Getsemaní significa “prensa de aceite”. Era el sitio donde Cristo solía encerrarse a solas con su Padre, y también el lugar de confidencias con sus discípulos. Fue un lugar de tentación y oración.
El Señor fue
tentado tanto al principio como al fin de su ministerio. Al principio fue al
desierto para orar y fue tentado por el diablo, y al finalizar su obra fue
duramente tentado por el diablo. En su primera ocasión fue tentado
insistentemente concerniente a su vida, mientras que al fin fue tentado en
relación con su muerte. En la primera, Satanás lo tentó para que probara que,
siendo el mismo Dios, podía vivir como hombre. “... Cristo Jesús, el cual
siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios ... hecho semejante a
los hombres” Filipenses 2.6,8.
En el Calvario
crucificaron su carne, pero en el Getsemaní Él había crucificado su voluntad.
Pero tanto en la primera como en la final salió invicto. En el desierto obtuvo
la victoria por medio de la Palabra de Dios: “Escrito está”. Descargó con la
Palabra un sablazo sobre Satanás, dándole tan tremenda herida que éste tuvo al
fin que alejarse. En la última tentación alcanzó victoria por medio de la
sumisión a la voluntad de su Padre: “Que pase de mí este vaso, no como yo
quiero sino como tú”.
La vida del
cristiano, desde que empieza la carrera que le es propuesta hasta que la
finaliza, está llena de tentaciones, pero, como llevamos la armadura de Dios,
Efesios 6.11 al 17, podemos seguir la trayectoria yendo de triunfo en triunfo.
Aquel que fue tentado es poderoso para ayudarnos hasta el fin: “Confiad, yo he
vencido al mundo”, nos dice el Señor.
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