jueves, 3 de noviembre de 2016

Doctrina: Cristología (Parte XI)

V. La Deidad de Cristo
E. Oficios que se le atribuyen
         Encontramos en la Escritura oficios que son propios de la Deidad y que se le adjudican también al Señor Jesucristo, y con ellos podemos concluir que el Señor Jesucristo es Dios.  A continuación estudiaremos lo que la Biblia nos muestra sobre ellos:
1.   Creador
En el primer capítulo del Génesis encontramos que Dios está creando, y el “Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”. Solo vemos a Dios y al Espíritu Santo participando en el proceso de la creación, pero con respecto a la segunda persona de la Trinidad,  en el evangelio de Juan se nos indica  “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que es hecho, fue hecho… el mundo fue hecho por él”  (Juan 1: 3, 10). “Él creó todas las cosas” (Efesios 3:9b).  Y al mismo tiempo que Él creó todas las cosas,  estas fueron creadas “en él” y “por medio de él y para él” (Colosenses 1:16).
Y por último, el autor de la epístola a los hebreos cita el Salmo 102:25: “Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, Y los cielos son obra de tus manos” (Hebreos 1:10). El autor del Salmo le habla a Dios, Jehová; y el autor de la epístola la aduce al Hijo de Dios. Por tanto,  en todos estos pasajes  vemos que el Hijo es Dios, que estuvo en la creación de todo lo que existe, sea visible e invisible.

2.   Sustentador de todas las cosas
El autor de la epístola a los a los hebreos, nos dice respecto del Señor Jesucristo que es  quien sustenta todas las cosas. “El cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas,” (Hebreos 1:3). Y en la epístola a los colosenses nos dice que en él subsisten todas las cosas. “Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten;" (Colosenses 1: 17).
De los textos citados, dos palabras sobresalen, y son “sustenta” y “subsisten”.  La primera indica que es sostén, el pilar fundamental; y una idea similar nos da la segunda palabra, que es de  mantener o conservar.  Ambas palabras nos indican que Él es la base primaria de sostenimiento y conservación de todas las cosas existentes. Por tanto, si  estas acciones son sólo aplicables a Dios y en estas son adjudicadas al Hijo de Dios, entonces podemos afirmar que Jesucristo es Dios.
3.   Perdonador de pecados
Cuando los escribas pronunciaron sus dudas respecto a las palabras del Señor, hicieron una afirmación potente, que sólo Dios podía perdonar pecados y no había otro, de ahí que ellos pensaban que el Señor blasfemaba (Marcos 2:7) por decir “Hijo, tus pecados te son perdonados” (v. 5).
Si bien es cierto que Él no necesitaba demostrar que podía perdonar los pecados, como fue el caso de la mujer pecadora cuando fue invitado a la mesa del fariseo, Él simplemente “a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados” (Lucas 7:48).  En cambio, Marcos 2:10 deja bien en claro que el milagro que iba a realizar en el paralítico era “… para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados…”.
Cualquier persona puede decir “tus pecados son perdonados” porque es algo no sustancial, algo que no se ve. Pero, en cambio, el hacer caminar a un hombre que necesitaba de cuatros personas para desplazarse, quiere decir que realmente puede perdonar los pecados.
Concordamos con los escribas, que sólo Dios puede perdonar pecados. Entonces el Hijo es Dios, puesto que también puede hacer lo que sólo Dios hace.
4.   Resucita a los muertos.
La resurrección de los muertos desde siempre ha sido el poder de Dios obrando sobre hombres, nunca ha sido voluntad del hombre. No hay ningún caso, ya sea documentado o por historia (fiable) que nos diga que tal hombre pudo resucitar a uno que llevaba cuatro días muerto. En el antiguo testamento encontramos a Eliseo (2 Reyes 4), con todo y ser un gran profeta, a pesar que quiso usar su propio poder para resucitar al joven, no tuvo más remedio que orar a Jehová para que pudiera obrar este milagro por medio de él.
En cambio, el Señor en su voluntad resucita a los muertos. Sólo miremos los pasajes y veamos  si Él acudió, como Eliseo, por ayuda a Dios:
a)     La viuda de Naín  (Lucas 7:12-15)
b)   La hija de Jairo (Lucas 8:49-56)
c)    Lázaro  (Juan 6:39, 40). 
En cambio, Pedro tuvo que orar para que volviese  la vida a Dorcas (Hechos 9:40), tuvo que acercase a Dios, pedir que hiciese el milagro de devolverle la vida a aquella piadosa mujer.  En el caso del joven de Troas (Hechos 20:9-12), al que Pablo le devolvió la vida puede ser la excepción a la regla, pero pienso que a medida que Pablo baja rápidamente la escalera, oraba. Pablo era muy dependiente del Señor y creo que esta no sería la excepción para rogar por la vida del joven (cf. 1Tes 5:25; 2 Tes 3:1; Heb 13:18); y además enseñó que siempre debemos orar (1 Tes. 5:17; Rom. 1:9; Col 1:3, 9), aunque esta no sea respondida como quisiéramos que fuera (cf. 2Co 12:7-9;).
Con respecto al Señor Jesucristo, recuerde que él tenía poder para volver a tomar su vida (Juan 10:18). Sabemos que el murió y resucitó de entre los muertos (1 Corintios 15:12; Juan 2:2; Romanos 8:34; 14:9) de acuerdo a la voluntad de Dios (Hechos 2:32; Efesios 2:6; 1 Pedro 1:21; 1 Tesalonicenses 1:10; Hebreos 13:20). Y el Espíritu Santo también tomó parte activa en la operación de resurrección del Señor Jesucristo (Romanos 8: 11). Es decir, Dios, en sus tres personas, participó en la resurrección del Señor Jesucristo.
Teniendo claro esto, podemos estar seguros  que cumplirá su palabra de resucitarnos en el día postrero, porque tiene el poder para hacerlo, ya que en sí mismo los hizo, siendo el “primogénito de entre los muertos”, es decir, de los creyentes (Romanos 8:29; Colosenses 1:18; Apocalipsis 1:5). Si no tuviese poder, jamás hubiera dicho:
“Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero” (Juan 6:39, 40). 
         De hecho, los apóstoles entendieron lo mismo, pues esperaban que sucediese lo que él había prometido:
“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.” (1 Juan 3:2;  cf. Filipenses 3:21) 
Aunque algunos piensan que tarda demasiado, y critican lo que no saben, y de lo que no son parte, nosotros sabemos que si Él, aparentemente se demora, es porque quiere a muchos más les llegue el evangelio y muchos más sean salvos (2 Pedro 3:9). 
5.   Ha de ser Juez de todos los hombres
Creo que a nadie le gusta ver a Dios como juez, porque todos somos culpables sin derecho a solicitar alguna revisión del caso, como lo podemos hacer antes los jueces de nuestras cortes de justicia. Por eso, muchos piensan que por ser uno de los atributos de Dios el Amor, va a perdonar a todos y nadie será condenado. Ante tal cosa, Dios se vería afectado, porque ninguno de sus atributos se superpone al otro.
Sabemos que el Padre no realizará este Juicio, sino lo hará el Hijo. “Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo. (Juan 5:22).   Y Pablo lo tenía claro, ya que a los atenienses que escucharon su discurso, no dejó de expresarlo: “por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17:31). Y este mensaje no fue particular para los atenienses por causa de su gran idolatría, sino que es para todos, ya que del capítulo uno de Romanos viene describiendo que todo hombre es pecador y que este en algún día establecido Dios le juzgará “por Jesucristo” (Romanos 2:16).
Otros pasajes que habla de este juicio son Mateo 16:27 y Mateo 25:31-32. Y, a raíz, de los versículos ya expuestos podemos decir que el que se sienta en el gran trono blanco (Apocalipsis 20:10-15) es el Señor Jesucristo.
Todos los creyentes también deben pasar por un tribunal. El tribunal de Cristo no es para ser condenados por nuestros pecados, porque eso ya fue “sentenciado” cuando creímos y aceptamos al Señor Jesucristo como Salvador personal y su obra en la cruz fue imputada a nuestro favor (Romanos 3:22; 4:21-25; 2 Corintios 5:21). Sino que este tribunal tiene relación con nuestras obras, para que sean juzgadas, sean estas  buenas o malas. (2 Corintios 5:10).
Terminamos esta breve explicación  con las palabras de Apocalipsis 22:12: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra”.  Y concluimos que Quien juzga a toda la humanidad es el Señor Jesucristo, por tanto Él es Dios.
6.    Salvación. 
El ser humano, aunque lo niegue, es intrínsecamente religioso. Siempre ha buscado tener religión en su vida, aunque esté alejado de Dios. Ha ideado distintos medios para alcanzar la salvación del alma; pero siempre usando los esfuerzos propios, los que valen para llegar al estado “perfecto”.
En cambio, todo el mensaje de la Biblia es para indicarnos que nosotros no podemos alcanzar salvación por nuestra cuenta. Es más, nuestras obras son consideradas como inmundas, asquerosas (cf. Isaías 64:6). La mismas Escritura nos dicen que la obra hecha por Jesús es la ÚNICA que permite que el hombre pueda llegar a un estado superior al que alguna vez tuvo Adán y una seguridad que solo procede de Dios mismo. En palabras del Señor Jesús: “y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:28).  El hombre pecador puede acceder a este estado que es por gracia, y esta acción  no está sujeta a sus obras, ni por voluntad humana ajena a la obra de Cristo:
“De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán” (Juan 5:24-25).
“De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna” (Juan 6:47).

