CAPÍTULO 4
En cierta
ocasión una partida de cazadores atravesaba una de las inmensas llanuras de
América. Hallábanse a cierta altura, cuando de pronto los expertos ojos del
guía advirtieron de un peligro muy común en aquellos países. A lo lejos
resplandecía una gran llama. La arboleda se había secado debido a un sol
intenso, como sólo puede verse en aquellas regiones, y probablemente otros
cazadores habían encendido una hoguera, en medio de su campamento, que después
no tuvieron la precaución de apagar. Seguramente iban de paso y muy aprisa. En
fin, así fue entonces que el viento, soplando con fuerza había avivado esa
hoguera, propagando las llamas con espantosa rapidez por el campo abierto,
devorando todo lo que encontraba a su paso, y sembrando destrucción. ¿Qué
podían hacer los cazadores? Huir era imposible; el viento propagaba el fuego
con una rapidez siniestra y devastadora; no había tiempo que perder.
El guía se baja
y prende fuego al bosque que tiene delante; el viento agranda y aumenta el
pequeño fuego, y muy pronto ven delante de ellos un espacio de donde han
desaparecido hierbas y árboles, quedando solamente ceniza y troncos humeantes.
El guía dice entonces: "Refugiémonos en este lugar quemado, y aquí no
corremos ningún peligro." Todos obedecieron aquel consejo.
El fuego siguió
su obra devastadora; pero al llegar al lugar quemado ya, no encontrando
elementos, pasó por su alrededor, dejando ilesos a los viajeros. ¿Por qué?
Porque el fuego se había anticipado. La hierba y arboles habían ardido ya en aquel
sitio, y al llegar el fuego allá le faltaron elementos para extenderse más.
Quedó vencido. No tenía poder alguno sobre aquellos hombres. Se vio obligado a
pasar alrededor de aquel negro círculo sin causarles daño alguno.
Dios está
dispuesto a ejecutar su juicio sobre este mundo. Observa con atención. Si quieres
salvarte, colócate en el sitio donde ya tuvo lugar el fuego. ¿No tuvo lugar en
el Calvario, donde murió Jesús? Confía en este bendito Salvador; confía en El
ahora mismo y si asilo hicieres; quedarás ileso (sin daño), cuando venga el
juicio sobre este mundo. No habrá combustible para arder a vuestro lado. Si la
condenación cayó sobre la cabeza de Cristo, jamás podrá tocarte a ti. Quédate
en el sitio donde ya tuvo lugar el fuego. Confía en Jesús, el Salvador, y
estarás libre; es Dios mismo quien te lo dice.
Una paz inmutable
Unas palabras
más para explicar el último punto. Los hombres hablan de los problemas por los
cuales pasa su paz. Mi deseo es grabar en tu mente esta verdad de la
Escritura: "El es nuestra paz" (Efes.
2:14). Es muy frecuente cuando cualquier persona entra en deseos de obtener la
paz, buscarla en su propio corazón. Esto es un error: "Engañoso es el
corazón más que todas las cosas, y perverso" (Jeremías 17:9). Otros
procuran buscarla en la Biblia, buscando algún versículo tierno y consolador.
Hacen muy bien quienes leen la Biblia, pero no es éste el camino de procurar la
paz. Te diré cómo se obtiene. Está arriba en el cielo. El es nuestra paz.
¿Dices que tu paz es variable? ¿Acaso, Cristo nuestra paz, varía? ¡No! La
Biblia dice: "Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos".
¿Cómo puede variar tu paz, si es Cristo tu paz? ¡Nunca! He procurado la paz —
dices la verdad — la he buscado donde es imposible hallarla. La he buscado en
mi corazón, en vez de procurarla en la gloria.
Supongamos que
una mañana encuentro a un amigo en la calle, y le digo: "Buenos días.
Fulano. ¿Cómo está usted?" "Me siento perfectamente bien, sobre todo
hoy. Al despertar me puse a cantar himnos. Mi corazón rebosa de alegría. Por el
júbilo que siento me hallo firmemente convencido de que soy salvo." ¡Qué
engaño! Este funda su certeza en la satisfacción íntima que lo anima.
¿Hacia dónde miras?
Me despido de
este amigo, y al doblar la esquina, me topo con Zutano, que es uno de los
individuos de faz melancólica, aspecto taciturno y conversación pesimista;
tipos como éstos abundan y todos los conocemos. Le saludo y digo: "¿Qué
tiene usted? ¡Su aspecto es el de un enfermo!"
—Desperté hoy de muy mal humor— me contesta —El
diablo me metió en la cabeza ideas que me roban la tranquilidad.
Y después añade
con una amarga sonrisa: —Lo que me consuela, en medio de mi infelicidad, es
saber que el diablo no me causaría ningún sinsabor si yo no fuera convertido.
Sí, tengo la seguridad de ser salvo, pues si no fuera así, no me vería tan
atormentado.
¡Pobre hombre!
¡Basa la certeza de su salvación en las miserias que su corazón perverso
abriga! ¡Ambos están igualmente equivocados, pues para asegurarse de su paz
miran adentro, en vez de mirar arriba! Su paz varía según sus sentimientos; su
barómetro espiritual continuamente oscila.
Querido amigo,
no te fundamentes, no te fíes de tus propios sentimientos. ¿... qué cómo
llegarías a saber que tienes paz con Dios? Ciertamente no lo sabrás mirando
dentro de ti. Nosotros que por naturaleza somos pobres, miserables e indignos
pecadores, nada poseemos que nos recomiende al favor de Dios. Pero... ¡atiende
bien! Es verdad que no podemos hacer nuestra paz con Dios. Ni siquiera ayudar a
hacerla. Pero el Señor Jesús la hizo. El mismo por la sangre de su cruz. El
resucitó de los muertos, la corona ciñe su frente, y la Escritura dice:
"El es nuestra paz".
No mires pues,
amigo mío, hacia adentro; mira arriba; mira la cruz en el Calvario. ¿Qué
palabras son aquellas que constituyen la más grata de las noticias?
"Consumado es"; y son tan verdaderas hoy como en aquel tiempo. Y en
la mañana de la resurrección ¿cuál es su nuevo saludo? "Paz a
vosotros". Que los ojos de tu fe se eleven hasta la presencia de Dios y
contemplen la faz de Cristo, el Inmutable (sin cambio), que ciñe victoriosa
corona, y que digas: "Cristo es mi paz; la cruz está desocupada; el
sepulcro vacío, y he aquí El sentado en el trono. ¡El es nuestra paz!
He aquí un pequeño resumen
Hay tres cosas
que están íntimamente unidas:
1. La obra de Cristo
2. La Palabra de
Dios, y...
3. Tu salvación …" Cree en el Señor Jesucristo y serás
salvo" (Hechos 16:31).
"Justificados
pues por la fe, tenemos paz para con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo".
Es ésta, gracias a Dios, nuestra herencia mediante la fe.
Que
Dios te conceda, amigo mío, y a cada uno de los que leen estas líneas, el depositar,
con sinceridad, toda tu confianza en la obra hecha por Cristo; creer en Dios,
quien le resucitó, y saber que la paz desciende de aquel trono celestial hasta
tu corazón mediante Jesucristo nuestro Señor. Que ésta sea tu dicha. Amén.
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