“Desde luego que he confiado en el Señor Jesucristo como mi Salvador, pero no puedo aceptar todo lo que leo en la Biblia”,
A menudo esta es la opinión de
jóvenes cristianos influidos por un punto de vista mundano que califica mucho,
si no todo, de lo concerniente a Dios como no científico, mímico y anticuado. A
pesar del aparente alto concepto que se dice tener del Señor Jesús, este tipo
de observaciones encierra en su base una mentira, a saber, que se puede confiar
en el Salvador, pero no en las Escrituras.
Permítanme sugerir dos razones por
las que esto es totalmente erróneo. Primero, Cristo y Biblia son inseparables
en esencia, ya que ambos disfrutan del mismo gran título de “la Palabra” (Juan
1:1, 1 Pedro 1:25). Dan testimonio el uno del otro, y el Salvador es en sí
mismo el clímax del mensaje de Dios para los hombres (Hebreos 1:1,2).
Segundo, para el creyente la
evidencia sobresaliente de la fiabilidad de las Escrituras es las enseñanzas de
Cristo. Al fin y al cabo un cristiano es aquel que se ha sometido, por su
propia voluntad y sin reserva, a un Salvador que reclama y proclama
categóricamente ser “la Verdad” (Juan 14:6), e insiste en que aquellos que
aceptan su señorío lo demuestren con una obediencia absoluta (Lucas 6:46).
Además, para honrar al Señor Jesús, tenemos que aceptar su declaración acerca
de las Escrituras. No hay otra alternativa para el cristiano consecuente.
¿Qué, pues, nos enseñó el Maestro?
Podemos resumirlo en tres palabras: bautoridad binfalibilidad bsuficiencia.
En Juan 10:34 al 36 el Señor utiliza
referencias del Antiguo Testamento para apoyar sus demandas de divinidad,
juntando en una estas tres verdades importantes para nuestra edificación: “¿No
está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois? Si llamó dioses a aquellos a
quienes vino la palabra de Dios (y la escritura no puede ser quebrantada), ¿al
que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque
dije: Hijo de Dios soy?”
1.
Autoridad Al llamar el Antiguo Testamento “la palabra de Dios” (v. 35), el
Señor Jesús está subrayando su origen sobrenatural. Desde luego, Dios usó
instrumentos humanos para escribir sus palabras, pero de cualquier modo es su
voz la que nos habla. La persistencia de los profetas, “Así dijo Jehová,” no es
una fórmula sin sentido; es un constante y necesario recordatorio de que
estamos escuchando no un razonamiento humano sino una revelación divina.
En Pentecostés Pedro cuidadosamente
diferencia entre el mensaje y el portavoz: “Era necesario que se cumpliese la
Escritura en que el Espíritu Santo habló antes por boca de David” (Hechos
1:16). ¡Cuán reverentemente hemos de acercarnos a Libro que es en su totalidad
el consejo del Dios vivo! El salmista escribe: “Bendecid a Jehová, vosotros sus
ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutan su palabra, obedeciendo a la voz
de su precepto” (Salmo 103:20).
En nuestra lectura bíblica diaria,
¿estamos persuadidos de que esta es la voz de Dios, tan real, poderoso y llena
de autoridad tal como si Él estuviese hablando audiblemente desde el cielo?
Seamos como los tesalonicenses que recibieron el evangelio “no como palabra de
hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios” (1 Tesalonicenses 2:13).
2.
Infalibilidad Si la autoridad enfatiza el poder de la Palabra, la
infalibilidad nos revela su pureza, “libre de toda falsedad o error ...
totalmente cierta y fiable en todas sus afirmaciones”. Esto es lo que el Señor
Jesús está enseñando cuando sostiene que “la escritura no puede ser
quebrantada” (v. 35). Él cita unas sesenta veces del Antiguo Testamento (y de
ninguna otra fuente), nunca para censurar sino siempre para confirmar su
exactitud.
Piensa en alguno de los sucesos
históricos específicos que Él corrobora: el relato de la creación (Mateo
19:4,5), el primer asesinato (Lucas 11:51), el diluvio universal (Mateo 24:37
al 39), la destrucción de Sodoma (Lucas 17:29). No podemos escapar al hecho de
que el Salvador dio su sello de aprobación al Antiguo Testamento como inspirado
por Dios y Palabra sin tacha. De hecho, fue todavía más lejos al preguntar cómo
la gente puede creer en Él si rechazan las palabras de Moisés (Juan 5:46,47).
Es lógicamente imposible para aquel que acepta la autoridad de Cristo, dudar de
cualquier parte del Antiguo Testamento.
3.
Suficiencia La autoritaria e infalible Biblia no es un libro de texto
estéril y polvoriento; por el contrario, es gloriosamente suficiente para
satisfacer todas las necesidades del creyente. El Señor Jesús utilizó el
Antiguo Testamento como su última corte de apelación cuando contestó a los
judíos: ¿No está escrito en vuestra ley ...?” (v. 34). Por lo tanto, cuando los
problemas, preguntas y situaciones difíciles se ciernan sobre nosotros, debemos
volvernos al Libro.
La suficiencia de las Escrituras se
ejemplifica magistralmente en el modo en que el Señor Jesús derrotó a Satanás
en el desierto. La serpiente antigua es ahuyentada simplemente por la efectiva
y apropiada mención de las Escrituras (Mateo 4:4,7,10). El Hijo de Dios
requiere de nosotros no una educación universitaria sino un conocimiento
profundo de la Biblia para disipar las dudas y temores con que Satanás busca
corromper nuestra mente. Pero, recuerda que para usar esta espada de dos filos
debemos conocerla bien. Sólo el estudiante consagrado de la Palabra probará
verdaderamente su suficiencia cuando la oportunidad lo requiera.
Por si exista alguna objeción en
cuanto a que el Señor Jesús está evaluando solamente el Antiguo Testamento,
podemos demostrar que Él también autoriza el Nuevo por adelantado: “el Espíritu
Santo ... os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26). Estas palabras
anticipan y autorizan los Evangelios. “Él os guiará a toda la verdad” y “os
hará saber las cosas que habrán de venir” (Juan 16:13), cubre las Epístolas y
el Apocalipsis. Esto escritos también son autoritarias, infalibles y suficientes
porque nacen del Espíritu que revela toda la verdad necesaria.
Los mismos escritores del Nuevo
Testamento reconocían que estaban transcribiendo la Palabra de Dios (1
Corintios 14:37), y así podían situar sus escritos en el mismo nivel con
aquellos de Antiguo Testamento (2 Pedro 3:2,16).
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