Su alma será como huerto de riego, Jeremías 31.12
Varios capítulos de Jeremías contienen
palabras condenatorias de la condición completamente corrompida de la nación de
Israel. Por ejemplo, “la tierra está llena de adúlteros”, y “fueron todos ellos
como Sodoma, y sus moradores como Gomorra”, 23.10,14. Después de la lectura de
aquellos capítulos, cuán refrescante es leer de la gracia redentora de Dios a
favor de su pueblo en un día futuro. ¡El alma como un huerto!
Detengámonos aquí un momento para
reflexionar en lo abominable que son en los ojos de Dios la fornicación, el
adulterio, la inmoralidad y la idolatría. Pensemos en cuán funestas han sido
sus consecuencias para la nación de Israel; aunque 2500 años han transcurrido
desde aquella época, todavía la nación no ha alcanzado su restauración.
Ciertamente, “la fornicación y toda inmundicia ... ni aun se nombre entre
vosotros, como conviene a santos”, Efesios 5.3.
En Jeremías 31, Dios dijo, “Con amor
eterno te he amado; por tanto, mi misericordia he continuado contigo”.
Entonces, “Porque Jehová redimió a Jacob de la mano más fuerte que él”. Estas
palabras son proféticas de aquel día cuando la nación de Israel será restaurada
física y espiritualmente al lugar del favor divino, siendo así el mayor objeto
de las bendiciones milenarias.
Notemos ahora una analogía interesante entre lo que
se refiere a Israel y lo que la gracia de Dios ha hecho y aún está haciendo por
nosotros, su pueblo celestial.
El Señor Jesús nos halló en un estado
de corrupción espiritual, como se ve en Isaías 1.5,6: “Desde la planta del pie
hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida
llaga”. Hemos sido rescatados de la mano de aquel que era más fuerte que
nosotros; Dios dice esto de Israel en el versículo antes citado, y el Señor
emplea lenguaje parecido en Lucas 11.22.
Hemos sido hechos objetos de la gracia:
perdonados, habilitados y preservados. Nuestro Señor es poderoso para
guardarnos sin caída y presentarnos sin mancha delante de su gloria con gran
alegría, Judas 24. Ahora Dios quiere hacer nuestras almas como un huerto de
riego.
En el principio Él puso un hombre en su
huerto, resultando en el desastre de los siglos, pero ahora Él está poniendo su
huerto en el hombre y espera con razón los frutos que sacian su corazón.
Veamos, pues, unos requisitos para la manutención de un hermoso huerto o
jardín.
1. Debe haber luz
Cristo es el sol de justicia.
Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que
resplandeció en nuestros corazones, para la iluminación del conocimiento de la
gloria de Dios en la faz de Jesucristo, 2 Corintios 4.6.
Empezamos con la luz del sol en
nuestras almas. Además, el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que nos fue dado, Romanos 5.5.
Ahora, según Judas 21, es nuestro deber
guardarnos en el amor de Dios. Los cafetales en la serranía necesitan los rayos
del sol para que cuaje la flor, y si hay demasiado páramo se pierde la cosecha.
Si las neblinas del mundo no permiten que los rayos del amor de Dios entren en
el jardín que es el alma nuestra, pronto quedará estéril.
2. Debe haber riego
Dios prometió que el alma de Israel
sería huerto regado. Un jardín sin agua pronto se convierte en terreno árido.
La Palabra de Dios, junto con el valioso ministerio del Espíritu Santo,
mantiene el alma refrescada y avivada. Por contristar al Espíritu y descuidar
la Palabra, vendrá una sequedad espiritual en el alma.
¡Qué tragedia, un
santo “seco como un bastón!” Más bien debemos ambicionar ser como el varón del
Salmo 1, como árbol plantado junto a corrientes de agua. El mismo salmista,
David, pudo decir también, “Yo estoy como olivo verde en la casa de Dios”,
52.8. Tal es el tipo de creyente que por su presencia, oraciones, adoración y
exhortaciones contribuirá refrigerio y bendición a los demás. Las hermanas en
Cristo, si están disfrutando de los rayos del sol espiritual, y el refrigerio
de la Palabra de Dios, por su semblante y comporte pueden traer aliento y gozo
a otros.
3.
Debe haber jardinero
María Magdalena
confundió al Señor con el jardinero en la mañana de la resurrección. Sin
embargo, El sí es el gran jardinero. En Juan 15 aprendemos cuán indispensable
es la comunión con él si vamos a llevar fruto: “El que permanece en mí, y yo en
él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”.
De la misma manera que
un jardín necesita quien arranque el monte, lo riegue y guarde todo en buen
orden, podando árboles y velando contra insectos y animales dañinos, así
nuestro Señor cuida a los suyos. Cuando Él tiene control de nuestras vidas nos
hace fructíferos para Dios.
En Isaías 5 tenemos la historia de la
viña del Señor “en una ladera fértil ... cercada, despedregada y plantada de
vides escogidas”. El edificó una torre e hizo un lagar, pero grande fue su
desencanto cuando la viña dio tan sólo uvas silvestres. He aquí una lección
para nosotros.
La gracia Dios ha sido derramada sobre
nosotros, hay una cerca de separación que nos guarda del mundo, tenemos una
posición preferida al ser congregados en el nombre del Señor Jesucristo. Pero,
aun siendo bíblicamente correctos, hay el peligro de que descuidemos nuestra
condición espiritual, dejando el primer amor. En este caso produciríamos tan
sólo uvas silvestres.
Santiago Saword
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