lunes, 2 de enero de 2017

Escenas del Antiguo Testamento (IV)

Enoc

Caminó Enoc con Dios, después que engendró a Matusalén, trescientos años: y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los años de Enoc trescientos sesenta y cinco años. Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque lo llevó Dios, Génesis 5.22 al 24


Desde los días de Caín, una civilización sin Dios había empezado a desarrollarse y crecía de una manera alarmante. La edificación de ciudades, las grandes posesiones de ganado, la fabricación y el uso de instrumentos musicales, y el conocimiento para acicalar toda obra de metal, vinieron a dar un gran impulso a esta civilización.
La agrupación de personas en las ciudades fomentaba la corrupción; la música las ayudaba a vivir en olvido de Dios, la acumulación de bienes traía consigo envidias y rivalidades, y la fabricación de herramientas cortantes puso en sus manos el medio de manifestar sus instintos malvados heredados de Caín, Génesis 4.17 al 27, Fue en este tiempo cuando la poligamia echó sus profundas raíces en el corazón del hombre.
Los descendientes de Adán por la línea de Set fueron los hombres piadosos de aquellos días. En cambio los descendientes de Caín sobresalieron por su impiedad y espíritu vengativo. En el transcurso del tiempo ambas líneas se unieron, y de esa amalgama resultó la general corrupción. Enoc, de la séptima generación de Adán, nació y vi­vió en medio de esta época corrompida y corruptora. En aquella densa noche espiritual Enoc resplandeció cual luminosa estrella.
¿Cómo pudo escapar al contagio de aquella atmósfera viciada? Protegido por el escudo de la fe. “La fe es la victoria que vence al mundo”, 1 Juan 5.4. La fe “apaga los dardos de fuego del maligno”, Efesios 6.16. La fe “purifica el corazón”, Hechos 15.9. Vemos cómo la fe hace frente a los tres enemigos del alma, y así Enoc, protegido por esta fe salvadora, estaba muy por encima de aquella atmósfera viciada. Andaba con Dios.
La misma fe que se manifestó en Abel por medio del discernimiento produjo en Enoc el precioso fruto de una completa consagración a Dios. Y por esto en un tiempo tan temprano como aquél, la mirada de Enoc, cual poderoso telescopio, atravesando los tiempos y las edades, contempló la venida en gloria del Señor Jesús, y la anunció diciendo: “He aquí, el Señor es venido con sus santos millares, a hacer juicio contra todos, y a convencer a todos los impíos de entre ellos tocante a todas sus obras de impiedad que han hecho impíamente, y a todas las cosas malas que los pecadores impíos han hablado contra él”, Judas 14,15.
Enoc no se contaminó con las costumbres depravadas de su época. Vivió en ella cual fiel testigo de Dios, guardado por la fe, y sostenido por la esperanza bendita del libertamiento. Y antes de que el justo juicio de Dios descendiera sobre la tierra, Enoc fue trasladado a un lugar mejor, sin haber pasado por el doloroso trance de la muerte. El no presenció el desbordamiento de las fuentes del gran abismo, ni participó del espanto y confusión de las multitudes a la vista del diluvio. Fue trasladado antes de que estas cosas acontecieran.
Esto nos recuerda la promesa dada a la Iglesia: “Porque has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de tentación que ha de venir en todo el mundo”, Apocalipsis 3.10. El traslado de Enoc le libró del juicio del mundo, e igual acción espera la Iglesia de Dios. Sí, antes de que la apostasía llegue a su colmo, y la grande tribulación se extiende sobre todo el mun­do, “el mismo Señor, con aclamación, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero: luego nosotros, los que vivimos, los que quedamos, juntamente con ellos seremos arrebatados en las nubes a recibir al Señor en el aire”, 1 Tesalonicenses 1.14 al 17.
Cuándo sucederá esto, no lo sabemos, más el Señor nos exhorta de es­ta manera: “Mirad, velad y orad: por­que no sabéis cuando será el tiempo... porque cuando viniere de repente no os halle durmiendo. Y las cosas que a vosotros digo, a todos las digo”, Marcos 13.33 al 37. Que como Enoc tengamos testimonio de haber agradado a Dios. Amén.

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