EL SEÑOR
DE SU PUEBLO
El Señor Jesucristo atrae a su pueblo muy
cerca de él y le enseña acerca de él mismo, antes de usarlo para ayudar a
otros. Ellos son sus discípulos y aprenden de él. Sus vidas vienen a ser como
su vida. Los cristianos no pueden traer a otras personas a Dios solamente por
sus palabras. El apóstol Pablo dijo a los Tesalonicenses: ''Nosotros os
trajimos las buenas nuevas de salvación no solamente con palabras sino también
con poder y con el Espíritu Santo y con entera confianza de que el mensaje es
verdadero. Vosotros sabéis cómo vivimos cuando estuvimos entre vosotros" 1
Tesalonicenses 1:5-6. Pablo predicó las buenas nuevas de salvación con poder y
con autoridad porque era sincero y vivía una vida agradable a Dios. Incluso
pudo decir a otros creyentes: "Vivid como yo vivo, porque yo procuro
imitar a Cristo" 1 Corintios 11:1.
Pablo predicó las buenas nuevas de salvación
en Cristo y muchos fueron salvos, porque Pablo vivió una vida semejante a la
vida de Cristo. Los creyentes de Tesalónica llegaron a ser seguidores e
imitadores de Pablo porque vivieron como Pablo vivió y dieron el mensaje de
Dios a muchas otras personas. Así que Pablo copió al Señor Jesucristo y los
creyentes copiaron a Pablo. Por esto, el Apóstol pudo decir: "...las
buenas nuevas del Señor han salido de vosotros a través de toda Macedonia y
Grecia " 1 Tesalonicenses 1:8. Los creyentes predicaron las buenas nuevas
y muchos creyeron porque las vidas de los predicadores eran como las vidas de
Cristo. Pablo pudo decir: "No necesitamos decir nada; la obra de Dios está
hecha. Todos pueden ver cómo os convertisteis de los ídolos a Dios para servir
al Dios vivo y verdadero y para esperar el regreso de su Hijo de los
cielos" 1 Tesalonicenses 1:8-9. Así que, los creyentes estaban haciendo lo
que Pablo dijo, lo estaban imitando a él e imitando al Señor Jesucristo.
Estaban predicando el mensaje de Dios y viviendo una vida cristiana. Así el
pueblo recibió el mensaje y lo creyó.
El Señor Jesús dijo: "Si alguno quiere
seguirme debe olvidarse de sí mismo, tomar su cruz y seguirme. Porque el que
quiera vivir su propia vida, la perderá, pero el que da su propia vida por mí,
la salvará" Lucas 9:23. El Señor Jesús hablaba acerca de la vida personal
del hombre. Un hombre puede ser realmente feliz si ofrece su propia vida a
causa de Cristo. Su vida es entonces controlada por Dios y esta es una vida
real. Una persona desperdicia su vida si vive de acuerdo a sus propios deseos.
Dios así lo dice. Necesitamos creer lo que Dios dice y creer lo que realmente
quiere decir, lo que Dios dice es verdad. Dios dice que nuestras vidas se
pierden si vivimos para nosotros mismos. Nuestras vidas son buenas y útiles
solamente si las entregamos al Señor y permitimos a él controlarlas y usarlas
como él quiera.
Nosotros decimos que sí, que esto es verdad,
que nuestras vidas son buenas y útiles solamente si las ponemos al servicio de
Dios. Pero, ¿realmente seguimos al Señor y le entregamos nuestras vidas?
Estamos en peligro. Fácilmente podemos llegar a ser cristianos hipócritas,
porque conocemos la verdad pero no la practicamos. Conocemos la verdad y
hablamos acerca de ella. El caso es que nosotros mismos controlamos nuestra
propia vida. No entendemos que debemos morir a nuestros deseos y nuestros
planes y tomar nuestra cruz.
Se lee en el evangelio según Lucas,
capítulo 9 y vs. 23-26 acerca de unos hombres que querían seguir a Jesús. El
les dijo lo que debían hacer. El verdadero cristiano obedece a Cristo como a su
Señor. El Señor dijo a los hombres que su vida sería un total desperdicio si
ellos pretendían controlarla y vivir de acuerdo a sus deseos. Si vivimos para
nosotros mismos perderemos todo lo que es bueno. No podemos controlar nuestras
vidas si vivimos para nosotros mismos y no le obedecemos a él.
