¿Es la ley una «regla de vida» para el cristiano?
Hay
tres importantes puntos, relacionados entre sí, que a veces son tergiversados,
sobre los cuales quisiéramos escribir unas palabras con el solo fin de guardar
la verdad de toda falsificación, y de remover, dentro de nuestras capacidades,
un tropiezo del camino de los lectores honestamente interesados en la verdad de
Dios. Estos puntos son, el sábado, la ley y el ministerio cristiano. En esta
ocasión sólo vamos a considerar el tema de la ley en relación con el cristiano,
dejando para otra oportunidad los otros dos puntos.
A la ley
se la contempla erróneamente de dos maneras:
• Primero, como fundamento de la justificación,
y
• Segundo, como regla de vida del cristiano
Un pasaje
o dos de la Escritura serán suficientes para zanjar la cuestión tanto de lo uno
como de lo otro. En cuanto a la justificación:
“Ya
que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él;
porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20).
“Concluimos,
pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Romanos
3:28).
“Sabiendo
que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de
Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados
por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de
la ley nadie será justificado” (Gálatas 2:16).
En
cuanto al hecho de ser una regla de vida, leemos:
“Así
también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de
Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que
llevemos fruto para Dios” (Romanos 7:4).
“Pero
ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos
sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu [lit.: ‘en novedad
de espíritu', véase Lacueva] y no bajo el régimen viejo de la letra” (Romanos
7:6).
Obsérvense
dos cosas en este último pasaje citado:
1. “Estamos libres de la ley”
2. No para hacer lo que agrada a la vieja
naturaleza, sino para que sirvamos “en novedad de espíritu”.
Aunque
fuimos librados de esclavitud, es nuestro privilegio “servir” en libertad.
Asimismo, leemos también en este capítulo:
“Y
hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte”
(v. 10).
Evidentemente,
la ley no demostró ser una prueba de vida para él.
“Y
yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió
y yo morí” (v. 9).
Independientemente
de quién represente el “yo” en este capítulo de la epístola a los Romanos, él
estaba vivo hasta que vino la ley, y entonces murió. De ahí, pues, que la ley
no podía haber sido una regla de vida para él; ella, en realidad, era todo lo
contrario: una regla de muerte.
Es
evidente, pues, que un pecador no puede ser justificado por las obras de la
ley; y es igualmente evidente que la ley no constituye la regla de vida del
creyente:
“Porque
todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues
escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas
escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (Gálatas 3:10).
La
ley no reconoce ninguna distinción entre un hombre nacido de nuevo y otro que
no lo es; maldice a todos los que intentan colocarse ante ella; rige y maldice
a un hombre entretanto éste vive. Nadie como el verdadero creyente reconocerá
plenamente que es incapaz de guardarla, y nadie así estaría más completamente
bajo la maldición.
¿Cuál
es, pues, el fundamento de nuestra justificación? Y ¿cuál es nuestra regla de
vida? La Palabra de Dios responde de la siguiente manera: Somos “justificados
por la fe de Cristo” (Gálatas 2:16), y Cristo es nuestra regla de vida. Él
llevó todos “nuestros pecados en su propio cuerpo sobre el madero” (1.a
Pedro 2:24). Cristo fue “hecho por nosotros maldición” (Gálatas 3:13). Él bebió
por nosotros la copa de la justa ira de Dios “hasta sus sedimentos” (Isaías
51:17; Juan 18:11). Despojó a la muerte de su aguijón, y al sepulcro de su
victoria (1.a Corintios 15:55- 56). Dio su vida por nosotros.
Descendió hasta la muerte, donde estábamos nosotros, a fin de conducirnos a una
eterna asociación con Él en vida, justicia, favor y gloria delante de nuestro
Dios y de Su Dios, de nuestro Padre y de Su Padre. (Véanse cuidadosamente los
siguientes pasajes: Juan 20:17; Romanos 4:25; Romanos 5:1-10; Romanos 6:1-11;
Romanos 7. Romanos 8:1-4; 1.a Corintios 1:30, 31; 1.a
Corintios 6:11; 1.a Corintios 15:55- 57; 2.a Corintios 5:17-21;
Gálatas 3:13, 25-29; Gálatas 4:31; Efesios 1:19-23; Efesios 2:1-6; Colosenses
2:10-15; Hebreos 2:14, 15; 1.a Pedro 1:23.).
