domingo, 7 de abril de 2013

Discipulado: Yo Primero


EL SEÑOR DE SU PUEBLO
El Señor Jesucristo atrae a su pueblo muy cerca de él y le enseña acerca de él mismo, antes de usarlo para ayudar a otros. Ellos son sus discípulos y aprenden de él. Sus vidas vienen a ser como su vida. Los cristianos no pueden traer a otras personas a Dios solamente por sus palabras. El apóstol Pablo dijo a los Tesalonicenses: ''Nosotros os trajimos las buenas nuevas de salvación no solamente con palabras sino también con poder y con el Espíritu Santo y con entera con­fianza de que el mensaje es verdadero. Vosotros sabéis cómo vivimos cuando estuvimos entre vosotros" 1 Tesalonicenses 1:5-6. Pablo predicó las buenas nuevas de salvación con poder y con autoridad porque era sincero y vivía una vida agradable a Dios. Incluso pudo decir a otros creyentes: "Vivid como yo vivo, porque yo procuro imitar a Cristo" 1 Corintios 11:1.
Pablo predicó las buenas nuevas de salvación en Cristo y muchos fueron salvos, porque Pablo vivió una vida seme­jante a la vida de Cristo. Los creyentes de Tesalónica llegaron a ser seguidores e imitadores de Pablo porque vivieron como Pablo vivió y dieron el mensaje de Dios a muchas otras personas. Así que Pablo copió al Señor Jesucristo y los creyentes copiaron a Pablo. Por esto, el Apóstol pudo decir: "...las buenas nuevas del Señor han salido de vosotros a través de toda Macedonia y Grecia " 1 Tesalonicenses 1:8. Los creyentes predicaron las buenas nuevas y muchos creyeron porque las vidas de los predicadores eran como las vidas de Cristo. Pablo pudo decir: "No necesitamos decir nada; la obra de Dios está hecha. Todos pueden ver cómo os convertisteis de los ídolos a Dios para servir al Dios vivo y verdadero y para esperar el regreso de su Hijo de los cielos" 1 Tesalonicenses 1:8-9. Así que, los creyentes estaban haciendo lo que Pablo dijo, lo estaban imitando a él e imitando al Señor Jesucristo. Estaban predicando el mensaje de Dios y viviendo una vida cristiana. Así el pueblo recibió el mensaje y lo creyó.
El Señor Jesús dijo: "Si alguno quiere seguirme debe olvidarse de sí mismo, tomar su cruz y seguirme. Porque el que quiera vivir su propia vida, la perderá, pero el que da su propia vida por mí, la salvará" Lucas 9:23. El Señor Jesús hablaba acerca de la vida personal del hombre. Un hombre puede ser realmente feliz si ofrece su propia vida a causa de Cristo. Su vida es entonces controlada por Dios y esta es una vida real. Una persona desperdicia su vida si vive de acuerdo a sus propios deseos. Dios así lo dice. Necesitamos creer lo que Dios dice y creer lo que realmente quiere decir, lo que Dios dice es verdad. Dios dice que nuestras vidas se pierden si vivimos para nosotros mismos. Nuestras vidas son buenas y útiles solamente si las entregamos al Señor y permitimos a él controlarlas y usarlas como él quiera.
Nosotros decimos que sí, que esto es verdad, que nuestras vidas son buenas y útiles solamente si las ponemos al servicio de Dios. Pero, ¿realmente seguimos al Señor y le en­tregamos nuestras vidas? Estamos en peligro. Fácilmente podemos llegar a ser cristianos hipócritas, porque co­nocemos la verdad pero no la practicamos. Conocemos la verdad y hablamos acerca de ella. El caso es que nosotros mismos controlamos nuestra propia vida. No entendemos que debemos morir a nuestros deseos y nuestros planes y tomar nuestra cruz.
Se lee en el evangelio según Lucas, capítulo 9 y vs. 23-26 acerca de unos hombres que querían seguir a Jesús. El les dijo lo que debían hacer. El verdadero cristiano obedece a Cristo como a su Señor. El Señor dijo a los hombres que su vida sería un total desperdicio si ellos pretendían controlarla y vivir de acuerdo a sus deseos. Si vivimos para nosotros mismos perderemos todo lo que es bueno. No podemos con­trolar nuestras vidas si vivimos para nosotros mismos y no le obedecemos a él.
