Muestras
Heroicas de la semejanza a Cristo
William
Macdonald
Henry Suso fue un místico alemán que vivió en el 1300.
Él, Paul Tersteegen, y algunos otros creyentes devotos eran conocidos como “Los
amigos de Dios.” Fueron hombres que “(permanecieron) en el lugar secreto del
Altísimo.” Ellos fueron como los hombres bienaventurados del Salmo 1, cuyo
“gozo (estaba) en la ley del Señor, y en Su ley (ellos meditaban) día y noche.”
Su ciudadanía estaba en el cielo. La santidad de sus vidas era proverbial.
Un día alguien golpeó a la puerta de Suso. Cuando abrió,
una mujer a quien él nunca antes había visto estaba allí parada con un bebé en
sus brazos. Sin advertencia alguna le entregó al bebé en sus brazos, diciendo:
“Aquí tienes el fruto de tu pecado,” y se fue caminando.
Suso estaba aturdido. Su culpabilidad infundada lo golpeó
como un rayo. Se quedó parado allí, con un pequeño infante en sus brazos. No
había duda de que el niño era fruto del pecado de ella, pero no del de él. Hoy
ella lo podría haber puesto en una bolsa plástica y depositado en un contenedor
de basura. Pero para ella era más importante culpar a alguien más.
Las noticias del incidente se esparcieron rápidamente por
la ciudad, exponiendo a Suso a la culpa de ser un fraude religioso. Pero él no
era ni un hipócrita ni un fraude. Todo lo que podía hacer era retirarse y
llorar.
“¿Qué debo hacer, Señor? Tú sabes que soy inocente.”
La respuesta vino a él, clara y sencillamente: “Haz como
yo hice: sufre por los pecados de otros y no digas nada.” Suso tuvo una fresca
visión de la cruz, y la paz inundó su alma.
Crio al bebé como si fuera suyo, sin defenderse jamás del
cargo.
Años más tarde, la mujer pecadora retomó a la ciudad y
les dijo a todos que Suso era inocente, que su acusación contra él era falsa.
El daño estaba hecho, pero Dios lo había cambiado para bien. Suso se había
convertido en alguien más conforme a la voluntad de Dios. Él había ganado la
victoria.
Leemos en el Antiguo Testamento que José experimentó
dolor en su corazón e injusticia por ser acusado falsamente. Aquella seductora
mujer lo culpó de intento de violación, usando el argumento de su túnica como
prueba de su supuesto pecado. No obstante, encomendó su caso al Señor,
dependiendo de Él para ser vindicado.
El Señor Jesús fue acusado falsamente. Sus enemigos
insistían en que Él había nacido fuera del matrimonio. Sostenían que realizaba
los milagros por el poder de Satanás. Lo acusaban de subversión contra el
gobierno romano. Pero fue capaz de decir en los momentos más difíciles: “Sí, Padre,
porque así te agradó.”
Aprendemos
de Su ejemplo que no necesitamos justificamos a nosotros mismos, ni recurrir a
la ayuda legal. Dios permite que el pecado se manifieste por sí mismo, exponiendo
al acusador, y honrando a la víctima.
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