El Señor Jesús dijo a sus discípulos que
debían obedecerle y tomó a tres de ellos y subió a la cima de una montaña,
Lucas 9:28-31. Allí les habló acerca de su muerte. Les había hablado ante
acerca de la muerte de ellos, que debían olvidarse de sí mismos y seguirle a
él. Ahora les hablaba acerca de su propia muerte, la cual haría de su vida un
éxito. El iba a dar su propia vida. El Señor Jesús tiene vida eterna en sí
mismo, pero iba a dar su vida personal; no su vida eterna. Esto lo entendemos
bien. El dijo: "Yo daré voluntariamente mi vida. Nadie la toma de mí,
sino que la doy voluntariamente " Juan 10:17-18. El Señor Jesús no hablaba
de dar su vida eterna sino su vida terrenal. El dio su propia vida con todo lo
que pudiera haber deseado o escogido para sí mismo. Después de que murió, tomó
su vida de nuevo. Acerca de esto fue que habló a sus discípulos cuando estuvieron
en la montaña.
Veamos ahora lo que aconteció. El les estaba
enseñando que él era su Señor y que ellos debían obedecerle. Les estaba
mostrando la importancia de renunciar al control de su propia vida y de hacer
lo que Dios quería que hicieran. Pero Pedro y los otros discípulos se
durmieron. Cuando despertaron vieron su gloria y a dos hombres con él.
Entonces Pedro comenzó a hablar. Con frecuencia él hablaba más de la cuenta. Se
lee en Marcos 9:6 que Pedro no sabía lo que decía y en Lucas 9:33 dice que
Pedro no sabía lo que había dicho. Pedro fue un tonto al hablar así. Nosotros
cometemos muchos errores si no sabemos qué decir antes de comenzar a hablar y
cuando terminamos de hablar no sabemos lo que hemos dicho.
La mente de Pedro estaba turbada y confundida.
Por eso dijo: "Hagamos tres tiendas; una para ti, otra para Moisés y otra
para Elias." Pero Dios dijo: "Este es mi hijo amado, a él oíd."
Dios estaba enseñando a Pedro y a los demás discípulos que el Señor Jesucristo
es su maestro. Nadie puede compartir el magisterio con el Señor Jesucristo.
Pedro quería hablar de Moisés y de Elias. Quizás quería decir que Elias podría
enseñarles algo y que también Moisés y que ellos querían oírle. Pero Dios dijo:
"Ustedes deben solamente oír a mi Hijo." Pedro no había aprendido la
lección que el Señor Jesús les había estado enseñando.
Los discípulos no entendieron que debían
obedecer solamente al Señor Jesús. Cuando descendieron de la montaña
encontraron a los otros discípulos sin ayuda y derrotados. Un hombre había
traído su hijo a los discípulos y les había pedido que echaran fuera a un espíritu
inmundo que lo poseía, pero ellos no pudieron hacerlo. Entonces el hombre se
dirigió al Señor Jesús y le pidió que librara a su hijo del espíritu malo,
Marcos 9:17-27. El Señor Jesús inmediatamente usó su autoridad sobre el diablo
y ordenó al espíritu inmundo a que saliera. Así sanó al muchacho y lo devolvió
a su padre. La gente se maravillaba del gran poder de Jesús.
El Señor Jesús tiene todo poder y toda autoridad
sobre las olas del mar, la tempestad, y la muerte, etc. El pudo detener el
viento y la tempestad porque tiene autoridad sobre las cosas que él hizo. Los
discípulos aún no habían comprendido cuan grande era su autoridad, así que se
maravillaron y no entendían que él era realmente Señor.
En Hechos, capítulo 8, vs. 26-40 leemos
acerca de Felipe. Estaba predicando la Palabra de Dios en Samaria cuando el
Señor le dijo: "Quiero que vayas a Gaza, que está en el desierto, donde
todo es caluroso y seco." Y Felipe fue y justamente allí estaba un hombre
que regresaba de Jerusalén a su casa en Etiopía, en el África. Este hombre
estaba cruzando el desierto cuando Dios envió a Felipe para que lo encontrara.
Dios quiso que estos dos hombres se encontraran. Dios tenía su plan y envió a
Felipe a Gaza a la hora oportuna.
El etíope iba cruzando el desierto,
leyendo el libro de Isaías y Dios quiso que su siervo Felipe lo encontrara para
que no regresara a Etiopía sin oír las buenas nuevas. Dios quiso que Felipe
encontrara el etíope mientras leía el libro de Isaías. El pasaje de la
Escritura que leía decía: "Porque fue quitada de la tierra su vida."
Y entonces Felipe le preguntó: "¿Entiendes lo que lees?" El hombre
respondió: "¿Y cómo podré entender? Yo no entiendo acerca de quién hablan
estas palabras."
