“Porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios”
(Santiago 1:20).
El cuadro nos es familiar.
Una reunión de la dirección de la iglesia está en marcha y debe tomarse una
decisión. No se trata de alguna doctrina importante de la fe sino quizás acerca
de reformas del local o de distribuir algunos fondos. Se produce un desacuerdo,
se inflama la ira, se caldean los ánimos y los gritos irrumpen. Unos pocos
individuos, decididos, los vocales de la mesa directiva, finalmente prevalecen.
La reunión llega a su fin y se van con la ilusión de que han hecho avanzar la
obra de Dios. La verdad es que hicieron avanzar cualquier cosa menos la obra de
Dios y Su voluntad. La ira del hombre no obra la justicia de Dios.
Se cuenta la historia de
que Emerson salió precipitadamente de una reunión de comité donde había habido
muchos argumentos y lucha mental. Estaba furioso y parecía oír que las
estrellas le decían: “¿Por qué vas tan enojado, hombrecito”? A lo que Leslie
Weatherhead comenta: “Qué maravillosamente las silenciosas estrellas en su
majestad y remota belleza acallan nuestros espíritus, como si estuvieran
diciendo realmente: “Dios es lo suficientemente grande para cuidarte”, y “Nada
de lo que te preocupa es tan importante como parece”.
Sabemos que, efectivamente,
hay lugar para la ira justa. Esto ocurre cuando el honor de Dios está en juego.
Pero Santiago no está pensando en eso cuando habla de la ira del hombre. Se
refiere al hombre o a la mujer que insiste en salirse con la suya, y que cuando
es obstaculizado, explota en ira. Se refiere a la orgullosa persona que
considera que su juicio es infalible, y por lo tanto se muestra intolerante o
inconforme.
Para los de este mundo, el
temperamento explosivo es señal de fuerza, símbolo de liderazgo y un medio de
demandar respeto. Creen que la mansedumbre es debilidad.
Pero el cristiano sabe
mucho más. Entiende que cuando pierde la cabeza también pierde respeto. Toda
explosión de ira es un fracaso. Es la obra de la carne y no el fruto del
Espíritu.
Cristo nos ha enseñado un
camino mejor: El camino del dominio propio, de dar lugar a la ira de Dios, de
mostrar mansedumbre a todos los hombres. El camino de soportar pacientemente el
agravio, de volver la otra mejilla. El cristiano sabe que con cada
manifestación de ira, oculta la obra de Dios, hace borrosa la diferencia
visible entre él y los inconversos y que sella sus labios en lo que respecta al
testimonio.
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