Si
el lector pondera con oración todos estos pasajes de las Escrituras, verá
claramente que no somos justificados por las obras de la ley, y no sólo eso,
sino que también verá cómo somos justificados. Verá los profundos y sólidos
fundamentos de la vida, la justicia y la paz cristianas, conforme a los
consejos eternos que Dios tenía en sus planes, puestos en la consumada
expiación de Cristo, desarrollados por Dios el Espíritu Santo en la Palabra
escrita, y hechos efectivos en la bienaventurada experiencia de todos los
verdaderos creyentes.
Luego,
en cuanto a la regla de vida del creyente, el apóstol no dice: «Para mí el
vivir es la ley», sino: “Para mí el vivir es Cristo” (Filipenses 1:21). Cristo
es nuestra regla, nuestro modelo, nuestra piedra de toque, nuestro todo. Lo que
el cristiano debiera preguntarse continuamente en su vida, no es: «¿Es esto
conforme a la ley?», sino: «¿Es esto conforme a Cristo?». La ley nunca podría
enseñarme a amar, a bendecir y a orar por mis enemigos; pero esto es
precisamente lo que el Evangelio me enseña a hacer, y lo que la nueva
naturaleza me lleva a hacer. “El cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos
13:10), y si yo no obstante fuese a buscar justificación por la ley, estaría
perdido; y si fuese a hacer de la ley mi norma de acción, erraría totalmente mi
propio blanco. Fuimos predestinados para ser conformados, no a la ley, sino a
la imagen del Hijo de Dios. Debemos ser como Él. (Véanse los siguientes
pasajes: Mateo 5:21-48; Romanos 8: 29; 1.a Corintios 13:4-8; Romanos
13:8-10; Gálatas 5:14-26; Efesios 1:3-5; Filipenses 3:20, 21; Filipenses 2:5;
Filipenses 4:8; Colosenses 3:1-7).
A
algunos les parece una paradoja que se diga que “la justicia de la ley se
cumple en nosotros” (Romanos 8:4) y a la vez que no podemos ser justificados
por la ley, ni hacer de la ley nuestra regla de vida. Sin embargo, así es si
hemos de formar nuestras convicciones por la Palabra de Dios. Tampoco para la
mente renovada existe la menor dificultad en el entendimiento de esta bendita
doctrina. Nosotros estábamos, por naturaleza, “muertos en nuestros delitos y
pecados” (Efesios 2:1), y ¿qué puede hacer un hombre muerto? ¿Cómo puede un
hombre obtener la vida guardando aquello que requiere vida para poder ser
guardado; una vida que no tiene? Y ¿cómo obtenemos nosotros la vida? Cristo es
nuestra vida. Vivimos en Aquel que murió por nosotros; somos bendecidos en
Aquel que fue hecho maldición por nosotros al ser colgado en un madero; somos
justos en Aquel que fue hecho pecado por nosotros; somos traídos cerca en Aquel
que fue arrojado fuera por nosotros (Romanos 5:6-15; Efesios 2:4-6; Gálatas
3:13).
Teniendo
así, pues, vida y justicia en Cristo, somos llamados a andar como Él anduvo, y
no simplemente a andar como un judío. Somos llamados a purificarnos, así como
él es puro; a andar en sus pisadas; a anunciar sus virtudes; a manifestar su
Espíritu (Juan 13:14, 15; Juan 17:14-19; 1.a Pedro 2:21; 1.a
Juan 2:6, 29; 1.a Juan 3:3).
Concluiremos
nuestras observaciones sobre este tema sugiriendo al lector dos preguntas, a
saber:
(1) ¿Podrían los Diez Mandamientos sin el Nuevo
Testamento ser una regla de vida suficiente para el creyente?
(2) ¿Podría el Nuevo Testamento sin los Diez
Mandamientos ser una regla de vida suficiente?
Seguramente
aquello que es insuficiente, no puede ser nuestra regla de vida. Recibimos los
Diez Mandamientos como parte del canon de la inspiración; y, además, creemos
que la ley permanece plenamente vigente para regir y maldecir a un hombre en
tanto que éste vive. Que un pecador tan sólo intente obtener vida mediante la
ley, y verá dónde ésta lo emplazará; y que un creyente tan sólo dirija su
camino conforme a ella, y verá lo que la ley hará de él. Estamos plenamente
convencidos de que, si un hombre anda conforme al espíritu del Evangelio, no cometerá
homicidio ni hurtará; pero también estamos convencidos de que todo hombre que
se circunscriba a las normas de la ley de Moisés, se desviará totalmente del
espíritu del Evangelio.
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