domingo, 7 de julio de 2024

¿LA DOCTRINA O ESPERANDO AL HIJO? AP. 1:5-7

 En días como los presente, cuando el conocimiento sobre la pregunta que encabeza este estudio es ampliamente difundido, se hace más necesario enfatizar sobre la conciencia del lector cristiano la gran distinción entre el sencillo mantenimiento de la doctrina de la Segunda Venida del Señor y la actual esperanza de su aparición (1Tes. 1:10). Pero ¡Ay de aquellos que sostienen una elocuente predicación sobre la doctrina del segundo advenimiento de quien realmente no conocen, advenimiento que ellos profesan creer y predicar! Estos malvados debían ser puestos fuera al tratar con ellos. La presente es una edad de conocimiento - o de conocimiento religioso, pero ¡Oh!, el conocimiento no es vida, el conocimiento no es poder, el conocimiento no será una liberación ni de Satanás, ni del mundo, ni de la muerte, ni del infierno. El conocimiento, según entiendo, es una muestra del conocimiento de Dios en Cristo. Uno puede saber un gran tema de las Escrituras, un gran tema de la profecía, un gran tema de la doctrina, y estar muerto en delitos y pecados.

Hay, sin embargo, una clase de conocimiento que necesariamente, incluye vida eterna y ese es el conocimiento de Dios, como Él es revelado en la faz de Jesucristo “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien has enviado” (Juan 17:3). Ahora, es imposible estar viviendo en la expectación del día y la hora de “la venida del Hijo del Hombre”, si el Hijo del Hombre no es conocido en la experiencia. Yo puedo concluir efectos proféticos por un mero estudio y en el ejercicio de mis facultades intelectuales, descubrir la doctrina de la Segunda Venida del Señor, y aún ser totalmente ignorante de Cristo, viviendo una vida de no pertenencia de Su corazón. ¡Cuan a menudo ha sido este el caso! Cuantos hemos sido sorprendidos con su vasto fundamento de conocimiento profético - un fundamento adquirido, el cual puede ser por años de laboriosa búsqueda y así al final se prueban ellos mismos de haber sido iluminados por una luz no santa - luz no adquirida por la espera en oración delante de Dios. Seguramente el pensamiento de esto afectará profundamente nuestros corazones y solemnizará nuestras mentes y nos instará a inquirir quiéralo o no, a conocer a aquella bendita persona, quien una y otra vez, anuncia Él mismo “viene pronto”; también, si no le conocemos, podemos hallarnos en el número de quienes son acusados por el profeta en las siguientes palabras introductorias: “¡Ay de los que desean el día de Jehová! ¿Para qué queréis este día de Jehová? Será de tinieblas, y no de luz, como el que huye de delante del león, y se encuentra con el oso; o como si entrare en casa y apoyare su mano en la pared, y le muerde una culebra. ¿No será el día de Jehová tinieblas, y no luz; oscuridad, que no tiene resplandor?” (Amos 5:18-20).

El capítulo dos de Mateo nos provee de una muy atractiva ilustración de la diferencia entre un mero conocimiento profético de Cristo -- mostrando en el ejercicio del intelecto sobre la letra de las Escrituras, y el designio del Padre en la persona de Cristo. Los sabios manifiestamente guiados por el dedo de Dios estaban en la verdadera y seria búsqueda de Cristo, y lo encontraron. En cuanto al conocimiento escritural ellos no podrían, por el momento, haber competido con los jefes de los sacerdotes y los escribas; ¿Qué había hecho el conocimiento escritural sobre estos últimos?, ¿Por qué se prestaron como instrumentos eficientes para Herodes, quien los llamó con el propósito de usar su conocimiento bíblico en su mortal oposición al Ungido de Dios? Ellos eran capaces de darle capítulo y versículo, como dijimos. Pero, mientras ellos estaban ayudando a Herodes a través de su conocimiento, los sabios estaban, por designio del Padre, efectuando su camino a Jesús. ¡Bendito contraste!, ¡Era mucho más feliz ser un escriba docto y tener un corazón frío, muerto y distante del Bendito!, ¡Cuánto mejor es tener el corazón lleno de un vivo afecto por Cristo que tener un cúmulo de intelecto con el más exacto conocimiento de la letra de la Escritura!

