lunes, 26 de junio de 2023

COMO CONOCER LA VOLUNTAD DE DIOS

 Siempre ha existido ansiedad en el corazón de los hombres por conocer la voluntad de los dioses. El A. T. habla de paganos, como el rey de Babilonia. Detenido ante una encrucijada, hace uso de la adivinación, sacude las saetas, consulta a los ídolos y mira el hígado (Ezeq. 21:21). Otros lo hacen de diferente modo, y aun nuestra gente moderna —que pretende ser tan civilizada— consulta horóscopos en revistas y periódicos. Lo hace porque siente necesidad de ayuda, pues el pecado ha desorganizado todo su ser. En cam­bio, cuando el hombre es regenerado, el mismo Espíritu Santo toma a su cargo la dirección de su vida.

Es evidente pues que toda forma de adivinación nace del deseo de obtener conocimiento del futuro, aun clandestinamente; y esto es una imitación satánica de la profecía. El Espíritu Santo es quien guía a los verdaderos hijos de Dios, pero son demonios los que guían en el otro caso; ellos tienen cier­to conocimiento que podremos llamar super físico.

Cuando el Espíritu toma posesión del creyente, él mismo lo guiará, aunque no necesariamente por medios sobrenaturales. A veces lo ha hecho por instrucción oral, “habló Dios a Abraham; a Moisés", etc., o mediante visio­nes y sueños. Pero es necesario advertir que entonces no había una revela­ción completa, escrita. Otro modo fue la nube y la columna de fuego. Habiendo redimido a su pueblo, Dios descen­dió para morar en medio de él y andar con él. No lo dejo ir a su heredad como pudiera. Israel debía ser un pue­blo guiado y obediente. La nube escribió “si el Señor quiere” sobre todos sus movimientos; hizo que ellos vol­vieran a ser como niños. Nosotros pues podemos esperar también que Dios haya provisto algo que nos sirva de brújula en nuestra peregrinación; y por cierto es así, y no es algo, sino Alguien, ¡Se trata de una Persona!

En el discurso del Señor que ha­llamos en Juan cp. 14 al 18, leemos que preparaba a los suyos para Su salida de este mundo. Pero les prometió que vendría OTRO guiador. “El Espíritu de verdad”. Ahora nuestro Señor está en el cielo, pero el Espíritu Santo es­tá aquí, y su misión es guiarnos.

Cada uno de nosotros sabe lo que es estar en situación de perplejidad, y tener necesidad de hacer algo. Segu­ramente Israel en su tierra no fue guiado otra vez exactamente como cuando estaba en el desierto. No obstante, la presencia invisible de Dios por su Espíritu, y según su palabra, siem­pre estuvo guiando y protegiendo.

Algunas palabras de advertencia —exenta de dogmatismo— acerca de costumbres no recomendables nos vendrían bien, pues sabemos que han sido motivo de bendición a almas sencillas. Sabemos de aquellos que siempre buscan la dirección del Señor por medio de una “cajita de sorpresas”. Al­guien ha dicho que junto a ella habría que poner una “caja de advertencias”. Otros dicen ser guiados por impulsos. “Se sienten guiados”. Es cierto que a veces el Espíritu obra así; no obstante, es indispensable estar siempre en comunión con el Señor.

No podemos caminar en las sendas de justicia solamente por medio de presentimientos. Muchas veces esto de “sentirse guiado” no es más que una excusa para justificar hechos apresurados, y ministerio sin provecho. Según las Escrituras no es cosa de “sentirse guiados”. Somos guiados por el Espíritu. Además, la dirección del Espíritu no es para tiempos de crisis solamente, sino para toda la vida. Es por esta ra­zón que nos ayuda grandemente al sobrevenir los momentos de crisis.

Señales sobrenaturales. Tales cosas son buscadas muchas veces por los es­piritualmente inmaduros. Vista no es compatible con Fe, y no debemos olvida— míe los adversarios también hacen señales. Las señales sobrenaturales no forman parte de la guía divina normal.

