Libro divino,
amada Palabra,
Que nuestras
almas llevaste a la fe,
Eres cual lluvia
que al hombre transforma,
De tierra
ingrata en florido vergel;
Siembra de
gracia, rico tesoro,
Suave alimento
más dulce que miel.
Abres tus alas
de blanca paloma,
Y el valle
cruzas hablando de paz,
Buscas al triste
y enjugas su llanto,
Libras las almas
del yugo fatal.
Por ti nos habla
la voz del Padre,
Que vuelve al
pródigo al feliz hogar.
Fuiste en las
noches de nuestras jomadas,
Bello lucero;
por tu claridad,
Hubo canciones
en tierra de sombras,
Y el enemigo no
pudo dañar.
Bello lucero,
nunca tus rayos,
En negra noche
nos han de faltar.
Fieles soldados
de Cristo, en ti hallamos,
El limpio acero
templado de amor,
La voz del Jefe
que siempre a Su pueblo,
A la victoria
más bella guio.
Yelmo y escudo,
ruta gloriosa,
Santa bandera de
eterno fulgor.
Mariano
San León (1898-1963)
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