jueves, 3 de noviembre de 2016

LA PRIMERA EPÍSTOLA DE JUAN

Capítulo 7: Confianza en Dios
(1 Juan 5: 13-21)


La Epístola finaliza con una expresión de la confianza en Dios que es el resultado práctico de estar establecido en la verdad de la vida eterna. El esfuerzo de los maestros anticristianos y de los falsos profetas, contra los cuales el apóstol advierte a los creyentes, es debilitar la confianza del creyente en Dios. El gran propósito de la enseñanza del apóstol es confirmar a los creyentes en la verdad y establecer así la confianza de ellos en Dios, permitiéndoles resistir a aquellos que los harían extraviar.
Se observará que en estos versículos finales esta confianza en Dios es mantenida ante nosotros por medio del uso repetitivo de las expresiones, "sepáis" y "sabemos" (versículos 13, 15, 18, 19 y 20).
(Versículo 13). Engañadores habían intentado, desde el principio, que los creyentes se volvieran atrás de la verdad presentada en Cristo, unir a los creyentes con el mundo, y debilitar la enseñanza de los apóstoles cuestionando su autoridad. La tendencia de estos falsos maestros sería privar a los santos del conocimiento y del goce de sus privilegios. Para contrarrestar estas falsas influencias, el apóstol escribe esta Epístola a aquellos que creen "en el nombre del Hijo de Dios", para que puedan "saber" que ellos tienen vida eterna.
(Versículos 14, 15). Esta confianza en Dios encuentra su expresión en la oración de la vida diaria - "si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye." Y si sabemos que Él nos oye, también "sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho." Él, según Su perfecto               amor y perfecta sabiduría, reserva para Sí mismo el  responder a nuestras peticiones a Su propio tiempo y Su propio modo. En la confianza en Dios que es el resultado de la nueva vida, es nuestro privilegio dar a conocer nuestras peticiones a Dios, pero no a hacerle imposiciones a Dios en cuanto a Su respuesta. Él puede ver como conveniente mantenernos en espera, pero mientras tanto  tenemos la consolación de saber que Él oye todo lo que pedimos que sea conforme a Su voluntad.
(Versículos 16, 17). Además, esta confianza en Dios nos conduce no sólo a orar por nosotros, sino también a interceder por otros. Muchas enfermedades que vienen sobre el pueblo de Dios no son de ningún modo un medio para castigar el pecado, sino, como en el caso de Lázaro, para la gloria de Dios (Juan 11:4). No obstante, existe el trato gubernamental de Dios para con Su pueblo, y, si vemos a un hermano castigado por Dios por medio de alguna enfermedad debido a un pecado en particular, nosotros podemos interceder por el tal, en el entendido que el pecado no es de muerte.
Toda injusticia es pecado y acarrea sus consecuencias gubernamentales, pero estas consecuencias no siempre pueden ser de muerte. Si el pecado es de muerte o no, depende de las circunstancias particulares. Muchos creyentes pueden haber sido llevados a decir una mentira sin llegar a estar bajo el severo castigo de la muerte; pero en el caso de Ananías y Safira la mentira fue agravada por las circunstancias y llegó a ser un pecado de muerte.
(Versículo 18). A pesar de todo lo que los engañadores pueden decir en contra, "Sabemos que todo aquel que es engendrado de Dios, no peca." (1 Juan 5:18 - Versión Moderna). Sabemos que como nacidos de Dios tenemos una nueva vida, y esa nueva vida es perfecta y no puede ser tocada por el maligno. Así que el Señor puede decir de Sus ovejas, "yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano" (Juan 10:28). Viviendo la vida del nuevo hombre nosotros no pecaremos, ni seremos atribulados por el maligno.
(Versículo 19). Además, teniendo una vida nueva, sabemos que somos de Dios y que podemos así distinguir entre aquellos que son nacidos de Dios y el mundo que nos rodea que yace bajo el poder del maligno. Viviendo en el poder de la vida nueva, no sólo escapamos del maligno sino que somos librados del mundo.
(Versículo 20). El apóstol confirma nuestra confianza en Dios resumiendo las grandes verdades de la Epístola. Sabemos que el Hijo de Dios ha venido. La Epístola comienza con esta gran verdad. Habiendo venido, Él nos ha dado un pleno entendimiento - al ser la plena revelación de Dios - a fin de que conozcamos a Aquel que es verdadero.  Así la Epístola continua diciéndonos que el mensaje que hemos oído del Hijo es que Dios es luz y Dios es amor. Además, hemos aprendido que, a través del don de la vida eterna y del Espíritu, "nosotros estamos en el que es verdadero, es decir, en su Hijo Jesucristo." (Versión Moderna). Esta bendita Persona con Quien nosotros estamos unidos "es el verdadero Dios y la vida eterna." Él es una Persona en Quien la vida eterna ha sido perfectamente manifestada.
(Versículo 21). Finalmente, se nos recuerda que moralmente es un ídolo todo lo que se interponga entre nuestras almas y Dios, y que obstaculice el goce de la vida que es el gran tema de la Epístola. La Epístola en su totalidad nos anima a vivir la vida que tenemos y ser guardados así de los ídolos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario