martes, 5 de junio de 2018

LA FE QUE HA SIDO UNA VEZ DADA A LOS SANTOS


JUDAS 3

Es muy importante, amados amigos, en toda nuestra senda, saber primero dónde estamos, y, luego, conocer el pensamiento de Dios para descubrir la senda que Dios ha trazado y que debemos seguir en medio de las circunstancias en que nos encontramos.
No sólo es cierto que Dios nos ha visitado en gracia, sino que también debemos tomar conciencia de los resultados presentes de esa gracia, a fin de guardar tenazmente los grandes principios bajo los cuales Dios nos ha colocado como cristianos; y, al mismo tiempo, debemos ser capaces de aplicar esos principios a las circunstancias en que nos hallamos. Esas circunstancias pueden variar dependiendo de nuestra situación, pero los principios nunca varían.
Su aplicación a la senda de fe puede variar, y, de hecho, lo hace. Voy a ilustrar lo que quiero decir. En el tiempo del rey Ezequías, se le dijo al pueblo: “En quietud y en confianza será vuestra fortaleza” (Isaías 30:15), y también se le dijo que el asirio no entraría en Jerusalén y ni siquiera levantaría contra ella baluarte. Debían permanecer perfectamente quietos y firmes; y el ejército de Asiria fue destruido. Pero cuando llegó cierto tiempo de juicio en los días de Jeremías, entonces aquel que saliese de la ciudad para ir a los caldeos —sus enemigos—, se salvaría.
Ellos eran todavía, al igual que antes, el pueblo de Dios, aunque, por el momento, en el tiempo de juicio, Él decía: “No sois pueblo mío” (Oseas 1:9-10), y eso marcó la diferencia. No se había alterado el pensamiento de Dios ni su relación con su pueblo: eso nunca sucederá. Sin embargo, la conducta del pueblo tenía que ser exactamente opuesta. Bajo el reinado de Ezequías, fueron protegidos; bajo Sedequías debían someterse al juicio.
Me refiero a estas circunstancias como testimonio, para demostrar que mientras la relación de Dios con Israel es inmutable en este mundo, sin embargo, la conducta del pueblo en un determinado tiempo tenía que ser la opuesta a la que venía presentando anteriormente.
Miremos el principio de los Hechos de los Apóstoles, y fijémonos en la Iglesia, la Asamblea de Dios en el mundo. Encontramos allí la plena manifestación de poder; todos eran de un corazón y un alma, y tenían todas las cosas en común; hasta el lugar donde estaban congregados tembló (Hechos 4:31-32). Pero si tomamos la iglesia ahora, incluyendo el sistema católico romano y todo lo que lleva el nombre de cristiano, si contemplamos todo eso y lo reconocemos, en seguida nos sometemos a todo lo malo.
Aun cuando los pensamientos de Dios no varíen, y él conozca a los suyos, no obstante, necesitamos discernimiento espiritual para ver dónde estamos y cuáles son los caminos de Dios en tales circunstancias, en tanto que nunca nos hemos de apartar de los grandes principios primordiales que él estableció en su Palabra para nosotros.
Hay otra cosa también que debemos tomar en cuenta como un hecho establecido en la Escritura, y es que dondequiera que Dios haya puesto al hombre, lo primero que el hombre ha hecho ha sido arruinar la posición original: siempre debemos tener en cuenta este hecho.
Miremos a Adán, a Noé, a Aarón, a Salomón y a Nabucodonosor. La paciente misericordia de Dios jamás sufre alteración, pero el camino uniforme del hombre, según leemos en las Escrituras, ha sido malograr y arruinar lo que Dios había establecido como bueno. Por consiguiente, no puede haber ninguna marcha con verdadero conocimiento de nuestra posición, si esto no se toma en cuenta. Pero Dios es fiel y continúa en su paciente amor. Por eso leemos en Isaías 6:10: “Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos…”, pero no se cumplió sino después de 800 años y, cuando Cristo vino, lo rechazaron.
Así seguía la paciencia de Dios; las almas individuales eran convertidas, había varios testimonios dados por los profetas, y un remanente todavía fue preservado. Pero si fuésemos a alegar por la fidelidad de Dios ―que es invariable― para justificar positivamente el mal que el hombre ha introducido, todo nuestro principio sería falso.
Eso es precisamente lo que hacían en los días de Jeremías cuando se acercaba el juicio, y lo que la cristiandad hace ahora. Decían: “Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es este”, y “la ley no faltará al sacerdote, ni el consejo al sabio, ni la palabra al profeta” (Jeremías 7:4; 18:18), cuando todos estaban por ser llevados cautivos a Babilonia. La fidelidad de Dios fue invariable, pero tan pronto como la aplicaron en apoyo de una mala posición, vino a ser la misma causa de su ruina. Los mismos principios que constituyen la base de nuestra seguridad, pueden significar nuestra ruina si no tomamos conciencia de la posición en que nos encontramos.
Tenemos la palabra: “Mirad a la piedra de donde fuisteis cortados, y al hueco de la cantera de donde fuisteis arrancados. Mirad a Abraham vuestro padre, y a Sara que os dio a luz; porque cuando no era más que uno solo lo llamé, y lo bendije y lo multipliqué” (Isaías 51:1-2), un pasaje a menudo mal aplicado. Dios dice allí que Abraham estaba solo, y que Él lo llamó. El pueblo de Israel, a quien se dirigió esta palabra, consistía entonces tan sólo en un pequeño remanente. Pero Dios les quiso decir: «No os preocupéis por eso, yo llamé a Abraham estando solo.» No tenía importancia el hecho de que fuesen pequeños: Dios podía bendecirlos igualmente solos, tal como lo hizo con Abraham.
Ahora bien, en Ezequiel el pueblo dijo algo similar en circunstancias diferentes, lo cual es denunciado como iniquidad. Dijeron: “Abraham era uno, y poseyó la tierra; pues nosotros somos muchos” (Ezequiel 33:24). Decían que Dios había bendecido a Abraham y que, como ellos eran muchos, Él los tendría que bendecir aún más a ellos. En realidad, no entendieron la condición en la que se hallaban, y con la cual Dios trataba, por su falta de conciencia. Y de la misma manera hoy día, si no tomamos conciencia de nuestra condición —quiero decir, de la condición de toda la iglesia profesante en medio de la cual estamos—, estaremos completamente faltos de inteligencia espiritual.
Estamos en los últimos días, pero a veces pienso que algunos no estiman debidamente el pleno significado de ello. Creo que puedo mostrarles por medio de las Escrituras que la iglesia, como sistema responsable sobre la tierra, era, desde el mismo principio, aquello que había entrado en la condición de juicio, y su estado era tal que requería fe individual para juzgarlo.

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