LOS CREYENTES PERTENECEN al Señor Jesús. Son de Él. Le han sido dados
por el Padre del mundo (Juan 17:6) y los ha ganado por su sangre (Hch. 20:28).
Así el apóstol les recuerda que no se pertenecen ya porque comprados sois por
precio (1 Cor. 6: 19-20). Los ha adquirido a tan inmenso costo porque los ama y
porque los ama, es su deseo tenerlos consigo mismo. El Señor se sujetaba
siempre a la voluntad de su Padre y hacia lo que a Dios agradaba, pero tenemos
en una oración suya la expresión de la voluntad de El mismo en cuanto a los
suyos: Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, ellos estén
también conmigo (Juan 17:24). Su segunda venida es para satisfacer este anhelo
de su corazón. Al mismo tiempo que hace la promesa "vendré otra vez,"
que ha encendido una luz inextinguible de esperanza en cada alma creyente que
le aguarda, fija el propósito de su venida: “y os tomaré a mí mismo: para que
donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:3).
El destino bendito de la iglesia es el de serle acompañante del Señor
Jesús, y así las Escrituras anuncian como epílogo de su rapto al aire, que
estaremos siempre con el Señor (1 Tes. 4:17). Desde el primer tipo de Cristo y
su iglesia que encontramos en la Palabra de Dios, que es el de Adam y Eva (Gen.
2) a través de otras muchas figuras y sombras del Antiguo Testamento y hasta
las enseñanzas directas apostólicas, siempre se descubre el mismo propósito
divino y se percibe la misma intención en cuanto a ella: de que fuese la
compañera del Señor; y cuando El proclamó la edificación de este cuerpo
místico, dejó establecido que sería "mi iglesia" (Mat. 16:18).
A su segunda venida se realizará en toda su extensión este propósito
enseñado y manifestado y la iglesia redimida, perfeccionada y glorificada,
"sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante” (Ef. 5:27), será tomada a El
mismo, para nunca más separarse.
El estar con Cristo presupone que su hogar celestial será el nuestro, y
es en razón a esta verdad que viene otra vez, no solamente para tomarnos, sino
para que donde yo estoy, vosotros también estéis. ”Vamos a conocer a nuestro
hogar en los cielos. El Señor dijo a sus discípulos: “Voy, pues a preparar
lugar para vosotros" (Juan 14:2). No dijo que iba a crear un lugar, sino a
preparar lugar. La potencia y la sabiduría y la ciencia divinas, desplegadas en
la creación del universo, estarán al servicio de su corazón amoroso mientras
prepara con solicitud cariñosa el lugar para su iglesia.
Girando hoy en los cielos, mantenidos y dirigidos por Cristo y sujetos
a Él, hay millones y millones de galaxias de estrellas, y en cada galaxia hay
millones y aún cientos de miles de millones de estrellas. La estrella más
cercana a la tierra de la galaxia conocida con el nombre de Vía Láctea, de
acuerdo con lo que informa una autoridad en la materia, se halla a cuatro años
luz de distancia. ¡Un año luz en medida astronómica equivale a la distancia que
recorre la luz durante un año, siendo su velocidad de trescientos mil
kilómetros por segundo! ¡Las distancias entre las estrellas que componen esta
galaxia son parecidas! No podemos concebir semejante inmensidad y grandeza, y
menos aun cuando tenemos presente que los instrumentos más potentes que existen
en manos de los astrónomos, abarcan aparentemente tan solo una parte ínfima de
la expansión de los cielos. El Hijo de Dios hizo el universo y sostiene
"todas las cosas por la palabra de su potencia” (Heb. 1:2-3). ¡El mismo
Hijo de Dios que prepara el lugar para su esposa espiritual, la iglesia!
Durante casi dos mil años está entregado a esta tarea de amor, la preparación
del lugar de nuestra habitación eterna con El, y jamás "ojo... vio, ni
oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre lo que Dios a ha preparado para
aquellos que le aman" (1 Cor. 2:9). Solamente sabemos que la ocuparemos
juntamente con El, siempre con el Señor, y que le veremos como Él es en toda su
hermosura incomparable (1 Juan 3:2).
