—Nuestra Responsabilidad ante Dios, y la
Gracia Electiva de Dios en Salvación—
La responsabilidad y la elección son dos
líneas de verdad que corren paralelas en la Palabra de Dios. Para nuestras
mentes naturales puede parecer que no concuerdan entre sí, pero debemos
recordar que nosotros somos finitos en nuestra comprensión, mientras que Dios
es infinito. Nuestras mentes quedan en paz en estas cuestiones cuando nos
inclinamos ante la revelación de Dios, y aceptamos la verdad de Su Palabra. En
Isaías 55:8, 9 leemos: «Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos,
ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que
la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis
pensamientos más que vuestros pensamientos». Que busquemos, con la ayuda del
Señor, aprender los pensamientos y caminos de Dios conforme se revelan en Su
Palabra, y veremos cuán acordes son, porque como se dice en Proverbios 8:9
acerca de las razones de Dios: «Todas ellas son rectas al que entiende, y
razonables a los que han hallado sabiduría».
En la eternidad pasada Dios tenía Sus
propósitos, como leemos en Ef 3:11: «Conforme al propósito eterno que hizo en
Cristo Jesús nuestro Señor». Aquí podemos ver que el propósito de Dios vino
antes de la responsabilidad del hombre, porque Dios no sería Dios si no
conociera el futuro (Hch 15:18). Él hizo este mundo como la plataforma donde
cumplir y exhibir Sus propósitos (Pr 8:22-36), y puso aquí a un hombre y una
mujer, situándolos en un puesto de responsabilidad. Conocemos la historia de
Adán y Eva, y cómo ellos decidieron desobedecer a Dios, y así con respecto a la
responsabilidad todo se perdió. ¿Iba a quedar Dios frustrado en Sus propósitos?
¡Jamás! Y así Él actúa en gracia, y viste a Adán y Eva con túnicas de pieles.
Dios hizo las túnicas de pieles mediante la muerte de un sustituto, porque tuvo
que morir un animal. Ésta fue la gracia soberana de Dios para con ellos, no
porque ellos merecieran Su provisión en gracia, sino porque Él es amor además
de luz. Él no puede pasar por alto el pecado, y así, aunque
tuvieron que ser expulsados del huerto, salen vestidos por medio de la muerte
de un sustituto que había muerto en lugar de ellos. «Sin derramamiento de
sangre no se hace remisión» (He 9:22).
Al seguir leyendo en la Palabra de Dios,
hallamos esta gracia maravillosa de Dios actuando según Su propia elección soberana,
dirigiéndose al hombre por medio de los sacrificios de Abel y de Noé. Abram es
llamado fuera de la idolatría, y Jacob es escogido en lugar de Esaú. Judá fue
escogido para venir a ser la tribu de la que nacería Cristo. Cada uno de estos
hombres que hemos mencionado era responsable, y cada uno de ellos fracasó, pero
fueron escogidos y bendecidos en conformidad al plan de Dios. No nos toca a
nosotros cuestionar los caminos de Dios, porque «¿Quién eres tú, para que
alterques con Dios?» (Ro 9:20). De nuevo en Job 33:12, 13: «He aquí, en esto no
has hablado justamente; yo te responderé que mayor es Dios que el hombre. ¿Por
qué contiendes contra él? Porque él no da cuenta de ninguna de sus razones».
Nuestra paz y bendición residen en aceptar Su gracia y bondad que nos han sido
provistas mediante la obra de la redención, consumada en la cruz del Calvario
por Su amado Hijo, el Señor Jesucristo.
El carácter de Dios es inmutable. Él es
luz, además de amor. Él tiene que castigar el pecado, pero se deleita en la
misericordia. Él ofrece salvación a todos, pero cuando todos rehúsan
(porque dejados a nosotros mismos todos rehusaríamos), entonces Él actúa conforme a Su elección
soberana. Nadie hay que sea elegido para perdición, porque la salvación de Dios
es ofrecida a todos, a «todo el que quiera», pero si un pecador
rehúsa la oferta del perdón de Dios, tendrá que encontrarse con Dios como Juez,
y él, como persona responsable, será juzgado por sus pecados y por su propia
decisión de rechazar a Cristo.
¿Pero podemos los salvos jactarnos de que
somos mejores, o que somos más sabios que otros, o que de nuestra libre
voluntad aceptamos a Cristo y la oferta de Dios de perdonarnos? ¡No! Aquí
entran la soberanía y la elección. Dios «nos escogió en Cristo antes de la
fundación del mundo» (Ef 1:4), y por ello no podemos gloriarnos en nosotros
mismos ni en nuestra buena elección, sino que «el que se gloría, gloríese en el
Señor» (1 Co 1:31). «Los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de
carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios» (Jn 1:13). Y otra vez leemos:
«Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere» (Jn 6:44).