El Señor Jesús dijo a sus discípulos que debían obedecerle y tomó a tres de ellos y subió a la cima de una montaña, Lucas 9:28-31. Allí les habló acerca de su muerte. Les había hablado ante acerca de la muerte de ellos, que debían olvidarse de sí mismos y seguirle a él. Ahora les hablaba acerca de su propia muerte, la cual haría de su vida un éxito. El iba a dar su propia vida. El Señor Jesús tiene vida eterna en sí mismo, pero iba a dar su vida personal; no su vida eter­na. Esto lo entendemos bien. El dijo: "Yo daré volun­tariamente mi vida. Nadie la toma de mí, sino que la doy voluntariamente " Juan 10:17-18. El Señor Jesús no hablaba de dar su vida eterna sino su vida terrenal. El dio su propia vida con todo lo que pudiera haber deseado o escogido para sí mismo. Después de que murió, tomó su vida de nuevo. Acerca de esto fue que habló a sus discípulos cuando estuvieron en la montaña.
Veamos ahora lo que aconteció. El les estaba enseñando que él era su Señor y que ellos debían obedecerle. Les estaba mostrando la importancia de renunciar al control de su pro­pia vida y de hacer lo que Dios quería que hicieran. Pero Pedro y los otros discípulos se durmieron. Cuando desper­taron vieron su gloria y a dos hombres con él. Entonces Pedro comenzó a hablar. Con frecuencia él hablaba más de la cuenta. Se lee en Marcos 9:6 que Pedro no sabía lo que decía y en Lucas 9:33 dice que Pedro no sabía lo que había dicho. Pedro fue un tonto al hablar así. Nosotros cometemos muchos errores si no sabemos qué decir antes de comenzar a hablar y cuando terminamos de hablar no sabemos lo que hemos dicho.
La mente de Pedro estaba turbada y confundida. Por eso dijo: "Hagamos tres tiendas; una para ti, otra para Moisés y otra para Elias." Pero Dios dijo: "Este es mi hijo amado, a él oíd." Dios estaba enseñando a Pedro y a los demás discípulos que el Señor Jesucristo es su maestro. Nadie puede compartir el magisterio con el Señor Jesucristo. Pedro quería hablar de Moisés y de Elias. Quizás quería decir que Elias podría enseñarles algo y que también Moisés y que ellos querían oírle. Pero Dios dijo: "Ustedes deben solamente oír a mi Hi­jo." Pedro no había aprendido la lección que el Señor Jesús les había estado enseñando.
Los discípulos no entendieron que debían obedecer solamente al Señor Jesús. Cuando descendieron de la montaña encontraron a los otros discípulos sin ayuda y de­rrotados. Un hombre había traído su hijo a los discípulos y les había pedido que echaran fuera a un espíritu inmundo que lo poseía, pero ellos no pudieron hacerlo. Entonces el hombre se dirigió al Señor Jesús y le pidió que librara a su hi­jo del espíritu malo, Marcos 9:17-27. El Señor Jesús in­mediatamente usó su autoridad sobre el diablo y ordenó al espíritu inmundo a que saliera. Así sanó al muchacho y lo devolvió a su padre. La gente se maravillaba del gran poder de Jesús.
El Señor Jesús tiene todo poder y toda autoridad sobre las olas del mar, la tempestad, y la muerte, etc. El pudo detener el viento y la tempestad porque tiene autoridad sobre las cosas que él hizo. Los discípulos aún no habían comprendido cuan grande era su autoridad, así que se maravillaron y no entendían que él era realmente Señor.
En Hechos, capítulo 8, vs. 26-40 leemos acerca de Felipe. Estaba predicando la Palabra de Dios en Samaria cuando el Señor le dijo: "Quiero que vayas a Gaza, que está en el desierto, donde todo es caluroso y seco." Y Felipe fue y justamente allí estaba un hombre que regresaba de Jerusalén a su casa en Etiopía, en el África. Este hombre estaba cruzando el desierto cuando Dios envió a Felipe para que lo encontrara. Dios quiso que estos dos hombres se encon­traran. Dios tenía su plan y envió a Felipe a Gaza a la hora oportuna.
El etíope iba cruzando el desierto, leyendo el libro de Isaías y Dios quiso que su siervo Felipe lo encontrara para que no regresara a Etiopía sin oír las buenas nuevas. Dios quiso que Felipe encontrara el etíope mientras leía el libro de Isaías. El pasaje de la Escritura que leía decía: "Porque fue quitada de la tierra su vida." Y entonces Felipe le preguntó: "¿Entiendes lo que lees?" El hombre respondió: "¿Y cómo podré entender? Yo no entiendo acerca de quién hablan estas palabras."
