Enoc
Caminó Enoc con Dios, después que engendró a Matusalén,
trescientos años: y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los años de Enoc
trescientos sesenta y cinco años. Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció,
porque lo llevó Dios, Génesis 5.22 al 24
La agrupación de personas en las ciudades fomentaba la corrupción; la
música las ayudaba a vivir en olvido de Dios, la acumulación de bienes traía
consigo envidias y rivalidades, y la fabricación de herramientas cortantes puso
en sus manos el medio de manifestar sus instintos malvados heredados de Caín,
Génesis 4.17 al 27, Fue en este tiempo cuando la poligamia echó sus profundas
raíces en el corazón del hombre.
Los descendientes de Adán por la línea de Set fueron los hombres piadosos
de aquellos días. En cambio los descendientes de Caín sobresalieron por su
impiedad y espíritu vengativo. En el transcurso del tiempo ambas líneas se
unieron, y de esa amalgama resultó la general corrupción. Enoc, de la séptima
generación de Adán, nació y vivió en medio de esta época corrompida y
corruptora. En aquella densa noche espiritual Enoc resplandeció cual luminosa
estrella.
¿Cómo pudo escapar al contagio de aquella atmósfera viciada? Protegido por
el escudo de la fe. “La fe es la victoria que vence al mundo”, 1 Juan 5.4. La
fe “apaga los dardos de fuego del maligno”, Efesios 6.16. La fe “purifica el
corazón”, Hechos 15.9. Vemos cómo la fe hace frente a los tres enemigos del
alma, y así Enoc, protegido por esta fe salvadora, estaba muy por encima de
aquella atmósfera viciada. Andaba con Dios.
La misma fe que se manifestó en Abel por medio del discernimiento produjo
en Enoc el precioso fruto de una completa consagración a Dios. Y por esto en un
tiempo tan temprano como aquél, la mirada de Enoc, cual poderoso telescopio,
atravesando los tiempos y las edades, contempló la venida en gloria del Señor
Jesús, y la anunció diciendo: “He aquí, el Señor es venido con sus santos
millares, a hacer juicio contra todos, y a convencer a todos los impíos de
entre ellos tocante a todas sus obras de impiedad que han hecho impíamente, y a
todas las cosas malas que los pecadores impíos han hablado contra él”, Judas
14,15.
Enoc no se contaminó con las costumbres depravadas de su época. Vivió en
ella cual fiel testigo de Dios, guardado por la fe, y sostenido por la
esperanza bendita del libertamiento. Y antes de que el justo juicio de Dios
descendiera sobre la tierra, Enoc fue trasladado a un lugar mejor, sin haber
pasado por el doloroso trance de la muerte. El no presenció el desbordamiento
de las fuentes del gran abismo, ni participó del espanto y confusión de las
multitudes a la vista del diluvio. Fue trasladado antes de que estas cosas
acontecieran.
Esto nos recuerda la promesa dada a la Iglesia : “Porque has guardado la palabra de mi
paciencia, yo también te guardaré de la hora de tentación que ha de venir en
todo el mundo”, Apocalipsis 3.10. El traslado de Enoc le libró del juicio del
mundo, e igual acción espera la Iglesia de Dios. Sí, antes de que la apostasía
llegue a su colmo, y la grande tribulación se extiende sobre todo el mundo,
“el mismo Señor, con aclamación, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios,
descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero: luego
nosotros, los que vivimos, los que quedamos, juntamente con ellos seremos
arrebatados en las nubes a recibir al Señor en el aire”, 1 Tesalonicenses 1.14
al 17.
Cuándo
sucederá esto, no lo sabemos, más el Señor nos exhorta de esta manera: “Mirad,
velad y orad: porque no sabéis cuando será el tiempo... porque cuando viniere
de repente no os halle durmiendo. Y las cosas que a vosotros digo, a todos las
digo”, Marcos 13.33 al 37. Que como Enoc tengamos testimonio de haber agradado
a Dios. Amén.
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