Tuvo que haber una obra de Dios en nosotros por parte del
Espíritu Santo, así como una obra de Dios por nosotros por
medio del sacrificio redentor del Señor Jesús en el Calvario, o jamás habríamos
sido salvos. Esto no echa a un lado ni cambia la responsabilidad del hombre,
sino que es cuando todo ha fracasado en lo que toca a nuestra responsabilidad
que Dios interviene con Su elección soberana para bendición. Dios creó al
hombre y a la mujer como seres responsables, y es triste cuando culpan a Dios
por la elección que ellos hacen de continuar en sus pecados y
de rechazar su bondad. Si tan sólo quisieran acudir, Él dice: «Al que a mí
viene, de ningún modo le echaré fuera» (Jn 6:37, RVR77).
Algunos dicen que esperarán a ver si han
sido elegidos para salvación, pero si acuden como pecadores recibirán la
bienvenida y el perdón por medio de la preciosa sangre de Cristo.
Entonces sabrán que fueron escogidos, elegidos y predestinados
para bendición. Si rehúsan, ellos decidirán su propia suerte, porque, como
personas responsables, han rechazado el perdón de Dios. Dios, que lo conoce
todo de antemano, sabe dónde estarás mañana, pero tú, como persona responsable,
debes usar los medios que Él ha provisto para tu vida de cada día; ¡cuanto más
deberías aprovechar la maravillosa provisión que Él te ofrece para la salvación
de tu alma! «No seas incrédulo, sino creyente» (Jn 20:27).
Es digno de nota lo consistentes que son
las Escrituras con respecto a la obra de Cristo en la cruz en esta cuestión.
Hemos leído que Cristo murió por todos (2 Co 5:15), y que se
entregó a sí mismo en rescate por todos (1 Ti 2:6). Él es la
propiciación (el trono de misericordia) por todo el mundo (1 Jn 2:2), pero la
Biblia nunca dice que llevó los pecados de todos. Dice que llevó los
pecados de «muchos» (Is 53:12; He 9:28). Si Él hubiera llevado los pecados
de todos, nadie iría al infierno, porque Dios es justo, y si la
deuda de pecado del pecador hubiera sido pagada por el Señor Jesús, Dios no
demandaría un segundo pago. Aquí se unen la verdad de la elección y de la
responsabilidad. Dios no sería Dios si no conociera el futuro, ni nosotros
podríamos apoyarnos en las Escrituras proféticas.
Pero la Escritura dice que Él murió por todos.
Ningún pecador irá al infierno por haber nacido en pecado (Sal 51:5), porque la
sangre de Cristo está sobre el «propiciatorio» y ha quedado abierto el camino a
la presencia de Dios para cada hombre y mujer, porque Dios «no quiere que
ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 P 3:9). Si una
persona rehúsa el camino que le ha sido abierto, entonces tiene que ser
castigado por sus pecados, porque Cristo no los llevó. Si un bebé o un niño
mueren antes de poder tomar su propia decisión, entonces él o ella entran en la
bendición de la voluntad del Padre, porque «no es la voluntad de vuestro Padre
que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños» (Mt 18:14). La muerte
de Cristo fue necesaria para salvar a aquel pequeño, porque él no vino sólo
«a buscar y a salvar» (a los adultos, véase Lc 19:10), sino
también a salvar a estos pequeños que no habían errado de su propia
voluntad (Mt 18:11). Su muerte y el derramamiento de su sangre abrieron el
camino a la bendición para todos los que no rehúsen Su perdón.
Ahora bien, es importante ver que el Señor
debe tener TODA la gloria, y por ello no es sólo Su voluntad soberana la que
nos atrae a Sí mismo, sino también la que nos mantiene en Sus manos: «Y yo les
doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano» (Jn
10:28). Es cierto que nosotros, como creyentes, somos responsables de leer Su
Palabra y de mantenernos cerca de Él, pero es Su poder lo que
nos preserva y lo que nos llevará a salvo al hogar en la gloria. Así que leemos
acerca de nuestra responsabilidad en Fil 2:12: «Ocupaos en vuestra salvación
con temor y temblor», y luego, en el siguiente versículo, «Porque Dios es el
que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad» (v.
