jueves, 3 de noviembre de 2016

Joab: Capaz y malintencionado (Parte VI)

Contra Absalón

Habiendo unido las tribus de Israel y aplastado los enemigos en derredor, David bien ha podido esperar un período de tranquilidad y reposo en la tierra. Sin embargo, sin que él lo supiera, otro enemigo estaba tramando su caída y deportación. Cuánto sabía o sospechaba Joab de los propósitos de Absalón, no se nos ha dicho. Ciertamente sus intrigas para que el joven fuese aceptado en Jerusalén parecen haber sido más para el bien de David que para el de su hijo; 2 Samuel 14.
Difícilmente ha podido prever los acontecimientos trágicos que resultarían de sus planes tan cuestionables. Tal vez si hubiera reflexionado más podría haberse evitado la tragedia que sucedió. Pero una vez revelados los propósitos del príncipe lisonjero, se hizo evidente la lealtad de Joab al rey. Habiendo vivido en un tiempo como fugitivo, estaba dispuesto a hacerlo de nuevo si fuese necesario. Así, se encontró entre la infeliz compañía que abandonó precipitadamente a Jerusalén, 15.14, 18.2.
Si tardó en percibir el peligro al principio, no así una vez que la rebelión estaba a la vista. Tal fue su enojo vehemente que hizo caso omiso de la orden específica del rey, matando al inmóvil Absalón en el árbol. 18.5, 12 al 14.
Los cristianos en Corinto eran algo parecidos a Joab en sus actitudes extremistas. Estaban dispuestos a tolerar el pecado en su congregación porque, debido a su propia carnalidad, era más fácil hacer caso omiso que mostrar carácter ante el problema. Pero una vez que Pablo les había escrito, su celo y energía en castigar al ofensor no conocía límite, tan es así que el apóstol tuvo que escribir de nuevo y sugerir que convenía recibir al hermano a la comunión de nuevo, por cuanto él estaba sinceramente arrepentido; 1 Corintios 5, 2 Corintios 7.
Reconocemos que hicieron bien en prestar atención a la primera carta, pero hubiéramos deseado que la segunda no fuese necesaria. Ellos han debido saber actuar, reconociendo la restauración, sin otra exhortación. Muchas de las dificultades que enfrentamos en la iglesia local son de nuestra propia hechura. No es que pequemos deliberadamente, ni que toleremos pecado descaradamente como en Corinto, sino que fallamos en la oración y reflexión con base en principios bíblicos. Y esto suele ser no una cuestión de solamente uno o dos varones, sino de la asamblea entera. Su ejercicio ayudaría a no tomar una iniciativa malsana o emplear métodos que no convienen.
Tristemente, “los hijos de este siglo” todavía son más sagaces en el trato de sus semejantes que los hijos de luz, Lucas 16.8. Una de las necesidades evidentes entre el pueblo de Dios en estos tiempos es el del discernimiento espiritual, o sea, la capacidad de prever y orientar a la asamblea. Las reuniones especiales, realizadas en series esporádicas, no bastan; hay que fortalecer los creyentes con una línea de enseñanza y conducta aplicada uniformemente.

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