Mateo (continuación)
Mateo era residente de Capernaum, aquella ciudad favorecida a la orilla
del Lago de Galilea donde el Señor hizo tantas de sus obras poderosas, Mateo
11.23, y de cuyo vecindario se reclutó la mayor parte de los discípulos. Perece
claro que aquí Mateo hizo su banquete, Lucas 5.29, y este trasfondo es
importante al intentar captar el trasfondo de su historia.
Sabemos a ciencia cierta que su nombre original era Leví, dejándonos sin
duda en cuanto a su nacionalidad, y que después de su llamado su nombre fue
cambiado a Mateo, el cual quiere decir, “don de Dios”. El cambio de nombre
indicó un cambio de vida, así como Simón llegó a ser Pedro, y Saulo fue
cambiado a Pablo.
Se nos dice que su ocupación era la de cobrador de impuestos romanos.
Los romanos concedían franquicias a gente que entregaba su recaudación al publicum —el tesoro nacional— y por lo
tanto éstos eran llamados publicanos. El sitio asignado a Leví ha debido ser
importante, ya que estaba situado en las afueras de Capernaum en la Vía Maris,
una carretera entre Damasco al norte de Jerusalén, que quedaba en sentido
norte-sur al lado del Lago de Galilea; adicionalmente, Leví cobraría una tasa
por la carga que cruzaba el lago. Él y sus subalternos tasarían la mercancía y
cobraría el impuesto. Por ser este cobrador un judío al servicio de los
romanos, sus conciudadanos le verían como traidor. Le negarían acceso a la
sinagoga y amistad con la masa de judíos.
Es que los “publicanos y pecadores” eran de un mismo grupo en la estima
del pueblo, y para los comerciantes los primeros eran peores que los postreros.
Por esto podemos reconocer la candidez del hombre cuando habla de sí como
“Mateo el publicano” en los capítulos 9 y 10, máxime cuando ni Marcos ni Lucas
hablan así de él. Es especialmente llamativo que en su lista de los apóstoles,
en el capítulo 10, él es el único cuyo oficio se menciona. Parece que insiste
en reconocer la maravillosa gracia de Dios que llamó a un publicano a figurar
entre los doce apóstoles.
Otro punto que no se puede dudar es que Mateo experimentó una clara,
específica experiencia de conversión. La relata de una manera sencilla y
carente de sensación. Sentado en su taquilla cerca de la playa, ocupado de
listines, tarifas y efectivo, objeto de desaprobación por parte de los que
transitaban la carretera, Jesús lo vio. El verbo es significativo; Lucas 5.27
emplea theáomai: lo contempló. El Señor penetró hasta el alma, evaluando su
ser, y luego le retó con esa orden imperativa: “Sígueme”, o, “Anda conmigo”.
Qué sentimientos florecieron en el corazón del hombre, no sabemos; se
limita a decirnos que se levantó y siguió. Uno no puede resistir la conclusión
—aunque no está dicha— que en más de una ocasión él había escuchado al “amigo
de publicanos y pecadores”, Lucas 7.34. A lo mejor se paraba a menudo detrás de
la muchedumbre que escuchaba las palabras de gracia a los cargados y trabajados
de venir a Jesús y descansar. Por cierto, es el único de los cuatros
evangelistas que cita las poderosas palabras del 11.28.
Así, cuando el Salvador —quien percibía los anhelos más íntimos de ese
hombre— apeló de una manera específica a que le siguiera, él dejó todo, se
levantó y siguió, Lucas 5.28. No hay por qué disminuir la fuerza de estas
palabras. Sabría que tenía que dejar sus cuentas en orden, pero hecho esto,
abandonó el cargo, dejando atrás el efectivo, los registros y los empleados. Su
sacrificio no fue nada pequeño.
