Vamos
a ver ahora qué significa un clero. Es la palabra que señala a una clase especial
de personas, distinguida de los «laicos» por haberse entregado a cosas espirituales
y por tener un lugar de privilegio en relación con estas cosas sagradas que los
laicos no tienen. Actualmente, esta clase especial está siendo atacada por dos
razones, aunque está lejos de desaparecer. Primero, Dios está arrojando luz con
respecto a este asunto. La segunda razón es puramente humana: la época es
democrática, y los privilegios de clase están desapareciendo.
Pero,
¿qué significado tiene esta clase especial? Puesto que es distinta de los
laicos, y goza de privilegios que éstos no tienen, significa un abierto y real
nicolaitismo, a menos que la Escritura avale sus pretensiones, puesto que los
laicos ¡han sido sometidos a ellos! Pero la Escritura no utiliza tales términos
y distinciones de clase, ni los aplica a nuestros tiempos del Nuevo Testamento.
Estos términos, «clérigo» y «laico», son pura invención humana, que han surgido
después que el Nuevo Testamento fuera completado, aunque en realidad el concepto
que está detrás de estos términos fue de hecho importado del judaísmo del
Antiguo Testamento.
Debemos
ver el importante principio que está en juego para entender por qué el Señor
dice que aborrece las obras de los nicolaítas. Nosotros también, si estamos en
comunión con nuestro Señor, debemos aborrecer lo que Él aborrece.
Yo
no estoy hablando de personas (¡Dios no lo permita!), sino de una cosa. Hoy
estamos al final de una larga serie de alejamientos de Dios. Como consecuencia,
crecemos entre muchas cosas que han llegado hasta nosotros como “tradiciones de
los ancianos”, vinculadas con hombres a quienes honramos y amamos, y,
admitiendo su autoridad, hemos aceptado estas tradiciones sin siquiera jamás
haber analizado la cuestión por nuestra propia cuenta a la luz de la Palabra de
Dios.
Reconocemos
sinceramente a muchos de estos hombres como verdaderos siervos de Dios, pero
ocupando una posición errónea. Yo me refiero a la posición: a la cosa que el
Señor aborrece. Dios no dice: «las personas que yo aborrezco». Aunque en
aquellos días esta clase de mal no era hereditario como lo es ahora, y aquellos
que esparcían el mal tenían su propia responsabilidad, nosotros, no obstante,
no deberíamos avergonzarnos ni temer estar donde el Señor está. De hecho, no
podemos estar con Él en este asunto, a menos que nosotros también aborrezcamos
las obras de los nicolaítas.
Debemos
aborrecer esta cosa porque significa una casta o clase espiritual —un grupo de
personas que oficialmente tienen un derecho a la dirección en cosas espirituales,
una cercanía a Dios derivada de una posición oficial, y no de poder
espiritual—. Esto es realmente un resurgimiento, bajo otros nombres, y con
modificaciones, del sacerdocio intermediario del judaísmo. Éste es el
significado del clero. Por lo tanto, el resto de los cristianos son sólo los
laicos, los seglares, relegados, en mayor o menor medida, a la antigua
distancia de Dios, a la cual la cruz puso fin.
Ahora
podemos ver la razón de por qué la Iglesia tenía que ser judaizada antes que
las obras de los nicolaítas pudieran madurar en una doctrina. Bajo el judaísmo,
el Señor hasta había autorizado la obediencia a escribas y fariseos que se
sentaban en la cátedra de Moisés (Mateo 23:2-3); y para que este texto se
aplique ahora, la cátedra de Moisés tenía que ser establecida en la Iglesia
cristiana. Una vez que esto tuvo lugar, y que la masa de cristianos fuera
degradada del sacerdocio del cual habló Pedro a meros «miembros laicos», la
doctrina de los nicolaítas fue establecida.
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