¿Cuál es la característica melancólica del tiempo presente? Una amplia difusión del conocimiento escritural con un amor pequeño por Cristo, una pequeña devoción por Su obra; abundante preparación para citar las Escrituras, como los escribas y los jefes de los sacerdotes, más con un pequeño propósito del corazón. A diferencia de los sabios que abren los tesoros y los presentan a Cristo como ofrendas voluntarias de corazones llenos de un sentido de lo que Él es. Lo que debemos desear es una devoción personal y no una mera exposición vacía de conocimiento. No es que desestimemos el conocimiento escritural, Dios nos libre si ese conocimiento no es hallado relación con una genuina disciplina. Pero si no es así, me pregunto ¿Qué valor tiene? Ninguno, en absoluto. El más extenso rango de conocimiento, si Cristo no es su centro, será solo algo vano; si; será con toda probabilidad más eficiente instrumento en las manos de Satán para sus nuevos propósitos de hostilidad a Cristo. Un hombre ignorante puede hacerlo, pero como una travesura, pero un hombre culto, sin Cristo, puede hacer un gran negocio.

Los versículos que encabezan este estudio nos presentan las bases divinas sobre las cuales se funda todo el conocimiento escritural, más especialmente el conocimiento profético. Antes que alguien pueda pronunciar su sincero amén al anuncio “He aquí él viene con las nubes”, él tiene que ser capaz, sin duda, de agregar un arrebato bendito de adoración: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre”. El creyente conoce a Aquel que viene, porque Él lo ha amado, y lo ha lavado de sus pecados. El creyente espera el amor eterno que es derramado en su alma. Aquel que es manso y humilde es quién sirvió, sufrió y fue humillado, pronto vendrá en las nubes del cielo, con poder y gran gloria, y todo aquel que le conoce lo recibirá con alegres alabanzas y será capaz de decir: “Este es el Señor, le hemos esperado, nos regocijaremos y nos alegraremos en su salvación”. Pero, ¡ay! Existen muchos quienes esperan y discuten acerca de la venida del Señor los cuales no le esperan completamente, quienes están viviendo para ellos mismos en el mundo, y cuya mente está ocupada en las cosas terrenales. ¡Cuán temible es estar hablando acerca de la venida del Señor y cuando el venga tengan que ser alejados! ¡Oh! Piense en esto, y si Ud. Realmente está consciente de no conocer al Señor, entonces le ruego que contemple al Señor derramando su preciosa sangre para lavarle a usted de sus pecados, y aprender a confiar en Él, apoyarse en Él, regocijarse en Él y sólo en Él.

Pero si usted puede mirar los cielos y decir: “Gracias Dios, yo le conozco y estoy esperándolo”, permítame recordarle lo que dice el apóstol Juan como el resultado práctico de esta bendita esperanza. “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica, así como él es puro”. Si, ésta debe ser el resultado de la espera por el Hijo desde de los cielos y no sólo la mera doctrina profética. Mucho de los caracteres más impuros, profanos e impíos que ha hecho su aparición en el mundo, han sostenido en teoría, el segundo advenimiento de Cristo; pero ellos no estaban esperando al Hijo, por lo tanto, no eran ni podían purificarse ellos mismos. Es imposible que cualquiera pueda estar esperando por la aparición de Cristo, y no hacer esfuerzos para ir creciendo en santidad, separación y un corazón devoto. “He aquí yo vengo pronto, bienaventurado aquel que halle velando así”. Aquellos que conocen al Señor Jesucristo y aman su venida, buscarán diariamente de sacudirse cualquier cosa contraria a la mente de su Maestro; buscarán llegar a ser más y más en conformidad a Él, en todas las cosas. Los hom bres pueden sostener la doctrina de la Segunda Venida de Cristo y aún mantenerse unidos al mundo y a las cosas inherentes a un gran afán, pero el verdadero siervo de corazón mantendrá sus ojos en el retorno de su Maestro, recordando sus palabras benditas: “Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. (Juan 14:3).

C.H. MACKINSTOSH


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