La confesión de Mateo de su fidelidad a un Maestro nuevo estuvo acorde
con su conversión. En su propio Evangelio él omite algo que Lucas incluye; a
saber, que ofreció para Jesús un gran banquete en su propia casa, y que los invitados
consistieron mayormente en gente de su propia clase. “Había mucha compañía de
publicanos y de otros que estaban a la mesa con ellos”. Era el estilo de Mateo
de anunciar su lealtad a su Señor y a la vez facilitar que otros escucharan al
Salvador.
Seguidamente el Señor anunció aquel gran mensaje evangélico de Lucas
5.32: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento”.
Quién sabe cuántos de los antiguos compañeros de Mateo fueron ganados para
Cristo aquel día.
Otra realidad sorprendente acerca de Mateo es que ha debido ser un
lector asiduo y cuidadoso del Antiguo Testamento. Tal vez nos parezca raro que
el Espíritu de Dios haya empleado a un hombre como Mateo para escribir el
primero y más extenso de los cuatro Evangelios. Pero creemos que el
escogimiento soberano del Espíritu tiene mucho que ver con la capacidad del
individuo a llevar a cabo la tarea, y hacemos bien en llevar en mente que Mateo
había adquirido un conocimiento muy llamativo de las Escrituras hebraicas, y
especialmente las profecías que predecían la venida del Mesías y Rey.
Uno ha estimado que hay nada menos de noventa y nueve referencias
directas al Antiguo Testamento en este Evangelio, además de muchas indirectas.
Parece que podemos asumir que Mateo, al escuchar hablar al Señor Jesús, le
comparaba calladamente con aquel de quien testificaban “la ley los profetas”, y
que se satisfizo que era de veras el rey de Israel, aunque su reino todavía no
había asumido una forma visible.
¿Quién sino él ha podido darnos la carta magna de aquel reino en los
capítulos 5 al 7? ¿Quién sino él ha podido darnos trece parábolas del reino de
los cielos, diez de las cuales no se mencionan en otra parte? ¿Quién más que
este ex funcionario del Imperio estaba tan calificado para decirnos de un reino
que no se basaría en poderío militar, sino en la gracia y poder del rey
escogido de Dios?
El círculo familiar de Mateo es de interés, aunque debemos reconocer que
no disponemos de información definitiva como para permitir una certeza
absoluta.
Marcos 2.14 nos
informa que Leví era hijo de Alfeo, aparentemente un nombre que los discípulos
conocían bien, de manera que otros detalles no eran necesarios. Adicionalmente,
en todas las listas de los apóstoles —Mateo 10, Marcos 3, Lucas 6 y Hechos 1—
figura “Jacobo hijo de Alfeo”, y en dos listas este nombre figura junto al de
Mateo. ¿No será que estos dos hombres eran hermanos, que este Jacobo era aquél
que en otra parte se llama “el menor?”
Entrando en la materia desde otro ángulo, encontramos en Juan 19.25 los nombres
de cuatro mujeres (cuatro, no tres) y una de ellas figura en Marcos 15.40 como
“la madre de Jacobo el menor y de José”. Si estamos en lo cierto al asumir que
los dos varones eran hermanos, entonces Mateo el publicano tenía una madre que
era una seguidora devota del Señor Jesús. Posiblemente ella, como muchas otras
madres, había aportado con sus oraciones a la gran decisión que tomó un hijo
errante.
Una
comparación de Marcos 15.40 con Juan 19.25 muestra que “María la madre de
Jacobo el menor” era también “María mujer de Cleofás”, y se ha sugerido que
este es el mismo Cleofás que se menciona en Lucas 24.18 como caminando a Emaús
con otro discípulo aquel primer Día del Señor. Parece posible que Cleofás y
Alfeo sean una y la misma persona, y en tal caso él era el padre de Mateo. Sin
duda es significativo que tanto Cleofás como María estaban en Jerusalén en la
ocasión de la crucifixión. Ambos eran discípulos fervorosos. Sin insistir
indebidamente, se observa un romance de la gracia entretejido en este círculo
familiar.
The Witness,
1948
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