lunes, 26 de junio de 2023

Figuras de Cristo (18)


El Altar del Incienso (Éxodo 30:1-10) 

W.A. Deans

El Lugar Santo en el tabernáculo estaba separado del Lugar Santísimo por un velo; una hermosa cortina de lino.

Ya hemos leído acerca de dos cosas que estaban en el lugar santo: el candelabro de oro y la mesa de oro para los panes. La tercera cosa que estaba en el Lugar Santo era el altar del in­cienso. El sacerdote usaba este altar para quemar el incienso que subía a Dios como olor fragante. No era usado para sacrificios de animales.

El altar del incienso estaba hecho de madera de acacia y cubierto de oro. Era de medio metro de longitud, medio metro de anchura y casi un metro de alto. Había cuatro cuernos en las cuatro esquinas y un borde de oro alrededor de él.

El altar del incienso per­manecía enfrente del velo que dividía el Lugar Santo del Lugar Santísimo. Cada mañana y cada tarde, el sacerdote cuidaba las lámparas del candelabro y al mismo tiempo tomaba car­bones encendidos del altar de bronce que estaba en el patio y los ponía en el altar del incienso. Así había siempre fuego e incienso aromático ardiendo en el altar de oro.

Una vez cada año en el día de la expiación, el Sumo Sacer­dote tomaba sangre de un sacrificio del altar de bronce y la traía al Lugar Santo y la ponía en los cuernos del altar del in­cienso para hacer expiación por él. Nosotros también debemos ser limpios por sangre, la sangre de Cristo antes de que Dios pueda aceptar nuestra adoración.

El altar del incienso nos hace pensar del trabajo de Cristo en los cielos por su pueblo en la actualidad. Él está en la presencia de Dios en nuestro favor e intercede por nosotros, Hebreos 7:25 y 9:24.

Podemos alabar a Dios solamente a través de Cristo, Hebreos 13:15. Él es como un altar de incienso para nosotros. Ya hemos visto que la madera de acacia nos habla de Cristo como hombre y que el oro nos muestra que él es Dios. Él es el Hijo del hombre y el Hijo de Dios. Es Cristo como hombre que intercede por nosotros en el cielo, Hebreos 7:25.

Así en Apocalipsis 8:3,4 leemos acerca del ángel que per­manecía delante del altar del incienso. Este ángel es el Señor Jesús, léanse estos dos versículos despacio y con cuidado. Hoy, el Señor Jesucristo, nuestro Gran Sumo Sacerdote añade su incienso aromático a nuestras oraciones y juntos se elevan a través del fuego del Espíritu Santo en olor fragante agradable a Dios.

Todos los cristianos tenemos el privilegio de adorar a Dios como sacerdotes. Pedro escribió que somos piedras vivientes que somos usados en la construcción del templo espiritual donde servimos como sacerdotes. Nuestro servicio consiste en ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios a través del Señor Jesucristo, 1 Pedro 2:5. Ofrecemos sacrificios de alabanza a Dios a través de Cristo, nuestro Gran Sumo Sacerdote.

Ya hemos leído acerca de los carbones encendidos que el Sumo Sacerdote tomaba del altar de bronce para quemar el incienso en el altar del incienso. No podían ser usados otros carbones. Estos carbones del altar del sacrificio nos hacen pensar en la sangre de nuestro Señor Jesucristo y del fuego del Espíritu Santo. Nosotros también podemos traer nuestros sacrificios de alabanza solo a causa de la muerte de Cristo y a través del poder del Espíritu Santo. No permitamos ningún otro fuego, fuego no santo, y no tratemos de adorar a Dios de ninguna manera que no esté de acuerdo con su voluntad. Recuerda a Eliab y a Abiú, Levítico 10:1,2.

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