El Altar del Incienso (Éxodo 30:1-10)
El
Lugar Santo en el tabernáculo estaba separado del Lugar Santísimo por un velo;
una hermosa cortina de lino.
Ya
hemos leído acerca de dos cosas que estaban en el lugar santo: el candelabro de
oro y la mesa de oro para los panes. La tercera cosa que estaba en el Lugar
Santo era el altar del incienso. El sacerdote usaba este altar para quemar el
incienso que subía a Dios como olor fragante. No era usado para sacrificios de
animales.
El
altar del incienso estaba hecho de madera de acacia y cubierto de oro. Era de medio
metro de longitud, medio metro de anchura y casi un metro de alto. Había cuatro
cuernos en las cuatro esquinas y un borde de oro alrededor de él.
El
altar del incienso permanecía enfrente del velo que dividía el Lugar Santo del
Lugar Santísimo. Cada mañana y cada tarde, el sacerdote cuidaba las lámparas
del candelabro y al mismo tiempo tomaba carbones encendidos del altar de
bronce que estaba en el patio y los ponía en el altar del incienso. Así había
siempre fuego e incienso aromático ardiendo en el altar de oro.
Una
vez cada año en el día de la expiación, el Sumo Sacerdote tomaba sangre de un
sacrificio del altar de bronce y la traía al Lugar Santo y la ponía en los
cuernos del altar del incienso para hacer expiación por él. Nosotros también
debemos ser limpios por sangre, la sangre de Cristo antes de que Dios pueda
aceptar nuestra adoración.
El
altar del incienso nos hace pensar del trabajo de Cristo en los cielos por su
pueblo en la actualidad. Él está en la presencia de Dios en nuestro favor e intercede
por nosotros, Hebreos 7:25 y 9:24.
Podemos
alabar a Dios solamente a través de Cristo, Hebreos 13:15. Él es como un altar
de incienso para nosotros. Ya hemos visto que la madera de acacia nos habla de
Cristo como hombre y que el oro nos muestra que él es Dios. Él es el Hijo del
hombre y el Hijo de Dios. Es Cristo como hombre que intercede por nosotros en
el cielo, Hebreos 7:25.
Así
en Apocalipsis 8:3,4 leemos acerca del ángel que permanecía delante del altar
del incienso. Este ángel es el Señor Jesús, léanse estos dos versículos
despacio y con cuidado. Hoy, el Señor Jesucristo, nuestro Gran Sumo Sacerdote
añade su incienso aromático a nuestras oraciones y juntos se elevan a través
del fuego del Espíritu Santo en olor fragante agradable a Dios.
Todos
los cristianos tenemos el privilegio de adorar a Dios como sacerdotes. Pedro
escribió que somos piedras vivientes que somos usados en la construcción del
templo espiritual donde servimos como sacerdotes. Nuestro servicio consiste en
ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios a través del Señor
Jesucristo, 1 Pedro 2:5. Ofrecemos sacrificios de alabanza a Dios a través de
Cristo, nuestro Gran Sumo Sacerdote.
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