Dios arregla el tiempo de cada cosa en nuestra vida. El puede hacer que nos encontremos con alguien en el tiempo justo. Ni demasiado tarde, ni demasiado temprano, sino en el tiempo preciso en que esa persona está lista para recibir el mensaje de Dios. Si Felipe no hubiera encontrado al etíope en el momento preciso, ese hombre hubiera vuelto a su casa dos semanas más tarde y quizás hubiera dejado aparte el libro de Isaías y hubiera dicho: "Yo compré este libro y lo leí, pero no entiendo nada." Dios puede decir a un cristiano: "Yo quiero que vayas ahora." Debemos vivir muy cerca de Dios, de tal manera que sepamos a dónde ir y qué hacer cuando él nos habla. Y debemos obedecer sus órdenes sea para ir pronto, sea para esperar un poco.
Leemos que los once discípulos de Jesús fueron a la colina en Galilea a donde Jesús les pidió ir después de su resurrec­ción. Sus discípulos hubieran podido decir; "¿Por qué debemos ir a Galilea? ¿Por qué no nos podemos reunir en Jerusalén?" El Señor Jesús les había dicho que lo esperaran en Galilea. Pero ¿por qué les dijo el Señor que en Galilea y no en Jerusalén? Quizás porque quería que estuvieran lejos del mal. El quería hablarles en un lugar tranquilo como las colinas de Galilea. El tiene sus propios planes y hace su obra a su manera. Por eso, tal vez, llevó a sus discípulos lejos de la gente religiosa de Jerusalén y se encontró con ellos en una colina de Galilea donde la gente era sencilla.
Los discípulos cayeron a sus pies cuando lo vieron y le adoraron. El es nuestro Salvador y merece nuestra adoración. Algunas veces vivimos durante la semana sin hacer de Cristo el maestro de nuestras ocupaciones. En nuestra casa o en nuestras familias. Planeamos lo que haremos y cuando compraremos o venderemos, pero no le pedimos a él su control. Los domingos por la mañana vamos a una reunión, tomamos himnario y pensamos que con esto estamos adorándole a él. Y decimos que hemos terminado la adoración cuando cantamos el último himno. Pero esto no es adoración. Debemos adorarlo con nuestro corazón. Los An­cianos y los Seres Vivientes de Apocalipsis 5:9 le adoraban diciendo: "Digno eres porque fuiste inmolado y con tu sangre nos has redimido para Dios." Cristo debe tener el más alto lugar, el lugar de autoridad. Nuestra adoración es ver­dadera cuando lo ponemos en el lugar más alto de honor y autoridad.
No podemos decir que Cristo es lo más importante durante una hora u hora y media el domingo por la mañana y luego, olvidarnos de él cuando salimos de la reunión. No podemos hacer nuestros propios planes para el resto de la semana y no someternos a su autoridad. La verdadera adoración consiste en llamarlo Señor todos los días de la semana. Debemos confiar a él nuestras vidas, nuestros hijos, nuestras casas, nuestro tiempo, nuestro dinero, en fin, todo lo que somos y todo lo que tenemos. Deberíamos decirle a él: "Tú eres digno de todo ello y te doy todo lo que tengo." No solamente por un tiempo, sino por todo el tiempo. Esto es verdadera adoración.
Judas se disgustó con María cuando ella derramó el per­fume a los pies de Jesús y dijo: "No deberías hacer esto por­que es un desperdicio. Podrías vender el perfume y usar el dinero para alimentar a los pobres, lo cual sería mucho me­jor " Juan 12:5-6. Judas estaba en un gran error porque no amaba a Cristo. El era el tesorero de Jesús y de sus discípulos y sustraía parte del dinero. No adoraba a Jesús porque no era un verdadero creyente.
Los discípulos adoraron al Señor Jesucristo sobre aquella colina en Galilea, Mateo 28:16-20, y estaban dispuestos a obedecerle. Por eso, el Señor Jesús les ordenó ir y enseñar a todas las naciones. Les dijo que enseñaran al pueblo las mismas cosas que él les había enseñado a ellos. Cristo les enseñó que debían obedecerle y los discípulos debían enseñar al pueblo a obedecer a Cristo. En otro capítulo de este libro, estudiaremos las cosas que Cristo enseñó acerca del Reino de Dios. El gobierno de Dios es su norma, su autoridad. Dios nos ha librado de la tiranía de las tinieblas y nos ha llevado al reino de su Hijo. El reino del Hijo de Dios significa el lugar donde su Hijo tiene autoridad y donde gobierna. Debemos obedecerle en todo lo que hacemos. Cristo habló acerca de su reino y su autoridad durante cuarenta días después de su resurrección y antes de su retorno a los cielos.

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