lunes, 4 de junio de 2018

ESCENAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO.(Parte XXI)


La soberbia y su fin



Durante los años del rigor de su esclavitud en Egipto, los israelitas se multiplicaron en gran manera, tal que el rey de Egipto veía en ellos un peligro para su reino. Él temía que sin vencía un enemigo contra él, los israelitas podrían juntarse al tal enemigo y así librarse de su poder.
Satanás, el que hoy esclaviza las almas, no teme otra cosa más que la posibilidad de escapársele sus víctimas. Así que cada día aprieta más las cadenas del vicio y del placer mundano e inventa nuevas cosas para amarrar a los hombres. Cuántas veces se oye decir, “Yo sé que cosa es malo, pero no puedo dejarlo”. Satanás tiene a ese locutor encadenado.
Se acercaba el tiempo en que debía Dios librar a los israelitas, y eso sin guerra alguna. Se preparaba en la casa de Faraón mismo el que debía librarlos. El niño Moisés, hijo de padres israelitas, había sido dejado al lado del río en un arca de juncos. La princesa que le halló le adoptó por hijo y él recibió una esmerada educación entre los grandes de la nación.
Transcurriendo el tiempo, se despertó en el alma de Moisés el deseo de conocer y servir al Dios vivo y verdadero. Anticipando el tiempo debido para librar su pueblo, él defendió a un israelita y mató al egipcio que lo había atacado. Por este hecho tuvo que huir y pasar cuarenta años en un país lejano, donde aprendió mejor a servir a Dios. Fue durante ese tiempo que vio la visión de la zarza que ardía y no quemaba, una verdadera obra de Dios. El milagro era una figura de cómo Dios podía librar su pueblo del horno de su aflicción en Egipto.
Con su alma llena de la convicción de que para Dios nada es imposible, él, acompañado de su hermano Aarón, fue al rey de Egipto para presentar su demanda: “Jehová, el Dios de Israel, dice así: «Deja ir a mi pueblo.»“ La respuesta fue: “¿Quién es Jehová? … Yo no conozco a Jehová”.
El espíritu de vil soberbia contra Dios que se manifestó en ese rey se nota muchas veces en los hombres hoy día, pero hay una regla divina y cierta: “Cualquiera que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado”. Moisés, que dejó las glorias de Egipto, y humillándose escogió sufrir aflicción con el pueblo de Dios, fue ensalzado y salió cual caudillo de la nación de los israelitas. Faraón, que se ensoberbeció contra Dios y habló tan orgullosamente, fue humillado por una plaga tras otra, y por fin fue anegado con su ejército en el Mar Rojo.
¡Cuántas personas en estos tiempos se portan como Faraón! Cuando algún enviado de Dios les llama la atención al hecho de que deben arrepentirse de sus pecados y buscar la misericordia de Dios en Cristo Jesús, ellos se llenan de ira y soberbia. Su contesta es un verdadero desafío de Dios.
De otra parte, hay los que con humildad atienden a la Palabra de Dios y de los fieles siervos suyos. Reconocen prestamente que merecen el castigo divino y escuchan con interés el Evangelio de la gracia de Dios que les ofrece el perdón de sus pecados mediante la fe en el sacrificio que hizo el Señor Jesús en el Calvario.
Acuérdate, apreciado lector, que Dios dice: “Cualquiera que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado”. Humíllate a reconocer tus pecados, aceptando la salvación que el único Salvador te está ofreciendo.

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