En este editorial, queremos retomar la idea
expresada con el pensamiento que se terminó el año recién pasado. El
pensamiento hablaba de Amor y Unión que debe haber entre los creyentes, y que
la iglesia lo ha perdido.
Los primeros cristianos manifestaban en sus propias
vidas estos dos mandamientos y eran reconocidos por sus enemigos que habían
sido afectados por Cristo en sus vidas. Solo veamos el caso de Pedro y Juan
ante el tribunal, como reconocieron que habían estado con el Señor (Hechos 4:13).
Tanto era el deseo de comunión entre unos y otros,
que todo lo tenían en común (Hechos 2:45; 4:37), todos velaban por el otro. Es
cierto que hubo el intento de enlodar la comunión con la actitud de “Ananías y Safira”,
pero rápidamente Dios puso orden (cf. Hechos 5:1-11); o de pervertirla, en el
caso de Simón el mago, que quiso comprar el don del “Espíritu Santo”, lo cual
fue inmediatamente erradicado (Hechos 8:18-25).
Ahora bien, en nuestra actualidad ya no vemos esa
disposición natural de los primeros hermanos a demostrar por obras ese Amor y esa
Unidad que nos mandaba el Señor que tuviésemos (Juan 15:17; 17:21). Es más, si
es posible quedarme cómodamente en casa viendo televisión o haciendo otra cosa
(o tomando una larga siesta), y no asistir a la reunión de predicación del
evangelio. Es una pena encontrar que en la reunión han asistido menos de la mitad. ¿Será acaso que están
“saciados” y no necesitan “alimentarse”? ¿Será acaso que están lo
suficientemente robustos y pueden pasar algunos días de abstinencia?
Los primeros cristianos oraban unánimes como iglesia
(Hechos 1:14; 2:1; 4:24), y en la reunión de oración son los mismos hermanos de
siempre que asisten y ¿el resto? ¡Bien, gracias!
Y después tenemos el descaro de decir que en la
asamblea no hay amor o que son legalistas (¡¿?!) y nos retiramos indignado,
porque a tal hermano se le llamó la atención o se le pide explicación porque
motivo no asiste a las reuniones. (Para recibir amor hay que dar amor, ¿o no
dice el Señor que debemos dar para recibir? (Hechos 20:35; Mateo 7:12). O acaso
ponemos nuestras actividades personales en el día del Señor, teniendo seis días
para haberlo hecho (entendiendo que hay algunos hechos que nos impiden
asistir).
¿Qué pensaría una persona inconversa que entra y ve
la reunión casi vacía? Daríamos una muy mala
impresión (y la hemos dado). ¡Hermanos, démosle la importancia que merecen las
reuniones! (Fíjense en la palabra “re”- “unión”, volver a encontrarse, volver a
unirse, volver a ser uno).
Les planteo la siguiente pregunta para que la tengan
en consideración. Se nos cita a una reunión de accionistas donde se verá la
mejor forma de invertir nuestro capital o de recibir las ganancias de nuestro
dinero. ¿No es cierto que dejaríamos de lado cualquier reunión incluso nuestro
cumpleaños que se celebra ese mismo día? ¿Entonces, porque no hacer lo mismo
con las reuniones de nuestra asamblea? Pensemos que también hay “reparto de
utilidades” y “ganancias” que son eternas. Y esencialmente nuestro Señor nos
espera. ¿Lo dejaremos esperando?
El autor de la carta a los Hebreos dice: “no dejando de congregarnos, como algunos
tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más,
cuanto veis que aquel día se acerca. (Hebreos 10:25). ¡Hermano, hay hermanos que necesitan que TÚ los (o las)
consueles, les exhortes! Por eso, piensa a quien estas dejando de dar tu apoyo.
Y recuerden que en medio de la congregación está el Señor (Mateo 18:20). El que
no asiste, se pierde de estar en comunión con el Señor.
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