13). ¿Querría algún cristiano atribuirse el mérito de que, una vez que Dios lo
ha escogido y salvado por su gracia soberana, a partir de aquel punto depende
de su propia fidelidad? Somos desde luego totalmente responsables de vivir para
agradar al Señor Jesús, pero una vez más tenemos aquí la bondad soberana de
Dios que obra en nosotros. Ambas cosas van juntas en la Palabra de Dios, y
nunca la una está en discordancia con la otra. ¿Querría algún cristiano devoto
tomar el crédito por su propia fidelidad, o no dirá más bien, aun sintiendo su
propia responsabilidad, que sencillamente le da la gloria a Dios por poner
deseos rectos en su corazón y por darle poder para agradarle? Incluso ante el
tribunal de Cristo, donde el Señor recompensará cualquier fidelidad para con
Él, echaremos las coronas a Sus pies, diciendo: «Señor, digno eres de recibir
la gloria, la honra y el poder» (Ap 4:11).
Naturalmente, tenemos el gobierno de Dios
en nuestras vidas como creyentes cuando aparece la voluntariedad, y Dios
nuestro Padre puede tener que disciplinarnos en amor para nuestro provecho (He
12:10). Su amor soberano para con nosotros es inmutable, pero el privilegio
introduce la responsabilidad, por lo que, aunque salvos por la gracia, cada
acción en nuestras vidas tiene consecuencias presentes y eternas en pérdida o
ganancia (1 Co 3:15, 15). En tanto que nuestros pecados fueron llevados por el
Señor Jesús en la cruz, y nunca seremos acusados por ellos en juicio, serán
desde luego contados como «pérdida» en el día de la manifestación si, como
creyentes, hemos vivido para nosotros, y no para Él. Hemos sido escogidos para
bendición, pero de nuevo entra aquí la responsabilidad, porque ambas cosas van
paralelas en nuestras vidas incluso como creyentes.
En cuanto a la predicación del evangelio,
por cuanto el mensaje de la salvación y del perdón es para todos,
somos responsables de proclamarlo a todos. «Así que somos
embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os
rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios» (2 Co 5:20). Sólo Dios conoce
quiénes son los escogidos, pero Él quiere que todos sepan de
Su amor y de Su buena disposición a perdonar. La dulzura del amor de Dios debe
ser dada a conocer a todos, incluso si es rehusada por muchos; así
Pablo podía decir: «Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se
salvan, y en los que se pierden; a éstos ciertamente olor de muerte para
muerte, y a aquellos olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?»
(2 Co 2:15, 16). En Hechos 13 los siervos de Dios predicaron la Palabra, y de
los que la rehusaron se dice que «No os juzgáis dignos de la vida eterna» (Hch
13:46). Ellos, como personas responsables, rechazaron la oferta de salvación
que Dios les hacía, y luego Dios actuó de manera soberana, y «creyeron todos
los que estaban ordenados para vida eterna» (Hch 13:48). Esto no detuvo a los
apóstoles de seguir predicando (v. 49), y mientras ellos «hablaron de tal manera»
el evangelio de amor, Dios dio Su bendición, y «creyó una gran multitud de
judíos, y asimismo de griegos» (Hch 14:1).
Podemos ver que el conocimiento de estas
cosas, tanto en cuanto a la salvación como a nuestro caminar como creyentes, es
de gran importancia. La verdad de Dios siempre exalta y honra al Señor
Jesucristo, como leemos en Jn 16:13, 14: «Cuando venga el Espíritu de verdad,
él os guiará a toda la verdad,... Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y
os lo hará saber». Los pensamientos del hombre siempre traen alguna gloria a él
mismo, incluso en las cosas de Dios, pero al aprender la verdad de Dios vemos
que, en tanto que deja al hombre plenamente responsable, le da la gloria a Dios
y al Señor Jesucristo. «Para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese
en el Señor» (1 Co 1:31). «A fin de que nadie se jacte en su presencia» (1 Co
1:29). «Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la
gloria por los siglos. Amén» (Romanos 11:36).
«¡Oh divina mente, necesario es Que de Dios sea la
gloria entera!
¡Oh divino amor que así decretó Que en la sangre de Jesús parte tengamos!
¡Oh guárdanos cerca de ti, amor divino Y que nuestra insignificancia conozcamos,
Y que para tu gloria andemos En fe fiados en esta escena».
¡Oh divino amor que así decretó Que en la sangre de Jesús parte tengamos!
¡Oh guárdanos cerca de ti, amor divino Y que nuestra insignificancia conozcamos,
Y que para tu gloria andemos En fe fiados en esta escena».
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Glosario:
Presciencia — Dios lo sabe todo de antemano
Elección — Dios escoge a quienes Él quiere para bendición.
Predestinación — Dios dispone el destino eterno de aquellos a los que escoge en
gracia.
Responsabilidad — El hombre es responsable si rehúsa el
ofrecimiento de Dios de perdonar a «todo el que quiera».
Con esto él decide su propio destino.
Traducción: Santiago
Escuain
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