Lucas.
Se puede considerar
a Lucas como el ideal del caballero cristiano. Una de las gracias
sobresalientes de su vida es su negativa a promocionarse a sí mismo. Prefiere
ser oído pero no visto, leído pero no conocido. En su Evangelio y en Hechos de
los Apóstoles él ha sido escogido por el Espíritu de Dios para proporcionar uno
de los aportes claves a las Escrituras del Nuevo Testamento, pero no menciona
una sola vez su propio nombre. Se le nombra solamente tres veces, y es Pablo
quien lo hace.
Colosenses 4.14 hace saber que era médico por profesión, estimado por
sus pacientes y sus hermanos. Parece que ejerció voluntariamente, y veremos en
un momento por qué. En Filemón 24 le encontramos en íntima asociación con
Pablo, figurando como “colaborador”. No era ningún flojo uno que podía guardar
el paso con el gran apóstol. Y, finalmente, en 2 Timoteo 4.11 hay ese gran y
emocionante tributo: “Sólo Lucas está conmigo”.
Si él es —como algunos creen— el hombre de 2 Corintios 8.18, “el hermano
cuya alabanza en el evangelio se oye por todas las iglesias”— y está descrito
en el capítulo, junto con otros, como “mensajero de las iglesias, y gloria de
Cristo”, hay una razón adicional para entender que era uno de los más conocidos
y estimados de los creyentes primitivos, aun cuando huía de la publicidad.
Cuando está obligado a entrar en el relato misionero, en Hechos 16.8 al
10, lo hace de una manera por demás recatada. Solamente por el cambio de
pronombre de ellos a nosotros [suprimidos en el castellano;
leemos “descendieron” y luego “procuramos”] podemos descubrir que se juntó con
Pablo y otros antes del viaje a Troas, cuando se tomó la gran decisión de
llevar el evangelio de Asia a Europa.
Hay una sugerencia que no admite dogmatismo pero parece probable.
Sabemos que Pablo y sus compañeros llegaron a la provincia fronteriza de Misia
y aparentemente pensaban girar hacia el este para entrar en Asia, pero “el
Espíritu no se lo permitió”. Inciertos en cuanto a su rumbo, llegaron a Troas,
al extremo norte del Mar Ageo, entre Europa y Asia. Se le mostró a Pablo una
visión; un varón macedonio estaba rogándole a pasar a Macedonia “y ayudarnos”.
La sugerencia es que ese varón era Lucas, quien había pasado a Troas para hacer
este llamado. “En seguida”, relata, “procuramos partir para Macedonia, dando
por cierto que Dios nos llamaba”.
Si así fue, Dios
había enviado la visión primeramente y luego el varón de la visión. Es de
recordar que casi la misma cosa había sucedido en el caso de Pedro y Cornelio;
Hechos 9. Se cree que Lucas era oriundo de Filipos, o que ejercía su profesión
allí en aquellos años. Parece que antes él había escuchado la predicación de
Pablo; posiblemente ahora viene a rogar que el apóstol evangelizara el
continente oscuro de Europa.
A favor de esta
sugerencia hay tres hechos. (1)
Cuando Pablo y sus amigos navegaron a Europa, se dirigieron directamente a
Filipos. No eran indecisos. (2)
Segundo, Lucas parece haber tenido conocimiento de la ciudad. Dice que era la
primera ciudad de la provincia de Macedonia y una colonia. Los ciudadanos se
jactaban de que era colonia romana, ya que por esto era una Roma en miniatura,
con privilegios y responsabilidades para sus ciudadanos romanos. En un
principio los colonos eran sólo soldados veteranos, con tierra propia y con su
propio senado y magistrados. (3)
Lucas sabía que eran judíos acostumbrados a reunirse para la oración. No
contaban con sinagoga, sino posiblemente una estructura provisional “junto al
río”. Es probable que sólo un residente supiera esto.
Aquella reunión de
oración fue asistida por damas no más, y los predicadores se sentaron y
hablaron con las mujeres reunidas. La primera alma fue ganada para Cristo, y
oportunamente muchos en adición al carcelero estaban preguntando qué deberían
hacer para ser salvos. Una iglesia local fue constituida y a lo mejor los
creyentes se reunían en casa de Lidia la comerciante. Desde luego, un evento
como éste no puede suceder sin despertar oposición; los secuaces del diablo
fueron despertados.
Cuando Pablo y sus
colaboradores se marcharon hacia otras conquistas espirituales, Lucas se quedó
en Filipos por quizás siete años más. Si ejercía medicina, no sabemos, aunque
hubiera sido bueno hacerlo allí. Este pastor-médico nada nos dice de su labor,
aunque la carta de Pablo a los filipenses nos hace pensar que logró mucho.
