martes, 2 de diciembre de 2014

David en la cueva de Adulam

David, figura de Cristo rechazado, viene a ser un centro de atracción para sus hermanos en la cueva de Adulam (1 Sam. 22). Su familia, todos los que eran de su raza, se agruparon en torno suyo. Eran para David, como para Cristo, los 'excelentes de la tierra'. Ellos reconocían en él al ungido de Jehová, aquel por quien el Señor quería salvar a su pueblo, el instrumento de la gracia de Israel. Ellos sabían que no podían esperar nada del mundo sino desprecio y persecución, tal como su jefe de familia; por tanto, su único recurso era refugiarse junto a aquel que, en los ojos de los hombres, no tenía recurso alguno.
Pero hay otra clase de personas que se refugia junto a David en la cueva de Adulam: “Y se juntaron con él todos los afligidos, y todo el que estaba endeudado, y todos los que se hallaban en amargura de espíritu, y fue hecho jefe de ellos”. No eran solamente los que tenían un mismo origen, sino los que no estaban unidos a David por ningún lazo. Su característica común era que lo habían perdido todo. Los unos “estaban afligidos”, no sabiendo hacia qué lado volverse; otros “estaban endeudados”, sin poder pagar sus deudas; otros, en fin, “se hallaban en amargura de espíritu”, amargura que no tenía remedio, por el estado de cosas de Israel.
Ellos encuentran junto a David un refugio seguro, tal como lo encuentran hoy día junto a un Cristo rechazado. Pero encuentran mucho más todavía. David tiene la capacidad de formar a su imagen a los más miserables. El reflejo de su belleza moral cae sobre los que no tienen nada que traerle aparte de su miseria. En la sombría cueva de Adulam, la luz que irradia David resplandece sobre estos cuatrocientos hombres que le rodean, y lo que la gracia ha hecho de ellos en el día de las tribulaciones será reconocido por todos los ojos, aclamado por todas las bocas, en el día ya próximo de la gloria. Toda esa gente fuera de la ley rodeará el trono del rey y será llamada “los valientes que tuvo David” (2 Sam. 23:8).

Querido lector, ¿se ha refugiado usted junto a un Cristo rechazado? Uno no lo hace sino cuando está al borde de la desesperación y cuando ha perdido toda esperanza. El mundo, en este caso, le despreciará, pero no tanto como usted mismo se desprecia. Y sin embargo, nada le faltará. Se siente la presencia del Señor Jesús, y el alma la experimenta; los tesoros de su Palabra son puestos a disposición suya; en fin, el medio de acercarse a Dios es provisto por el sacerdocio de Cristo que nos pone en comunión con Él. Tales son los beneficios que dispensa nuestro David en el tiempo cuando es rechazado.

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