Como la reina de Seba ante la realidad de la sabiduría de Salomón, y la
casa que había edificado, hemos de quedar enajenados y con ella hemos de clamar
y “mis ojos han visto, ni aún la mitad fue lo que se me dijo... bienaventurados
tus varones, dichosos estos tus siervos, que están continuamente delante de ti,
y oyen tu sabiduría" (l Reyes 10:4-8). Mas nuestra enajenación y
deslumbramiento serán tanto más que los de esta reina del austro, cuanto
"más que Salomón estará en ese lugar" (Mat. 12:42). Nuestras imaginaciones,
aun cuando estimuladas por las seguras promesas de la Palabra de Dios, jamás
podrán abarcar las maravillas inefables del lugar que se prepara para la
iglesia junto a su Señor; ni subirán nunca en su corazón las cosas sobremanera
admirables, ajenas a la experiencia de los hombres, que se aprontan para
aquellos que le aman. No obstante las maravillas y las bellezas del hogar
celestial que espera a los suyos al segundo advenimiento de Cristo, habrá un
encanto superior que cautivará a todo corazón y arrobará a todo ojo: ¡Jehová
Shamma; el Señor estará allí! La hermosura de su Persona, la fragancia de su
presencia y el sabor de su amor inmutable, arrancará desde el fondo de su alma
rendida el tributo de su embelesamiento con las palabras de amor de la
antigüedad: “todo El codiciable" (Cant. 5:16) y se cumplirán en toda su
amplitud las palabras del Salvador: otra vez os veré, y se gozará vuestro
corazón, y nadie quitará de vuestro gozo (Juan 16:22).
Otros de los propósitos de la segunda venida de Cristo es que conozcamos
su gloria. En su oración ya mencionada, decía que quería que los suyos estuvieran
con El para que vean mi gloria que me has dado" (Juan 17:24). Las
Escrituras hablan mucho de la gloria del Señor, y de una manera tal que
despiertan un temor reverencial y una santa expectativa. Moisés quiso verla y
pedía: “te ruego que me muestres tu gloria” (Ex. 33:1'8) pero solamente le fue
concedido contemplarla en parte, porque "el parecer de la gloria de Jehová
era como un fuego abrasador." (Ex. 24:17), y es imposible para el hombre
en su cuerpo mortal verla y vivir. Cuando el Salvador estaba transfigurado en
gloria delante de sus tres discípulos, aun cuando estuvieron bajo la protección
de Él, cayeron sobre sus rostros, y temieron en gran manera. (Mat. 17:6).
Salvados por su gracia y regenerados por su Espíritu, los suyos ahora
en la tierra pueden mirar como en un espejo la gloria del Señor (2 Cor. 3: 18)
pero solamente por espejo, en oscuridad (1 Cor. 13:12) empero cuando Cristo
viene otra vez veremos su gloria en el lugar de su habitación, en su plenitud
deslumbradora; esa magnífica gloria de la cual escribe el apóstol (2 Pedro
1:17). Entonces, si, ante esa visión radiante y sublime, seremos transformados
de gloria en gloria (2 Cor. 3:18), porque el Señor también dice que, la gloria
que me diste les he dado (Juan 17:22). No solamente nuestros cuerpos de bajeza
serán transformados a la semejanza de su cuerpo de gloria a su venida, sino que
seremos participantes de la gloria que ha de ser revelada (1 Pedro 5:1) y esta
gloria venidera... en nosotros ha de ser manifestada (Rom. 8:18). Es imposible
para los creyentes penetrar el misterio, la excelencia y la potencia de esa
gloria inefable que es de Cristo y que será suya, y que Pablo califica como un
sobremanera alto y “eterno peso de gloria” (2 Cor. 4:17). Esa gloria también
constituye una parte integrante de su esperanza bienaventurada (Col. 1: 27) y
han sido llamados por nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro
Señor Jesucristo 2. Tes. 2: 14). Se alcanzará cuando El venga a recogerlos a su
Presencia.
Senda de Luz 1969
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