lunes, 26 de junio de 2023

Viviendo por encima del promedio (2)

 

Muestras Heroicas de la semejanza a Cristo

William Macdonald



Henry Suso fue un místico alemán que vivió en el 1300. Él, Paul Tersteegen, y algunos otros creyentes devotos eran conocidos como “Los amigos de Dios.” Fueron hombres que “(permanecieron) en el lugar secreto del Altísimo.” Ellos fueron como los hombres bienaventurados del Salmo 1, cuyo “gozo (estaba) en la ley del Señor, y en Su ley (ellos meditaban) día y noche.” Su ciudadanía estaba en el cielo. La santidad de sus vidas era proverbial.

Un día alguien golpeó a la puerta de Suso. Cuando abrió, una mujer a quien él nunca antes había visto estaba allí parada con un bebé en sus brazos. Sin advertencia algu­na le entregó al bebé en sus brazos, diciendo: “Aquí tienes el fruto de tu pecado,” y se fue caminando.

Suso estaba aturdido. Su culpabilidad infundada lo gol­peó como un rayo. Se quedó parado allí, con un pequeño infante en sus brazos. No había duda de que el niño era fru­to del pecado de ella, pero no del de él. Hoy ella lo podría haber puesto en una bolsa plástica y depositado en un con­tenedor de basura. Pero para ella era más importante culpar a alguien más.

Las noticias del incidente se esparcieron rápidamente por la ciudad, exponiendo a Suso a la culpa de ser un fraude religioso. Pero él no era ni un hipócrita ni un fraude. Todo lo que podía hacer era retirarse y llorar.

“¿Qué debo hacer, Señor? Tú sabes que soy inocente.”

La respuesta vino a él, clara y sencillamente: “Haz co­mo yo hice: sufre por los pecados de otros y no digas nada.” Suso tuvo una fresca visión de la cruz, y la paz inundó su alma.

Crio al bebé como si fuera suyo, sin defenderse jamás del cargo.

Años más tarde, la mujer pecadora retomó a la ciudad y les dijo a todos que Suso era inocente, que su acusación contra él era falsa. El daño estaba hecho, pero Dios lo ha­bía cambiado para bien. Suso se había convertido en al­guien más conforme a la voluntad de Dios. Él había gana­do la victoria.

Leemos en el Antiguo Testamento que José experimentó dolor en su corazón e injusticia por ser acusado falsamente. Aquella seductora mujer lo culpó de intento de violación, usando el argumento de su túnica como prueba de su su­puesto pecado. No obstante, encomendó su caso al Señor, dependiendo de Él para ser vindicado.

El Señor Jesús fue acusado falsamente. Sus enemigos insistían en que Él había nacido fuera del matrimonio. Sos­tenían que realizaba los milagros por el poder de Satanás. Lo acusaban de subversión contra el gobierno romano. Pero fue capaz de decir en los momentos más difíciles: “Sí, Pa­dre, porque así te agradó.”

Aprendemos de Su ejemplo que no necesitamos justifi­camos a nosotros mismos, ni recurrir a la ayuda legal. Dios permite que el pecado se manifieste por sí mismo, expo­niendo al acusador, y honrando a la víctima.

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