y apropiada mención de las Escrituras (Mateo 4:4,7,10). El Hijo de Dios requiere de nosotros no una educación universitaria sino un conocimiento profundo de la Biblia para disipar las dudas y temores con que Satanás busca corromper nuestra mente. Pero, recuerda que para usar esta espada de dos filos debemos conocerla bien. Sólo el estudiante consagrado de la Palabra probará verdaderamente su suficiencia cuando la oportunidad lo requiera.

            Por si exista alguna objeción en cuanto a que el Señor Jesús está evaluando solamente el Antiguo Testamento, podemos demostrar que Él también autoriza el Nuevo por adelantado: “el Espíritu Santo ... os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26). Estas palabras anticipan y autorizan los Evangelios. “Él os guiará a toda la verdad” y “os hará saber las cosas que habrán de venir” (Juan 16:13), cubre las Epístolas y el Apocalipsis. Esto escritos también son autoritarias, infalibles y suficientes porque nacen del Espíritu que revela toda la verdad necesaria.

            Los mismos escritores del Nuevo Testamento reconocían que estaban transcribiendo la Palabra de Dios (1 Corintios 14:37), y así podían situar sus escritos en el mismo nivel con aquellos de Antiguo Testamento (2 Pedro 3:2,16).

            La conclusión es bien simple. Si confiamos en el Señor Jesús, debemos confiar en la Biblia entera, porque ésta cuenta con su sello de aprobación. Volvámonos, pues, del error que sustentaba nuestra cita al principio de este capítulo, hacia el glorioso ejemplo de Handley Moule cuando dijo, “Voy, no de una manera ciega sino reverente, a confiar en el Libro por causa de Él”.

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