Un principio importante en la interpretación de la Escritura,
exige que cuando interpretamos un versículo o una serie de versículos en particular,
esto debe ser hecho a la luz de toda la otra Escritura. Las Escrituras
proféticas no son una excepción. No se llega a la interpretación de una
profecía a través de un pasaje aislado que tiene su propio significado y
solución. Tenemos que sopesar cuidadosamente cada versículo de la Escritura.
“Entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de
interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad
humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el
Espíritu Santo” (2 P. 1:20-21). J. N. Darby decía: “Podría casi decir que
ninguna profecía se explica a sí misma.”
Más aún, Dios usa muchas figuras y símbolos en las profecías para
dar a entender Su opinión sobre un tema. Esto necesita cuidado o precaución de
nuestra parte, para poder distinguir entre lo que es simbólico y lo que es
literal. No obstante, cualquier figura que el Espíritu de Dios pueda usar para
representar los caminos de Dios, el sujeto de la profecía nunca es una figura.
Siempre es literal. El Espíritu de Dios también usa tipos para ilustrar los
manejos de Dios en la profecía.
Además de esto, muchas profecías del Antiguo Testamento tienen dos
aplicaciones. Una aplicación cercana, que usualmente se cumplió en el tiempo de
la vida del profeta o poco tiempo después; y una aplicación extendida, que
alcanza hasta el fin de los tiempos. Es importante por lo tanto, la distinción
entre qué parte del pasaje se refiere a aquella circunstancia que estaba
cercana, y qué parte habla de la final y total liberación de Israel en el fin
de los tiempos.
Hay, tal vez, un triple efecto que la profecía tendrá sobre
nosotros cuando es interpretada correctamente. Primeramente, “Hasta que el día
esclarezca... en vuestros corazones” (2 P. 1:19). Esto se refiere al brillo
superior de la verdad cristiana en el Nuevo Testamento. El Apóstol Pedro pone
esto en contraste con la “lámpara” que brilla en un lugar oscuro, lo cual se
refiere a las Escrituras proféticas del Antiguo Testamento. Una guía más
brillante nos ha sido dada ahora, en el concepto de la verdad del Nuevo
Testamento. Esto no significa que vamos a descuidar las Escrituras del Antiguo
Testamento. Pedro habla bastante en contra de esto, porque dice que haríamos
bien en prestar atención a ellas. En la lectura de estas profecías del Antiguo
Testamento, las verdades del Nuevo Testamento aparecen con un contraste más
distintivo, tal como la clara luz del día excede la luz de una lámpara. Como
resultado, se nos permite ver el gran contraste que hay entre las bendiciones
de Israel, y las bendiciones celestiales y privilegios de la Iglesia. El efecto
práctico de entender nuestras bendiciones cristianas, nos hará entender lo que
es correctamente nuestro.
En segundo lugar, el aprendizaje de la profecía produce que el
lucero de la mañana salga en nuestros corazones (2 P. 1:19). Esto se refiere a
la venida de Cristo por Su esposa, la Iglesia, en el rapto. Cuando nos damos
cuenta que antes de que todas estas cosas en la profecía se lleven a cabo, el
Señor debe primero venir y llevarnos al hogar celestial, el hecho de Su venida
por nosotros se vuelve aún más inminente.
En tercer lugar, leer la profecía nos da la posibilidad de ver el
fin de este mundo. Cuando advertimos que todo esto quedará bajo el juicio de
Dios, nos damos cuenta lo absolutamente inútil que es estar gastando nuestras
energías en construir sobre algo que está condenado. El efecto práctico que
causará en nosotros será estar más separados ahora del mundo. “Puesto que todas
estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y
piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de
Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos,
siendo quemados, se fundirán!” (2 P. 3:11-12).
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