domingo, 7 de abril de 2013

Paz Con Dios


CAPÍTULO 4
En cierta ocasión una partida de cazadores atravesaba una de las inmensas llanuras de América. Hallábanse a cierta altura, cuando de pronto los expertos ojos del guía advirtieron de un peligro muy común en aquellos países. A lo lejos resplandecía una gran llama. La arboleda se había secado debido a un sol intenso, como sólo puede verse en aquellas regiones, y probablemente otros cazadores habían encendido una hoguera, en medio de su campamento, que después no tuvieron la precaución de apagar. Seguramente iban de paso y muy aprisa. En fin, así fue entonces que el viento, soplando con fuerza había avivado esa hoguera, propagando las llamas con espantosa rapidez por el campo abierto, devorando todo lo que encontraba a su paso, y sembrando destrucción. ¿Qué podían hacer los cazadores? Huir era imposible; el viento propagaba el fuego con una rapidez siniestra y devastadora; no había tiempo que perder.
El guía se baja y prende fuego al bosque que tiene delante; el viento agranda y aumenta el pequeño fuego, y muy pronto ven delante de ellos un espacio de donde han desaparecido hierbas y árboles, quedando solamente ceniza y troncos humeantes. El guía dice entonces: "Refugiémonos en este lugar quemado, y aquí no corremos ningún peligro." Todos obedecieron aquel consejo.
El fuego siguió su obra devastadora; pero al llegar al lugar quemado ya, no encontrando elementos, pasó por su alrededor, dejando ilesos a los viajeros. ¿Por qué? Porque el fuego se había anticipado. La hierba y arboles habían ardido ya en aquel sitio, y al llegar el fuego allá le faltaron elementos para extenderse más. Quedó vencido. No tenía poder alguno sobre aquellos hombres. Se vio obligado a pasar alrededor de aquel negro círculo sin causarles daño alguno.
Dios está dispuesto a ejecutar su juicio sobre este mundo. Observa con atención. Si quieres salvarte, colócate en el sitio donde ya tuvo lugar el fuego. ¿No tuvo lugar en el Calvario, donde murió Jesús? Confía en este bendito Salvador; confía en El ahora mismo y si asilo hicieres; quedarás ileso (sin daño), cuando venga el juicio sobre este mundo. No habrá combustible para arder a vuestro lado. Si la condenación cayó sobre la cabeza de Cristo, jamás podrá tocarte a ti. Quédate en el sitio donde ya tuvo lugar el fuego. Confía en Jesús, el Salvador, y estarás libre; es Dios mismo quien te lo dice.

Una paz inmutable
Unas palabras más para explicar el último punto. Los hombres hablan de los problemas por los cuales pasa su paz. Mi deseo es grabar en tu mente esta verdad de la
Escritura: "El es nuestra paz" (Efes. 2:14). Es muy frecuente cuando cualquier persona entra en deseos de obtener la paz, buscarla en su propio corazón. Esto es un error: "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso" (Jeremías 17:9). Otros procuran buscarla en la Biblia, buscando algún versículo tierno y consolador. Hacen muy bien quienes leen la Biblia, pero no es éste el camino de procurar la paz. Te diré cómo se obtiene. Está arriba en el cielo. El es nuestra paz. ¿Dices que tu paz es variable? ¿Acaso, Cristo nuestra paz, varía? ¡No! La Biblia dice: "Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos". ¿Cómo puede variar tu paz, si es Cristo tu paz? ¡Nunca! He procurado la paz — dices la verdad — la he buscado donde es imposible hallarla. La he buscado en mi corazón, en vez de procurarla en la gloria.
Supongamos que una mañana encuentro a un amigo en la calle, y le digo: "Buenos días. Fulano. ¿Cómo está usted?" "Me siento perfectamente bien, sobre todo hoy. Al despertar me puse a cantar himnos. Mi corazón rebosa de alegría. Por el júbilo que siento me hallo firmemente convencido de que soy salvo." ¡Qué engaño! Este funda su certeza en la satisfacción íntima que lo anima.

¿Hacia dónde miras?
Me despido de este amigo, y al doblar la esquina, me topo con Zutano, que es uno de los individuos de faz melancólica, aspecto taciturno y conversación pesimista; tipos como éstos abundan y todos los conocemos. Le saludo y digo: "¿Qué tiene usted? ¡Su aspecto es el de un enfermo!"
—Desperté hoy de muy mal humor— me contesta —El diablo me metió en la cabeza ideas que me roban la tranquilidad.
Y después añade con una amarga sonrisa: —Lo que me consuela, en medio de mi infelicidad, es saber que el diablo no me causaría ningún sinsabor si yo no fuera convertido. Sí, tengo la seguridad de ser salvo, pues si no fuera así, no me vería tan atormentado.
¡Pobre hombre! ¡Basa la certeza de su salvación en las miserias que su corazón perverso abriga! ¡Ambos están igualmente equivocados, pues para asegurarse de su paz miran adentro, en vez de mirar arriba! Su paz varía según sus sentimientos; su barómetro espiritual continuamente oscila.
Querido amigo, no te fundamentes, no te fíes de tus propios sentimientos. ¿... qué cómo llegarías a saber que tienes paz con Dios? Ciertamente no lo sabrás mirando dentro de ti. Nosotros que por naturaleza somos pobres, miserables e indignos pecadores, nada poseemos que nos recomiende al favor de Dios. Pero... ¡atiende bien! Es verdad que no podemos hacer nuestra paz con Dios. Ni siquiera ayudar a hacerla. Pero el Señor Jesús la hizo. El mismo por la sangre de su cruz. El resucitó de los muertos, la corona ciñe su frente, y la Escritura dice: "El es nuestra paz".
No mires pues, amigo mío, hacia adentro; mira arriba; mira la cruz en el Calvario. ¿Qué palabras son aquellas que constituyen la más grata de las noticias? "Consumado es"; y son tan verdaderas hoy como en aquel tiempo. Y en la mañana de la resurrección ¿cuál es su nuevo saludo? "Paz a vosotros". Que los ojos de tu fe se eleven hasta la presencia de Dios y contemplen la faz de Cristo, el Inmutable (sin cambio), que ciñe victoriosa corona, y que digas: "Cristo es mi paz; la cruz está desocupada; el sepulcro vacío, y he aquí El sentado en el trono. ¡El es nuestra paz!

He aquí un pequeño resumen
Hay tres cosas que están íntimamente unidas:
1.      La obra de Cristo
2.      La Palabra de Dios, y...
3.      Tu salvación  …" Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo" (Hechos 16:31).
"Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo". Es ésta, gracias a Dios, nuestra herencia mediante la fe.
            Que Dios te conceda, amigo mío, y a cada uno de los que leen estas líneas, el depositar, con sinceridad, toda tu confianza en la obra hecha por Cristo; creer en Dios, quien le resucitó, y saber que la paz desciende de aquel trono celestial hasta tu corazón mediante Jesucristo nuestro Señor. Que ésta sea tu dicha. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario