domingo, 16 de febrero de 2025

Viviendo por encima del promedio (20)

 


Sucedió, algún tiempo después de la resurrección de Cris­to, que el infame Nerón ascendió al poder. Tenía una división de soldados selectos que eran escogidos por sus proezas atlé­ticas. Eran conocidos como los gladiadores del Emperador. Físicamente estos hombres eran especímenes sobresalientes de la humanidad. Eran apuestos, musculosos, y bien propor­cionados, la “crema” de la masculinidad romana.

Cuando marchaban hacia el Coliseo, cantaban: “Somos los luchadores del Emperador. Luchamos por ti, oh rey. Sea que vivamos o muramos, todo es para tu gloria.” Luego competirían en una lucha por Nerón.

Llegó el tiempo en el que fueron enviados al norte para pelear contra tribus germánicas. También sucedió en ese tiempo que se dictó un decreto para suprimir la fe cristiana. Nerón envió órdenes específicas de escardar a cualquier cristiano que estuviera en el ejército. “Escardar” era un eu­femismo para la palabra destruir.

Al final del invierno, el general Vespasiano alineó sus tropas, incluyendo a los gladiadores. Luego dijo a grande voz: “Ha llegado a mi conocimiento que algunos de ustedes podrían haber adoptado esta nueva superstición llamada cristianismo. Dudo que sea verdad. Son demasiado astutos para eso. Pero si alguno de ustedes es cristiano, quiero que dé un paso al frente.” Para su sorpresa, cuarenta gladiadores dieron el paso que podría costarles la vida.

El general despidió al resto de las tropas y durante el resto del día intentó disuadirlos de su fe. “Piensen en sus fa­milias. Piensen en sus compañeros soldados. Piensen en loque están perdiendo. Piensen en las consecuencias de no re­nunciar al cristianismo.” Los cuarenta creyentes permane­cieron insensibles ante sus apelaciones y amenazas.

Cuando Vespasiano vio que sus esfuerzos eran inútiles, reunió a su ejército y dio una última oportunidad para retrac­tarse. “Ordeno que todos los cristianos en este ejército den un paso al frente.” Cuarenta de los hombres selectos dieron un paso al frente sin vacilar. Pudo haber ordenado que el escua­drón de ejecución los matara allí mismo, pero tema otro plan.

Cuando cayó la noche, sus tropas los llevaron a un lago congelado, los desvistieron, y los dejaron allí en el frío in­tenso para morir a su exposición. Vespasiano les dijo a los hombres desnudos: “Si vuelven en sí y renuncian a su fe, entonces podrán venir aquí a la orilla. Habrá fogatas alrede­dor del lago, así como ropa de abrigo y comida.”

Durante la noche, los otros soldados que estaban ubica­dos alrededor del lago, miraban atentamente hacia lo oscu­ro, tratando de ver lo que estaba sucediendo. No podían ver nada, pero cada tanto escuchaban a los hombres cantando: “Somos los cuarenta luchadores de Cristo. Luchamos por ti. ¡Oh Rey! Sea que vivamos o muramos, es para Tu gloria.” Al amanecer, vieron una patética figura que avanzaba dolorosamente por el hielo hacia una de las fogatas. Los soldados se apresuraron a alcanzarlo, lo envolvieron en mantas, y lo llevaron rápidamente al calor del fuego. El hombre había renunciado a su fe.

Entonces, a través del lago helado se pudo escuchar una canción: “Somos los treinta y nueve luchadores de Cristo. Luchamos por Ti. ¡Oh Rey! Sea que vivamos o muramos, es para Tu gloria.”

Vespasiano había llegado a tiempo para ver al desertor y para escuchar a los treinta y nueve victoriosos. Su resolu­ción fue firme. Se quitó la armadura y fue a morir con los treinta y nueve hombres que prefirieron perder la vida antes que negar a su Señor.

William MacDonald

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