Leer Marcos
13:34 y también Lucas 12:42-44; Mateo 24:45-47
Reunamos estos versículos, pues se complementan unos a
otros. El Señor compuso un cuadro breve, pero rico en instrucción. El fondo de
la escena es una casa. Los personajes son: un maestro ausente, un mayordomo, un
portero y esclavos anónimos ocupados en diversas actividades.
El maestro está ausente.
Pero antes de su partida dejó su casa en perfecto orden. No salió de prisa, al
contrario, se tomó el tiempo suficiente para confiar un trabajo específico a
cada uno de sus servidores.
El mayordomo debía
velar por el sustento de cada uno de los demás siervos. Su tarea consistía en
darles buen alimento, y en el momento preciso. Obviamente debía ser fiel para
conservar las provisiones, sin que se alteraran; además tenía que ser sabio para
distribuirlas adecuadamente, discerniendo el tiempo oportuno.
Las instrucciones dadas al portero se
resumen en una palabra: velar. Debía velar para que el ladrón no entrara y para
abrir al maestro en cualquier momento que regresara. Éste era un puesto de
confianza y honor.
Los otros siervos recibieron
cada uno su tarea. A cada uno le fue precisada su obra, y no a través de un
intermediario, sino por el maestro mismo. Fue él quien preparó los medios
necesarios teniendo en cuenta la capacidad de cada siervo. Además, les confirió
una autoridad que era una fracción de la suya. Dicho de otra forma, estos
siervos gozaban de la confianza de su señor; se les dio, en el dominio de su
actividad respectiva, una entera libertad de acción, porque el maestro esperaba
de ellos que velaran por Sus intereses como si fueran los suyos propios.
Aprehendamos la enseñanza espiritual de este cuadro.
Cristo ausente encargó diversas funciones a sus mayordomos, porteros y siervos.
En las epístolas encontramos dos formas principales de ministerios y cargos.
Los mayordomos nos recuerdan a los siervos calificados por el Señor para
administrar el alimento espiritual a los creyentes. Son especialmente los
maestros (Efesios 4:11), quienes disciernen las necesidades del momento y
presentan los recursos de la Palabra que son apropiados. La porción de trigo
nos habla de Cristo, alimento del alma. Sus servidores deben conservar la
doctrina intacta, exponer fielmente la verdad, “manejando
acertadamente la palabra de la verdad” (2 Timoteo 2:15 V.M.) Deben ser prudentes,
haciendo corresponder los recursos de la Palabra a las necesidades de aquellos
a quienes se dirigen, en el tiempo conveniente. Jóvenes hermanos, busquemos ese
precioso servicio que al final lleva una bendición muy especial para aquellos
que sean hallados “haciendo así” (Lucas 12:43).
Los porteros, por su parte, nos hacen pensar en los
vigilantes (u obispos, RVR 1960, 1 Timoteo 3:2), ancianos o pastores que velan,
no sobre la Palabra y la enseñanza, sino sobre la grey. Su tarea parece pasiva,
y a veces negativa. Velar a las puertas es estar atentos a las admisiones a la
participación en la cena del Señor; algunas veces, significa hacer esperar a
uno hasta que su deseo de seguir fielmente al Señor sea notorio para todos.
Ayudemos a estos hermanos, apreciemos su vigilancia en vista del bien de la
asamblea. Esto corresponde a la orden que ellos han recibido personalmente del
Señor: “¡Velad!”
Sin embargo, la mayoría de los creyentes no han sido
llamados a un ministerio particular. Entonces, ¿no tienen ellos un servicio en
la casa de Dios? El versículo 34 de Marcos 13 responde: “A cada uno su
obra…” Cada uno. Ninguno es dejado en la inactividad. Tampoco hay
límite en cuanto a la clase de obra. Abarcan una infinidad de tareas, incluso
las más humildes, las cuales el Señor pondrá en evidencia y recompensará en su
día.
Cada uno ha recibido un servicio y la autoridad para
realizarlo. Obra por cuenta del mismo Señor, lo cual acentúa la importancia de
su mandato. Él no se preocupa por las opiniones de los hombres, porque es a
Cristo a quien debe dar cuentas. No busca nada más que Su aprobación.
Pero, ¿qué sucedió en la “casa grande” de la profesión
cristiana? (2 Timoteo 2:20) Los mayordomos se engordaron, se embriagaron y
golpearon a sus servidores. Los porteros no vigilaron y los ladrones entraron
“para hurtar y matar y destruir” (Juan 10:10). La alianza con el mundo, el
dominio sobre las almas, el sueño y la infiltración de individuos que no tienen
la vida o aportan doctrinas extrañas explican el estado tan humillante de la
cristiandad actual. El retorno del Maestro ha sido perdido de vista.
Sin embargo, Él viene en el día que el siervo malo no
espera, a la hora que éste no sabe. ¿Se puede decir, entonces, que el siervo
fiel conoce el día y la hora? No. Pero cada día es un día que él “espera”, un
día que puede ser aquel tan anhelado. Empleando una expresión militar, tenemos
nuestro día D, nuestra hora H. Nada como esta espera del corazón es propia para
estimular nuestra actividad, para ayudarnos a cumplir la obra que nos ha
sido confiada.
El Señor viene pronto. Pensemos en ese día con alegría,
pero también con reverencia y temor. ¿Qué tendremos en nuestras manos? ¿Qué le
mostraremos? El Señor, nuestro ejemplo, pudo decir al dar cuentas a su Padre:
“He acabado la obra que me diste que hiciese” (Juan 17:4). Y su Padre,
perfectamente glorificado, lo hizo sentarse a su diestra, coronado de gloria y
honor. En lo que nos concierne, ¿también tendrá el gozo de hacernos sentar con
él y decirnos: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho
te pondré; entra en el gozo de tu Señor”? Feliz el siervo, y feliz también el
Maestro, porque ahí está el fruto del trabajo de su alma, y nada más podrá
satisfacer su perfecto y maravilloso amor. (Véase Isaías 53:11).
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