Sucedió, algún tiempo
después de la resurrección de Cristo, que el infame Nerón ascendió al poder.
Tenía una división de soldados selectos que eran escogidos por sus proezas atléticas.
Eran conocidos como los gladiadores del Emperador. Físicamente estos hombres
eran especímenes sobresalientes de la humanidad. Eran apuestos, musculosos, y
bien proporcionados, la “crema” de la masculinidad romana.
Cuando marchaban hacia
el Coliseo, cantaban: “Somos los luchadores del Emperador. Luchamos por ti, oh
rey. Sea que vivamos o muramos, todo es para tu gloria.” Luego competirían en
una lucha por Nerón.
Llegó el tiempo en el
que fueron enviados al norte para pelear contra tribus germánicas. También
sucedió en ese tiempo que se dictó un decreto para suprimir la fe cristiana.
Nerón envió órdenes específicas de escardar a cualquier cristiano que estuviera
en el ejército. “Escardar” era un eufemismo para la palabra destruir.
Al final del invierno,
el general Vespasiano alineó sus tropas, incluyendo a los gladiadores. Luego
dijo a grande voz: “Ha llegado a mi conocimiento que algunos de ustedes podrían
haber adoptado esta nueva superstición llamada cristianismo. Dudo que sea verdad.
Son demasiado astutos para eso. Pero si alguno de ustedes es cristiano, quiero
que dé un paso al frente.” Para su sorpresa, cuarenta gladiadores dieron el
paso que podría costarles la vida.
El general despidió al
resto de las tropas y durante el resto del día intentó disuadirlos de su fe.
“Piensen en sus familias. Piensen en sus compañeros soldados. Piensen en loque
están perdiendo. Piensen en las consecuencias de no renunciar al
cristianismo.” Los cuarenta creyentes permanecieron insensibles ante sus
apelaciones y amenazas.
Cuando Vespasiano vio
que sus esfuerzos eran inútiles, reunió a su ejército y dio una última
oportunidad para retractarse. “Ordeno que todos los cristianos en este
ejército den un paso al frente.” Cuarenta de los hombres selectos dieron un
paso al frente sin vacilar. Pudo haber ordenado que el escuadrón de ejecución
los matara allí mismo, pero tema otro plan.
Cuando cayó la noche,
sus tropas los llevaron a un lago congelado, los desvistieron, y los dejaron
allí en el frío intenso para morir a su exposición. Vespasiano les dijo a los
hombres desnudos: “Si vuelven en sí y renuncian a su fe, entonces podrán venir
aquí a la orilla. Habrá fogatas alrededor del lago, así como ropa de abrigo y
comida.”
Durante la noche, los
otros soldados que estaban ubicados alrededor del lago, miraban atentamente
hacia lo oscuro, tratando de ver lo que estaba sucediendo. No podían ver nada,
pero cada tanto escuchaban a los hombres cantando: “Somos los cuarenta
luchadores de Cristo. Luchamos por ti. ¡Oh Rey! Sea que vivamos o muramos, es
para Tu gloria.” Al amanecer, vieron una patética figura que avanzaba
dolorosamente por el hielo hacia una de las fogatas. Los soldados se
apresuraron a alcanzarlo, lo envolvieron en mantas, y lo llevaron rápidamente
al calor del fuego. El hombre había renunciado a su fe.
Entonces, a través del lago helado se
pudo escuchar una canción: “Somos los treinta y nueve luchadores de Cristo.
Luchamos por Ti. ¡Oh Rey! Sea que vivamos o muramos, es para Tu gloria.”
Vespasiano había llegado a tiempo para
ver al desertor y para escuchar a los treinta y nueve victoriosos. Su resolución
fue firme. Se quitó la armadura y fue a morir con los treinta y nueve hombres
que prefirieron perder la vida antes que negar a su Señor.
William MacDonald
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