jueves, 3 de noviembre de 2016

Los cuatro evangelistas (Parte II)

Mateo (continuación)
Mateo era residente de Capernaum, aquella ciudad favorecida a la orilla del Lago de Galilea donde el Señor hizo tantas de sus obras poderosas, Mateo 11.23, y de cuyo vecindario se reclutó la mayor parte de los discípulos. Perece claro que aquí Mateo hizo su banquete, Lucas 5.29, y este trasfondo es importante al intentar captar el trasfondo de su historia.
Sabemos a ciencia cierta que su nombre original era Leví, dejándonos sin duda en cuanto a su nacionalidad, y que después de su llamado su nombre fue cambiado a Mateo, el cual quiere decir, “don de Dios”. El cambio de nombre indicó un cambio de vida, así como Simón llegó a ser Pedro, y Saulo fue cambiado a Pablo.
Se nos dice que su ocupación era la de cobrador de impuestos romanos. Los romanos concedían franquicias a gente que entregaba su recaudación al publicum —el tesoro nacional— y por lo tanto éstos eran llamados publicanos. El sitio asignado a Leví ha debido ser importante, ya que estaba situado en las afueras de Capernaum en la Vía Maris, una carretera entre Damasco al norte de Jerusalén, que quedaba en sentido norte-sur al lado del Lago de Galilea; adicionalmente, Leví cobraría una tasa por la carga que cruzaba el lago. Él y sus subalternos tasarían la mercancía y cobraría el impuesto. Por ser este cobrador un judío al servicio de los romanos, sus conciudadanos le verían como traidor. Le negarían acceso a la sinagoga y amistad con la masa de judíos.
Es que los “publicanos y pecadores” eran de un mismo grupo en la estima del pueblo, y para los comerciantes los primeros eran peores que los postreros. Por esto podemos reconocer la candidez del hombre cuando habla de sí como “Mateo el publicano” en los capítulos 9 y 10, máxime cuando ni Marcos ni Lucas hablan así de él. Es especialmente llamativo que en su lista de los apóstoles, en el capítulo 10, él es el único cuyo oficio se menciona. Parece que insiste en reconocer la maravillosa gracia de Dios que llamó a un publicano a figurar entre los doce apóstoles.
Otro punto que no se puede dudar es que Mateo experimentó una clara, específica experiencia de conversión. La relata de una manera sencilla y carente de sensación. Sentado en su taquilla cerca de la playa, ocupado de listines, tarifas y efectivo, objeto de desaprobación por parte de los que transitaban la carretera, Jesús lo vio. El verbo es significativo; Lucas 5.27 emplea theáomai: lo contempló.  El Señor penetró hasta el alma, evaluando su ser, y luego le retó con esa orden imperativa: “Sígueme”, o, “Anda conmigo”.
Qué sentimientos florecieron en el corazón del hombre, no sabemos; se limita a decirnos que se levantó y siguió. Uno no puede resistir la conclusión —aunque no está dicha— que en más de una ocasión él había escuchado al “amigo de publicanos y pecadores”, Lucas 7.34. A lo mejor se paraba a menudo detrás de la muchedumbre que escuchaba las palabras de gracia a los cargados y trabajados de venir a Jesús y descansar. Por cierto, es el único de los cuatros evangelistas que cita las poderosas palabras del 11.28.
Así, cuando el Salvador —quien percibía los anhelos más íntimos de ese hombre— apeló de una manera específica a que le siguiera, él dejó todo, se levantó y siguió, Lucas 5.28. No hay por qué disminuir la fuerza de estas palabras. Sabría que tenía que dejar sus cuentas en orden, pero hecho esto, abandonó el cargo, dejando atrás el efectivo, los registros y los empleados. Su sacrificio no fue nada pequeño.
La confesión de Mateo de su fidelidad a un Maestro nuevo estuvo acorde con su conversión. En su propio Evangelio él omite algo que Lucas incluye; a saber, que ofreció para Jesús un gran banquete en su propia casa, y que los invitados consistieron mayormente en gente de su propia clase. “Había mucha compañía de publicanos y de otros que estaban a la mesa con ellos”. Era el estilo de Mateo de anunciar su lealtad a su Señor y a la vez facilitar que otros escucharan al Salvador.
Seguidamente el Señor anunció aquel gran mensaje evangélico de Lucas 5.32: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento”. Quién sabe cuántos de los antiguos compañeros de Mateo fueron ganados para Cristo aquel día.
Otra realidad sorprendente acerca de Mateo es que ha debido ser un lector asiduo y cuidadoso del Antiguo Testamento. Tal vez nos parezca raro que el Espíritu de Dios haya empleado a un hombre como Mateo para escribir el primero y más extenso de los cuatro Evangelios. Pero creemos que el escogimiento soberano del Espíritu tiene mucho que ver con la capacidad del individuo a llevar a cabo la tarea, y hacemos bien en llevar en mente que Mateo había adquirido un conocimiento muy llamativo de las Escrituras hebraicas, y especialmente las profecías que predecían la venida del Mesías y Rey.
Uno ha estimado que hay nada menos de noventa y nueve referencias directas al Antiguo Testamento en este Evangelio, además de muchas indirectas. Parece que podemos asumir que Mateo, al escuchar hablar al Señor Jesús, le comparaba calladamente con aquel de quien testificaban “la ley los profetas”, y que se satisfizo que era de veras el rey de Israel, aunque su reino todavía no había asumido una forma visible.
¿Quién sino él ha podido darnos la carta magna de aquel reino en los capítulos 5 al 7? ¿Quién sino él ha podido darnos trece parábolas del reino de los cielos, diez de las cuales no se mencionan en otra parte? ¿Quién más que este ex funcionario del Imperio estaba tan calificado para decirnos de un reino que no se basaría en poderío militar, sino en la gracia y poder del rey escogido de Dios?
El círculo familiar de Mateo es de interés, aunque debemos reconocer que no disponemos de información definitiva como para permitir una certeza absoluta.
Marcos 2.14 nos informa que Leví era hijo de Alfeo, aparentemente un nombre que los discípulos conocían bien, de manera que otros detalles no eran necesarios. Adicionalmente, en todas las listas de los apóstoles —Mateo 10, Marcos 3, Lucas 6 y Hechos 1— figura “Jacobo hijo de Alfeo”, y en dos listas este nombre figura junto al de Mateo. ¿No será que estos dos hombres eran hermanos, que este Jacobo era aquél que en otra parte se llama “el menor?”
Entrando en la materia desde otro ángulo, encontramos en Juan 19.25 los nombres de cuatro mujeres (cuatro, no tres) y una de ellas figura en Marcos 15.40 como “la madre de Jacobo el menor y de José”. Si estamos en lo cierto al asumir que los dos varones eran hermanos, entonces Mateo el publicano tenía una madre que era una seguidora devota del Señor Jesús. Posiblemente ella, como muchas otras madres, había aportado con sus oraciones a la gran decisión que tomó un hijo errante.
        Una comparación de Marcos 15.40 con Juan 19.25 muestra que “María la madre de Jacobo el menor” era también “María mujer de Cleofás”, y se ha sugerido que este es el mismo Cleofás que se menciona en Lucas 24.18 como caminando a Emaús con otro discípulo aquel primer Día del Señor. Parece posible que Cleofás y Alfeo sean una y la misma persona, y en tal caso él era el padre de Mateo. Sin duda es significativo que tanto Cleofás como María estaban en Jerusalén en la ocasión de la crucifixión. Ambos eran discípulos fervorosos. Sin insistir indebidamente, se observa un romance de la gracia entretejido en este círculo familiar.
The Witness, 1948

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