La soberbia y su fin
Durante los años del rigor de su esclavitud en Egipto,
los israelitas se multiplicaron en gran manera, tal que el rey de Egipto veía
en ellos un peligro para su reino. Él temía que sin vencía un enemigo contra
él, los israelitas podrían juntarse al tal enemigo y así librarse de su poder.
Satanás, el que hoy esclaviza las almas, no teme otra
cosa más que la posibilidad de escapársele sus víctimas. Así que cada día
aprieta más las cadenas del vicio y del placer mundano e inventa nuevas cosas
para amarrar a los hombres. Cuántas veces se oye decir, “Yo sé que cosa es
malo, pero no puedo dejarlo”. Satanás tiene a ese locutor encadenado.
Se acercaba el tiempo en que debía Dios librar a los
israelitas, y eso sin guerra alguna. Se preparaba en la casa de Faraón mismo el
que debía librarlos. El niño Moisés, hijo de padres israelitas, había sido
dejado al lado del río en un arca de juncos. La princesa que le halló le adoptó
por hijo y él recibió una esmerada educación entre los grandes de la nación.
Transcurriendo el tiempo, se despertó en el alma de
Moisés el deseo de conocer y servir al Dios vivo y verdadero. Anticipando el
tiempo debido para librar su pueblo, él defendió a un israelita y mató al
egipcio que lo había atacado. Por este hecho tuvo que huir y pasar cuarenta
años en un país lejano, donde aprendió mejor a servir a Dios. Fue durante ese
tiempo que vio la visión de la zarza que ardía y no quemaba, una verdadera obra
de Dios. El milagro era una figura de cómo Dios podía librar su pueblo del
horno de su aflicción en Egipto.
El espíritu de vil soberbia contra Dios que se manifestó
en ese rey se nota muchas veces en los hombres hoy día, pero hay una regla
divina y cierta: “Cualquiera que se ensalza será humillado, y el que se humilla
será ensalzado”. Moisés, que dejó las glorias de Egipto, y humillándose escogió
sufrir aflicción con el pueblo de Dios, fue ensalzado y salió cual caudillo de
la nación de los israelitas. Faraón, que se ensoberbeció contra Dios y habló
tan orgullosamente, fue humillado por una plaga tras otra, y por fin fue
anegado con su ejército en el Mar Rojo.
¡Cuántas personas en estos tiempos se portan como Faraón!
Cuando algún enviado de Dios les llama la atención al hecho de que deben
arrepentirse de sus pecados y buscar la misericordia de Dios en Cristo Jesús,
ellos se llenan de ira y soberbia. Su contesta es un verdadero desafío de Dios.
De otra parte, hay los que con humildad atienden a la Palabra de Dios y de los
fieles siervos suyos. Reconocen prestamente que merecen el castigo divino y
escuchan con interés el Evangelio de la gracia de Dios que les ofrece el perdón
de sus pecados mediante la fe en el sacrificio que hizo el Señor Jesús en el
Calvario.
Acuérdate, apreciado lector, que Dios dice: “Cualquiera
que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado”. Humíllate a
reconocer tus pecados, aceptando la salvación que el único Salvador te está
ofreciendo.
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