También encontramos la misma promesa en Juan 10:10 y  17:2 que refuerza lo expresado arriba.
Esta misma enseñanza expresó Pedro ante  los “Gobernantes del pueblo, y ancianos de Israel”: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
Repetimos lo que ya hemos dicho, que solo en Cristo hay salvación, toda obra humana es vana y no acepta por Dios. Esta salvación por Dios provista por medio de su Hijo es gratuita, nada tiene que hacer el hombre, es por Gracia, es decir, es un regalo de Dios (Efesios 2:5, 8)
            El acto de aceptar esa Gracia Divina trae como consecuencia inmediata nuestra justificación, redención, santificación, adopción, y pasamos a ser hijos de Dios  (cf. 1 Corintios 6:11; Romanos 3:14; 5:1, 9; Efesios 1:5; Romanos 8:16-17).
         El llamado a recibir esta gracia de Dios es para todos, “el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad (1Timoteo 2:4). E incluso el deseo de Dios es una orden para el hombre pecador: “Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan (Hechos 17:30). Pero desgraciadamente no todos están dispuestos a cumplir el deseo y orden de Dios, es más, es una minoría quienes aceptan la Gracia Divina.
         Con todo, a modo de resumen, podemos decir: que la salvación procede del Señor, sólo Él la puede dar, ya que con  nuestros medios nunca podremos alcanzar la Salvación que nuestra alma tanto anhela. ¡Es gratis, sin esfuerzos humanos vanos; solo hay que recibirla!

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