David, figura de Cristo rechazado, viene a ser un centro de atracción
para sus hermanos en la cueva de Adulam (1 Sam. 22). Su familia, todos los que
eran de su raza, se agruparon en torno suyo. Eran para David, como para Cristo,
los 'excelentes de la tierra'. Ellos reconocían en él al ungido de Jehová,
aquel por quien el Señor quería salvar a su pueblo, el instrumento de la gracia
de Israel. Ellos sabían que no podían esperar nada del mundo sino desprecio y
persecución, tal como su jefe de familia; por tanto, su único recurso era
refugiarse junto a aquel que, en los ojos de los hombres, no tenía recurso
alguno.
Pero hay otra clase de personas que se refugia junto a David en la cueva
de Adulam: “Y se juntaron con él todos los afligidos, y todo el que estaba
endeudado, y todos los que se hallaban en amargura de espíritu, y fue hecho
jefe de ellos”. No eran solamente los que tenían un mismo origen, sino los que
no estaban unidos a David por ningún lazo. Su característica común era que lo
habían perdido todo. Los unos “estaban afligidos”, no sabiendo hacia qué lado
volverse; otros “estaban endeudados”, sin poder pagar sus deudas; otros, en
fin, “se hallaban en amargura de espíritu”, amargura que no tenía remedio, por
el estado de cosas de Israel.
Ellos encuentran junto a David un refugio seguro, tal como lo encuentran
hoy día junto a un Cristo rechazado. Pero encuentran mucho más todavía. David
tiene la capacidad de formar a su imagen a los más miserables. El reflejo de su
belleza moral cae sobre los que no tienen nada que traerle aparte de su
miseria. En la sombría cueva de Adulam, la luz que irradia David resplandece
sobre estos cuatrocientos hombres que le rodean, y lo que la gracia ha hecho de
ellos en el día de las tribulaciones será reconocido por todos los ojos,
aclamado por todas las bocas, en el día ya próximo de la gloria. Toda esa gente
fuera de la ley rodeará el trono del rey y será llamada “los valientes que tuvo
David” (2 Sam. 23:8).
Querido lector, ¿se ha refugiado usted junto a un Cristo rechazado? Uno
no lo hace sino cuando está al borde de la desesperación y cuando ha perdido
toda esperanza. El mundo, en este caso, le despreciará, pero no tanto como
usted mismo se desprecia. Y sin embargo, nada le faltará. Se siente la presencia
del Señor Jesús, y el alma la experimenta; los tesoros de su Palabra son
puestos a disposición suya; en fin, el medio de acercarse a Dios es provisto
por el sacerdocio de Cristo que nos pone en comunión con Él. Tales son los
beneficios que dispensa nuestro David en el tiempo cuando es rechazado.
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