domingo, 7 de abril de 2013

LA UNCIÓN CON ACEITE


« ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor; y la oración de fe salvará al enfermo; y si hubiese cometido pecados, le serán perdonados» (Santiago 5:14-15)
                                              

            Muchas veces los enfermos rescatados del Señor se han cuestionado el tema de este pasaje y se han preguntado si no deberían hacerse ungir con aceite, esperando así ser librados de sus sufrimientos. Otros lo han hecho y no han recibido ningún alivio. ¿Por qué?
            La cosa es bien simple si nos recordamos que esta epístola, la de Santiago no está dirigida a la Iglesia cristiana, sino más bien a las doce tribus de Israel. Es por esto que encontramos la sinagoga y otras cosas que parecen extrañas si no tomamos el cuidado del primer versículo de esta epístola; cosas que pueden ser sencillas si nos colocamos, por el pensamiento, en el terreno del pueblo terrenal de Dios. La unción con aceite era algo frecuente en las ordenanzas del antiguo pacto. Se ungía a aquel que debía subir al trono; se ungía también a los sacerdotes cuando entraban en sus funciones; el tabernáculo y todos los utensilios debían ser ungidos con aceite de la santa unción, etc. Esta función prefiguraba (o simbolizaba) la venida del Espíritu Santo que, mas tarde, debía habitar en los creyentes y en la Iglesia (o Asamblea de creyentes), que es la casa de Dios. De ningún modo estamos sorprendidos al encontrar esta unción con aceite en los versículos que nos ocupan. Aquí, tiene que ver con un pueblo terrenal que se movía en medio de las sombras de las cosas celestiales. Ahora que tenemos la plena realidad de esas cosas, no tenemos que ver con lo que eran las sombras, las figuras (Hebreos 8:5), y esto mas aún, en lo que concierne a la Iglesia, no vemos ninguna ordenanza de esta índole.
            Luego, ungir a un enfermo, es volverse a colocar en un terreno donde nada ha sido conducido en perfección y en la cual el creyente ha sido libertado para siempre por la gracia de Dios. Podemos también agregar que nunca un hijo de Dios fiel desearía arrogarse el título de anciano desde que la autoridad apostólica, que solo tenía el derecho de nombrar, no estuviera mas allí para hacerlo. Desear usurpar este título denotaría una fuerte dosis de pretensión de parte de aquel que lo hiciera.
            ¿No hay nada que hacer con respecto a los enfermos que están entre nosotros? Ciertamente, la oración de fe tiene siempre el poder y su eficacia en todos los tiempos y en todas las dispensaciones. Puede suceder que un enfermo estuviera bajo el golpe de una disciplina particular de parte del Señor a causa de algún pecado que no ha sido juzgado. ¿Qué hacer en tales circunstancias? Confesarlo. El asunto es muy simple y verdadero en todos los tiempos (Ver Salmo 32). Sucede también a menudo que la enfermedad está permitida por el Señor para probar la fe de aquel que la padece y de aquellos que están en contacto con él. Epafrodito había estado enfermo y muy cerca de la muerte realizando el precioso servicio que le había sido confiado por lo filipenses a favor del apóstol Pablo (Filipenses 2:25). Nadie desearía pensar que esta enfermedad era la consecuencia de sus pecados, como tampoco las frecuentes indisposiciones del fiel Timoteo (1ª Timoteo 5:23). El Señor se servía entonces de estas enfermedades para el bien de aquellos que estaban aquejados y para la prueba de su fe, así que para aquellos que se beneficiaban son su fiel servicio.
            Hoy día es lo mismo. Tenemos necesidad de sabiduría en todo tiempo. Cuidemos de guardar las enseñanzas de la Palabra de nuestro Dios, con el fin de no dejarnos desorientar en nuestro andar. A menudo se ha hundido en grandes aflicciones a almas fieles, ignorantes puede ser, y que están padeciendo enfermedad, u otras cosas penosas, volviéndose a si mismas en lugar de volver su miradas a Aquel que es el Pastor fiel de su rebaño querido. En lugar de encontrar amigos que venían a reconfortarlo, ellos encontraban, como Job, consoladores falsos que venían a agobiarlo ocupándose de ellos mismo, en lugar de hablar de Aquel que solo podía gozar su corazón en lo profundo de la prueba.
Traducido de "El Mensajero Evangélico año 1944

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