« ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la
iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor; y la
oración de fe salvará al enfermo; y si hubiese cometido pecados,
le serán perdonados» (Santiago
5:14-15)
Muchas veces los
enfermos rescatados del Señor se han cuestionado el tema de este pasaje y se
han preguntado si no deberían hacerse ungir con aceite, esperando así ser librados
de sus sufrimientos. Otros lo han hecho y no han recibido ningún alivio. ¿Por
qué?
La cosa es bien simple
si nos recordamos que esta epístola, la de Santiago no está dirigida a la
Iglesia cristiana, sino más bien a las doce tribus de Israel. Es por esto que encontramos
la sinagoga y otras cosas que parecen extrañas si no tomamos el cuidado del
primer versículo de esta epístola; cosas que pueden ser sencillas si nos
colocamos, por el pensamiento, en el terreno del pueblo terrenal de Dios. La
unción con aceite era algo frecuente en las ordenanzas del antiguo pacto. Se
ungía a aquel que debía subir al trono; se ungía también a los sacerdotes
cuando entraban en sus funciones; el tabernáculo y todos los utensilios debían
ser ungidos con aceite de la santa unción, etc. Esta función prefiguraba (o
simbolizaba) la venida del Espíritu Santo que, mas tarde, debía habitar en los
creyentes y en la Iglesia (o Asamblea de creyentes), que es la casa de Dios. De
ningún modo estamos sorprendidos al encontrar esta unción con aceite en los
versículos que nos ocupan. Aquí, tiene que ver con un pueblo terrenal que se
movía en medio de las sombras de las cosas celestiales. Ahora que tenemos la
plena realidad de esas cosas, no tenemos que ver con lo que eran las sombras,
las figuras (Hebreos 8:5), y esto mas aún, en lo que concierne a la Iglesia, no
vemos ninguna ordenanza de esta índole.
Luego, ungir a un
enfermo, es volverse a colocar en un terreno donde nada ha sido conducido en
perfección y en la cual el creyente ha sido libertado para siempre por la
gracia de Dios. Podemos también agregar que nunca un hijo de Dios fiel desearía
arrogarse el título de anciano desde que la autoridad apostólica, que solo
tenía el derecho de nombrar, no estuviera mas allí para hacerlo. Desear usurpar
este título denotaría una fuerte dosis de pretensión de parte de aquel que lo
hiciera.
¿No hay nada que hacer
con respecto a los enfermos que están entre nosotros? Ciertamente, la oración
de fe tiene siempre el poder y su eficacia en todos los tiempos y en todas las
dispensaciones. Puede suceder que un enfermo estuviera bajo el golpe de una
disciplina particular de parte del Señor a causa de algún pecado que no ha sido
juzgado. ¿Qué hacer en tales circunstancias? Confesarlo. El asunto es muy simple
y verdadero en todos los tiempos (Ver Salmo 32). Sucede también a menudo que la
enfermedad está permitida por el Señor para probar la fe de aquel que la padece
y de aquellos que están en contacto con él. Epafrodito había estado enfermo y
muy cerca de la muerte realizando el precioso servicio que le había sido
confiado por lo filipenses a favor del apóstol Pablo (Filipenses 2:25). Nadie
desearía pensar que esta enfermedad era la consecuencia de sus pecados, como
tampoco las frecuentes indisposiciones del fiel Timoteo (1ª Timoteo 5:23). El
Señor se servía entonces de estas enfermedades para el bien de aquellos que estaban
aquejados y para la prueba de su fe, así que para aquellos que se beneficiaban
son su fiel servicio.
Hoy día es lo mismo.
Tenemos necesidad de sabiduría en todo tiempo. Cuidemos de guardar las
enseñanzas de la Palabra de nuestro Dios, con el fin de no dejarnos desorientar
en nuestro andar. A menudo se ha hundido en grandes aflicciones a almas fieles,
ignorantes puede ser, y que están padeciendo enfermedad, u otras cosas penosas,
volviéndose a si mismas en lugar de volver su miradas a Aquel que es el Pastor
fiel de su rebaño querido. En lugar de encontrar amigos que venían a reconfortarlo,
ellos encontraban, como Job, consoladores falsos que venían a agobiarlo ocupándose
de ellos mismo, en lugar de hablar de Aquel que solo podía gozar su corazón en
lo profundo de la prueba.
Traducido de "El Mensajero Evangélico " año
1944
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