Cristo dijo a los suyos acerca del Espíritu Santo: “os guiará”. Y esto su­giere una mano amorosa extendida pa­ra dirigir, “os guiará a toda la verdad” (Jn. 16:13). Los apóstoles tenían que ser testigos de todo lo que aconteció, a fin de llegar a ser los escritores e intérpretes de Cristo para todo el tiempo, para que en cada generación por su palabra otros creyeran. (Tn. 17:20). El conocimiento que los apóstoles recibie­ron por tal guía, quedó registrado permanentemente en el Nuevo Testamento. El Espíritu los guio a escribir, así como ahora nos guía a nosotros al leer, para que crezcamos en el conocimiento de su voluntad. Si quisiéramos ser guiados por el Espíritu en los asuntos de nuestra fe, éstas son las Escrituras que tendremos que estudiar. La palabra de Dios es el “libro de texto”, y ninguna cosa que no cuadre bien con el LIBRO podrá ser considerada como enseñada por El.

Todo creyente debe experimentar para si la guía y la iluminación del Espíritu. Las condiciones no son difíciles de obtener. Consiste sencillamente en la atención humilde y expectante. Y en leer las Escrituras con ferviente oración. Y al leer u oír la Palabra, el Espíritu será nuestro Guía y Enseñado.

Es también obra del Espíritu que mora en nosotros, el conducimos a la contemplación del divino rostro; y a una vida de oración e intercesión. Él nos guiará en el camino de la santidad de vida (Ezeq. 36:27, Isa: 30:21). La característica de tal vida es que nunca se guía por las normas y deseos de la carne, ni por la manera de pensar del mundo.

“Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios” (Rom. 8:14). La expresión “hijos de Dios” significa no solamente que somos de la familia de Dios, sino que además manifestamos la dignidad de “hijos de Dios”. Todo creyente es hijo de Dios por nacimiento, pero todo hi­jo no está mostrando la dignidad del estado de hijo. Vive como niños que no ven, sin realizar la alta dignidad de su vocación y estado.

La vida del Espíritu dentro del creyente autentica del estado de hijo. Es el especial privilegio de ellos ser guiados por el Espíritu; por la palabra que es inspirada y por Su testimonio dentro del alma, que ilumina el enten­dimiento y vivifica la conciencia, de tal manera que tiene un instinto espiritual y un discernimiento sano de las cosas de Dios. Este es el principio que ha de guiar la vida. Y en esto no hay nada que tenga que ver con un mero entusiasmo o éxtasis. Todo habla de la su­jeción del corazón al gobierno de la voluntad de Dios en nuestras palabras, obras y pensamientos. Sujeción que desde nuestro punto de vista es voluntaria, y sin embargo es debida al divino Agente y Enseñador que mora adentro. Se trata de una entrega y un santo abandono al Espíritu Santo, el cual ha de guiarnos. Tal guía llevará a la mortificación de la carne, y por la obediencia a Él nunca seremos derro­tados por ella.

Recibimos el “Espíritu de adopción” (Rom. 8:15). Significa dar el lugar de hijo a alguien a quien por naturaleza no le pertenece. El contraste es entre la posición sin privilegios de un esclavo, y la de aquel que no solamente es reconocido como un miembro de la familia, sino también es poseído de una dignidad: es hijo y heredero. Porque aquellos que han recibido el Espíritu de adopción son herederos de Dios (Efes. 1:5).

En la carta a los Romanos. Pablo contrasta el presente con el glo­rioso futuro. Somos hijos de Dios aun­que ahora estemos viajando como in­cógnitos por el mundo. En el pasaje paralelo de Gálatas 4:6, leemos del Espíritu de su Hijo. Allí el presente es contrastado con el pasado que fue invalidado en Cristo. Es la acción del Espíritu del Hijo sobre nuestro espíritu que nos hace clamar “Abba Padre”. El Espíritu llena el alma con amor de tal manera que es d gozo del hijo obede­cer. Por el Espíritu la ley se cumple, pero al mismo tiempo su dominio que­da abolido. No es más un freno que moleste, pues el creyente, dulcemente constreñido por el Espíritu hace la voluntad de Dios, y guiado por el Espíritu vive una vida libre de egoísmo y Heno de fruto para Dios.

Walter T. Bevan

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