Contra
Hadad
Un detalle que anima en este relato triste del fin de Joab es que su
testimonio todavía tenía peso después de su ocaso y muerte. Lejos en Egipto
vivía un hombre llamado Hadad, 11.14 al 25. Era sólo un niño cuando Joab hizo
desastres en Edom en seis meses de guerra a muerte. Junto con un puño más de
refugiados, este muchacho encontró asilo en Egipto. Cayó en gracia con el
monarca, se casó con una cuñada de éste y crio su hijo en el palacio real.
No obstante, su corazón estaba siempre en su terruño. No fue hasta saber
de la muerte de David y de “Joab general del ejército” que se atrevió a volver.
Él respetaba la proeza de estos dos y sabía que, siendo enemigo acérrimo de
Israel, no podía esperar misericordia a manos de ellos. Tan pronto que su
influencia había desaparecido, él hizo preparativos para terminar su exilio, ya
que no temía al régimen nuevo.
Por
lo menos en este aspecto de la vida de Joab encontramos un ejemplo digno de
imitar. Es el de ser fuerte en el Señor como para frustrar los designios de
aquellos que causarían estorbo en la asamblea. Es cuestión de ser hábil en usar
la espada del Espíritu para convencer a los que se oponen y auspician doctrina
venenosa. Lo podemos hacer sólo en la medida en que se ve a Cristo en nosotros.
El pueblo de Dios precisa de un liderazgo dinámico y acertado, animándoles a
disfrutar de la plenitud de la vida espiritual que tienen. Si muchas
iniciativas en la vida de Joab sirven de advertencia de lo que no debemos ser y
hacer, veamos que por lo menos, como en el caso suyo, lo que somos y hacemos
ahora tenga una influencia una vez que nos hayamos ausentado.
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