Dios arregla el tiempo de cada cosa en
nuestra vida. El puede hacer que nos encontremos con alguien en el tiempo
justo. Ni demasiado tarde, ni demasiado temprano, sino en el tiempo preciso en
que esa persona está lista para recibir el mensaje de Dios. Si Felipe no
hubiera encontrado al etíope en el momento preciso, ese hombre hubiera vuelto a
su casa dos semanas más tarde y quizás hubiera dejado aparte el libro de Isaías
y hubiera dicho: "Yo compré este libro y lo leí, pero no entiendo
nada." Dios puede decir a un cristiano: "Yo quiero que vayas
ahora." Debemos vivir muy cerca de Dios, de tal manera que sepamos a dónde
ir y qué hacer cuando él nos habla. Y debemos obedecer sus órdenes sea para ir
pronto, sea para esperar un poco.
Leemos que los once discípulos de Jesús
fueron a la colina en Galilea a donde Jesús les pidió ir después de su resurrección.
Sus discípulos hubieran podido decir; "¿Por qué debemos ir a Galilea? ¿Por
qué no nos podemos reunir en Jerusalén?" El Señor Jesús les había dicho
que lo esperaran en Galilea. Pero ¿por qué les dijo el Señor que en Galilea y
no en Jerusalén? Quizás porque quería que estuvieran lejos del mal. El quería
hablarles en un lugar tranquilo como las colinas de Galilea. El tiene sus
propios planes y hace su obra a su manera. Por eso, tal vez, llevó a sus
discípulos lejos de la gente religiosa de Jerusalén y se encontró con ellos en
una colina de Galilea donde la gente era sencilla.
Los discípulos cayeron a sus pies cuando
lo vieron y le adoraron. El es nuestro Salvador y merece nuestra adoración.
Algunas veces vivimos durante la semana sin hacer de Cristo el maestro de
nuestras ocupaciones. En nuestra casa o en nuestras familias. Planeamos lo que
haremos y cuando compraremos o venderemos, pero no le pedimos a él su control.
Los domingos por la mañana vamos a una reunión, tomamos himnario y pensamos que
con esto estamos adorándole a él. Y decimos que hemos terminado la adoración
cuando cantamos el último himno. Pero esto no es adoración. Debemos adorarlo
con nuestro corazón. Los Ancianos y los Seres Vivientes de Apocalipsis 5:9 le
adoraban diciendo: "Digno eres porque fuiste inmolado y con tu sangre nos
has redimido para Dios." Cristo debe tener el más alto lugar, el lugar de
autoridad. Nuestra adoración es verdadera cuando lo ponemos en el lugar más
alto de honor y autoridad.
No podemos decir que Cristo es lo más importante
durante una hora u hora y media el domingo por la mañana y luego, olvidarnos de
él cuando salimos de la reunión. No podemos hacer nuestros propios planes para
el resto de la semana y no someternos a su autoridad. La verdadera adoración
consiste en llamarlo Señor todos los días de la semana. Debemos confiar a él
nuestras vidas, nuestros hijos, nuestras casas, nuestro tiempo, nuestro dinero,
en fin, todo lo que somos y todo lo que tenemos. Deberíamos decirle a él:
"Tú eres digno de todo ello y te doy todo lo que tengo." No solamente
por un tiempo, sino por todo el tiempo. Esto es verdadera adoración.
Judas se disgustó con María cuando ella derramó
el perfume a los pies de Jesús y dijo: "No deberías hacer esto porque es
un desperdicio. Podrías vender el perfume y usar el dinero para alimentar a los
pobres, lo cual sería mucho mejor " Juan 12:5-6. Judas estaba en un gran
error porque no amaba a Cristo. El era el tesorero de Jesús y de sus discípulos
y sustraía parte del dinero. No adoraba a Jesús porque no era un verdadero
creyente.
Los discípulos adoraron al Señor
Jesucristo sobre aquella colina en Galilea, Mateo 28:16-20, y estaban
dispuestos a obedecerle. Por eso, el Señor Jesús les ordenó ir y enseñar a
todas las naciones. Les dijo que enseñaran al pueblo las mismas cosas que él
les había enseñado a ellos. Cristo les enseñó que debían obedecerle y los
discípulos debían enseñar al pueblo a obedecer a Cristo. En otro capítulo de
este libro, estudiaremos las cosas que Cristo enseñó acerca del Reino de Dios.
El gobierno de Dios es su norma, su autoridad. Dios nos ha librado de la
tiranía de las tinieblas y nos ha llevado al reino de su Hijo. El reino del
Hijo de Dios significa el lugar donde su Hijo tiene autoridad y donde gobierna.
Debemos obedecerle en todo lo que hacemos. Cristo habló acerca de su reino y su
autoridad durante cuarenta días después de su resurrección y antes de su
retorno a los cielos.
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