Capítulo 7: Confianza en Dios
(1 Juan 5: 13-21)
La Epístola finaliza con una expresión de la
confianza en Dios que es el resultado práctico de estar establecido en la
verdad de la vida eterna. El esfuerzo de los maestros anticristianos y de los
falsos profetas, contra los cuales el apóstol advierte a los creyentes, es debilitar
la confianza del creyente en Dios. El gran propósito de la enseñanza del
apóstol es confirmar a los creyentes en la verdad y establecer así la confianza
de ellos en Dios, permitiéndoles resistir a aquellos que los harían extraviar.
Se observará que en estos versículos finales esta
confianza en Dios es mantenida ante nosotros por medio del uso repetitivo de
las expresiones, "sepáis" y "sabemos" (versículos 13, 15,
18, 19 y 20).
(Versículo 13). Engañadores
habían intentado, desde el principio, que los creyentes se volvieran atrás de
la verdad presentada en Cristo, unir a los creyentes con el mundo, y debilitar
la enseñanza de los apóstoles cuestionando su autoridad. La tendencia de estos
falsos maestros sería privar a los santos del conocimiento y del goce de sus
privilegios. Para contrarrestar estas falsas influencias, el apóstol escribe
esta Epístola a aquellos que creen "en el nombre del Hijo de Dios",
para que puedan "saber" que ellos tienen vida eterna.
(Versículos 14, 15). Esta
confianza en Dios encuentra su expresión en la oración de la vida diaria -
"si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye." Y si
sabemos que Él nos oye, también "sabemos que tenemos las peticiones que le
hayamos hecho." Él, según Su perfecto amor y perfecta sabiduría,
reserva para Sí mismo el responder a nuestras peticiones a Su propio
tiempo y Su propio modo. En la confianza en Dios que es el resultado de la
nueva vida, es nuestro privilegio dar a conocer nuestras peticiones a Dios,
pero no a hacerle imposiciones a Dios en cuanto a Su respuesta. Él puede ver
como conveniente mantenernos en espera, pero mientras tanto tenemos
la consolación de saber que Él oye todo lo que pedimos que sea conforme a Su
voluntad.
(Versículos 16, 17). Además, esta
confianza en Dios nos conduce no sólo a orar por nosotros, sino también a
interceder por otros. Muchas enfermedades que vienen sobre el pueblo de Dios no
son de ningún modo un medio para castigar el pecado, sino, como en el caso de
Lázaro, para la gloria de Dios (Juan 11:4). No obstante, existe el trato
gubernamental de Dios para con Su pueblo, y, si vemos a un hermano castigado
por Dios por medio de alguna enfermedad debido a un pecado en particular,
nosotros podemos interceder por el tal, en el entendido que el pecado no es de
muerte.
Toda injusticia es pecado y acarrea sus
consecuencias gubernamentales, pero estas consecuencias no siempre pueden ser
de muerte. Si el pecado es de muerte o no, depende de las circunstancias
particulares. Muchos creyentes pueden haber sido llevados a decir una mentira
sin llegar a estar bajo el severo castigo de la muerte; pero en el caso de
Ananías y Safira la mentira fue agravada por las circunstancias y llegó a ser
un pecado de muerte.
(Versículo 18). A pesar de
todo lo que los engañadores pueden decir en contra, "Sabemos que todo
aquel que es engendrado de Dios, no peca." (1 Juan 5:18 - Versión
Moderna). Sabemos que como nacidos de Dios tenemos una nueva vida, y esa nueva
vida es perfecta y no puede ser tocada por el maligno. Así que el Señor puede
decir de Sus ovejas, "yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni
nadie las arrebatará de mi mano" (Juan 10:28). Viviendo la vida del nuevo
hombre nosotros no pecaremos, ni seremos atribulados por el maligno.
(Versículo 19). Además,
teniendo una vida nueva, sabemos que somos de Dios y que podemos así distinguir
entre aquellos que son nacidos de Dios y el mundo que nos rodea que yace bajo
el poder del maligno. Viviendo en el poder de la vida nueva, no sólo escapamos
del maligno sino que somos librados del mundo.
(Versículo 20). El apóstol
confirma nuestra confianza en Dios resumiendo las grandes verdades de la
Epístola. Sabemos que el Hijo de Dios ha venido. La Epístola comienza con esta
gran verdad. Habiendo venido, Él nos ha dado un pleno entendimiento - al ser la
plena revelación de Dios - a fin de que conozcamos a Aquel que es
verdadero. Así la Epístola continua diciéndonos que el mensaje que
hemos oído del Hijo es que Dios es luz y Dios es amor. Además, hemos aprendido
que, a través del don de la vida eterna y del Espíritu, "nosotros estamos
en el que es verdadero, es decir, en su Hijo Jesucristo." (Versión
Moderna). Esta bendita Persona con Quien nosotros estamos unidos "es el
verdadero Dios y la vida eterna." Él es una Persona en Quien la vida
eterna ha sido perfectamente manifestada.
(Versículo 21). Finalmente, se nos
recuerda que moralmente es un ídolo todo lo que se interponga entre nuestras
almas y Dios, y que obstaculice el goce de la vida que es el gran tema de la
Epístola. La Epístola en su totalidad nos anima a vivir la vida que tenemos y
ser guardados así de los ídolos.
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