¿Tenemos
"los ojos puestos en el cielo"? (Hechos 1:10). ¡Ah, qué corazones
inconstantes poseemos! ¡Cuán variables y superficiales son!
El
Espíritu Santo dirige siempre nuestra mirada hacia Jesús y quiere mantenerla
fija sobre él. Por tanto, el
propósito habitual del Espíritu es revelar y glorificar a Jesús.
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