La próxima mención de Lucas en Hechos está en el 20.6, donde figura de
nuevo el plural: “Nosotros... navegamos de Filipos…” De nuevo estaba con Pablo,
éste enfermo. Leyendo en 2 Corintios 11.23 al 33 de las experiencias que había
vivido, esto no nos sorprende.
Tal vez la peor de esas experiencias fue la de Listra, 14.19, 20, donde
Pablo fue apedreado y luego arrastrado fuera de la ciudad bajo la creencia de
que había muerto. Posible sea a esta ocasión que se refiere el apóstol en 2 Corintios
12.2: “Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo,
no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo”. Las fechas
corresponden. Parece no haber duda que
aquel día él haya sufrido heridas de las cuales nunca se recuperó, y que Lucas
se dio cuenta de que ese consiervo suyo requería atención continua.
Lucas asumió esta responsabilidad. Entendemos que se quedó al lado de
Pablo en aquel último y memorable viaje que incluyó Cesarea, Jerusalén, el
naufragio mediterráneo y la larga caminata hasta Roma. Entendemos también que
se quedó con Pablo en Roma y en ambos encarcelamientos, ministrando a su cuerpo
quebrantado, animándole con compañerismo espiritual y sin duda escuchando del
apóstol los relatos que anotaría con sumo cuidado.
La partida de su amigo más cercano ha debido ser un tremendo golpe para
Lucas, pero uno que le condujo a entrar en otra fase de su servicio. Ahora
estaba en condiciones de escribir su Evangelio y Hechos de los Apóstoles. En la
introducción al Evangelio cuenta cómo fue que llegó a realizar esta labor:
“Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas
que entre nosotros han sido ciertísimas, tal como nos lo enseñaron los que
desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra, me
ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las
cosas desde su origen, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo, para
que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido”.
Nada dice allí de haber sido inspirado por el Espíritu a escribir, pero
sabemos que lo fue, y sabemos que hay un lado humano a la inspiración. Lucas
percibió la necesidad de una relación acertada del nacimiento, vida, muerte y
resurrección del Señor Jesús, y su bien es cierto que escribió mayormente para
el beneficio de su amigo Teófilo y otros creyentes gentiles, su obra ha sido
incorporada en el canon sagrado para formar parte de la herencia de la Iglesia
a lo largo de las edades y el medio de salvación para muchos miles de almas.
Dedicado él a su tarea, el Espíritu Santo se apoderó de su servidor, de
manera que escribió precisamente lo que Dios quería. A la misma vez, Lucas se
esmeró en ordenar su material y redactar el texto. Aseguradamente no se ha
podido encontrar otro mejor para el proyecto. Era hombre preparado; se había
dedicado a averiguar los hechos, especialmente de testigos oculares; y, tenía
la capacidad de poner en orden la información relevante. Veamos tres ejemplos
de esta atención a detalles:
“Hubo en los días de
Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de
Abías; su mujer era de las hijas de
Aarón, y se llamaba Elisabet”, 1.5.
“Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto
de parte de Augusto César, que todo el mundo [el mundo romano] fuese
empadronado”, 2.1.
“En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César,
siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Galilea...”,
3.1.
Se nota su
orientación médica en la terminología que emplea. Al hablar de aquel que era
cojo de nacimiento, dice en Hechos 3.7 que se le afirmaron los pies, usando el
griego básis que no figura en otra parte del Testamento.
Indica que el problema estaba en el tacón. También es de uso único tobillos en la misma oración. Al decir
en 3.8 “saltando”, Lucas describe el hecho de que se encajó un hueso que había
estado descoyuntado. Pero tal vez sea más llamativa la manera en que describe
eventos relacionados con el embarazo de María y el nacimiento de Jesús. Solamente
María ha podido divulgar estas intimidades. Además, ¿quién sino su propia madre
han podido atesorar aquello de un muchacho de doce años entre los maestros de
la ley en el templo?
Solamente Lucas cuenta del hijo pródigo, el buen samaritano, el rico y
Lázaro, el ladrón moribundo. Y, solamente él revela varios detalles de la
postrimería de Jesús, su resurrección y su ascensión. Él tuvo la oportunidad de
entrevistar no sólo a la madre de Jesús sino también la mayoría de los
apóstoles. Pedro, Pablo, Felipe (en cuya casa se hospedó), Mnason (“el
discípulo antiguo” de Hechos 21.16) — la lista de informantes es larga.
Y,
por vez última encontramos sobreentendido el pronombre nosotros: “Cuando llegamos a Roma…” Con esto, un varón bueno y
humilde se retira del escenario.