JUDAS 3
Es muy importante, amados
amigos, en toda nuestra senda, saber primero dónde estamos, y, luego, conocer
el pensamiento de Dios para descubrir la senda que Dios ha trazado y que
debemos seguir en medio de las circunstancias en que nos encontramos.
No sólo es cierto que Dios nos
ha visitado en gracia, sino que también debemos tomar conciencia de los
resultados presentes de esa gracia, a fin de guardar tenazmente los grandes
principios bajo los cuales Dios nos ha colocado como cristianos; y, al mismo
tiempo, debemos ser capaces de aplicar esos principios a las circunstancias en
que nos hallamos. Esas circunstancias pueden variar dependiendo de nuestra
situación, pero los principios nunca varían.
Su aplicación a la senda de fe
puede variar, y, de hecho, lo hace. Voy a ilustrar lo que quiero decir. En el
tiempo del rey Ezequías, se le dijo al pueblo: “En quietud y en confianza será
vuestra fortaleza” (Isaías 30:15), y también se le dijo que el asirio no
entraría en Jerusalén y ni siquiera levantaría contra ella baluarte. Debían
permanecer perfectamente quietos y firmes; y el ejército de Asiria fue
destruido. Pero cuando llegó cierto tiempo de juicio en los días de Jeremías,
entonces aquel que saliese de la ciudad para ir a los caldeos —sus enemigos—,
se salvaría.
Ellos eran todavía, al igual
que antes, el pueblo de Dios, aunque, por el momento, en el tiempo de juicio,
Él decía: “No sois pueblo mío” (Oseas 1:9-10), y eso marcó la diferencia. No se
había alterado el pensamiento de Dios ni su relación con su pueblo: eso nunca
sucederá. Sin embargo, la conducta del pueblo tenía que ser exactamente
opuesta. Bajo el reinado de Ezequías, fueron protegidos; bajo Sedequías debían
someterse al juicio.
Me refiero a estas
circunstancias como testimonio, para demostrar que mientras la relación de Dios
con Israel es inmutable en este mundo, sin embargo, la conducta del pueblo en
un determinado tiempo tenía que ser la opuesta a la que venía presentando
anteriormente.
Miremos el principio de los
Hechos de los Apóstoles, y fijémonos en la Iglesia, la Asamblea de Dios en el
mundo. Encontramos allí la plena manifestación de poder; todos eran de un
corazón y un alma, y tenían todas las cosas en común; hasta el lugar donde
estaban congregados tembló (Hechos 4:31-32). Pero si tomamos la iglesia ahora,
incluyendo el sistema católico romano y todo lo que lleva el nombre de
cristiano, si contemplamos todo eso y lo reconocemos, en seguida nos
sometemos a todo lo malo.
Aun cuando los pensamientos de
Dios no varíen, y él conozca a los suyos, no obstante, necesitamos
discernimiento espiritual para ver dónde estamos y cuáles son los caminos de
Dios en tales circunstancias, en tanto que nunca nos hemos de apartar de los
grandes principios primordiales que él estableció en su Palabra para nosotros.
Hay otra cosa también que
debemos tomar en cuenta como un hecho establecido en la Escritura, y es que
dondequiera que Dios haya puesto al hombre, lo primero que el hombre ha hecho
ha sido arruinar la posición original: siempre debemos tener en cuenta este
hecho.
Miremos a Adán, a Noé, a
Aarón, a Salomón y a Nabucodonosor. La paciente misericordia de Dios jamás
sufre alteración, pero el camino uniforme del hombre, según leemos en las
Escrituras, ha sido malograr y arruinar lo que Dios había establecido como
bueno. Por consiguiente, no puede haber ninguna marcha con verdadero
conocimiento de nuestra posición, si esto no se toma en cuenta. Pero Dios es
fiel y continúa en su paciente amor. Por eso leemos en Isaías 6:10: “Engruesa el
corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos…”, pero no se
cumplió sino después de 800 años y, cuando Cristo vino, lo rechazaron.
Así seguía la paciencia de Dios; las almas
individuales eran convertidas, había varios testimonios dados por los profetas,
y un remanente todavía fue preservado. Pero si fuésemos a alegar por la
fidelidad de Dios ―que es invariable― para justificar positivamente el mal que
el hombre ha introducido, todo nuestro principio sería falso.
Eso es precisamente lo que hacían en los días de
Jeremías cuando se acercaba el juicio, y lo que la cristiandad hace ahora.
Decían: “Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es este”, y “la
ley no faltará al sacerdote, ni el consejo al sabio, ni la palabra al profeta”
(Jeremías 7:4; 18:18), cuando todos estaban por ser llevados cautivos a
Babilonia. La fidelidad de Dios fue invariable, pero tan pronto como la
aplicaron en apoyo de una mala posición, vino a ser la misma causa de su ruina.
Los mismos principios que constituyen la base de nuestra seguridad, pueden
significar nuestra ruina si no tomamos conciencia de la posición en que nos
encontramos.
Tenemos la palabra: “Mirad a
la piedra de donde fuisteis cortados, y al hueco de la cantera de donde
fuisteis arrancados. Mirad a Abraham vuestro padre, y a Sara que os dio a luz;
porque cuando no era más que uno solo lo llamé, y lo bendije y lo multipliqué”
(Isaías 51:1-2), un pasaje a menudo mal aplicado. Dios dice allí que Abraham
estaba solo, y que Él lo llamó. El pueblo de Israel, a quien se
dirigió esta palabra, consistía entonces tan sólo en un pequeño remanente. Pero
Dios les quiso decir: «No os preocupéis por eso, yo llamé a Abraham
estando solo.» No tenía importancia el hecho de que fuesen
pequeños: Dios podía bendecirlos igualmente solos, tal como lo hizo
con Abraham.
Ahora bien, en Ezequiel el
pueblo dijo algo similar en circunstancias diferentes, lo cual es denunciado
como iniquidad. Dijeron: “Abraham era uno, y poseyó la tierra; pues nosotros
somos muchos” (Ezequiel 33:24). Decían que Dios había bendecido a Abraham y
que, como ellos eran muchos, Él los tendría que bendecir aún más a ellos. En
realidad, no entendieron la condición en la que se hallaban, y con la cual Dios
trataba, por su falta de conciencia. Y de la misma manera hoy día, si no
tomamos conciencia de nuestra condición —quiero decir, de la condición de toda
la iglesia profesante en medio de la cual estamos—, estaremos completamente
faltos de inteligencia espiritual.
Estamos en los últimos días,
pero a veces pienso que algunos no estiman debidamente el pleno significado de
ello. Creo que puedo mostrarles por medio de las Escrituras que la iglesia,
como sistema responsable sobre la tierra, era, desde el mismo principio,
aquello que había entrado en la condición de juicio, y su estado era tal que
requería fe individual para juzgarlo.
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