martes, 5 de junio de 2018

SALVACIÓN Y RECOMPENSA (Parte III)


La Corona corruptible.


En 1 Tesalonicenses la segunda venida de nuestro Señor ocupa un lugar prominente. Podríamos decir que es el tema de la epístola. Cada capítulo contiene alguna referencia a ella, directa o indirec­tamente. En el capítulo 1 leemos acerca de los creyentes tesalonicenses que ellos se habían convertido:

”de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y es­perar de los cielos a su Hijo...”

Esperaban al Hijo, ¡y mientras es­peraban, le servían! Que ocupación santa y dichosa era la suya. Que sea la nuestra también.
En el capítulo 3 (dejando por el momento el capítulo 2), fueron exhortados a santidad de vida con la esperanza de “la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos” (3:13).
La “esperanza bienaventurada” es una esperanza purificadora, y un incentivo para vivir una vida de piedad. “Todo aquel”, se nos dice, “que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo” (1 Jn. 3:3).
El rapto —el orden de los eventos cuando el Señor descienda para llamar y llevar consigo a todos Sus santos— es desplegado preciosamente en el capítulo 4, y en el capítulo 5 vemos el alcance de la santificación perfecta en “la venida de nuestro Señor Jesucristo” (v. 23).
Pero ¿qué del capítulo 2? En esta sección en particular el apóstol escribe acerca de su propio servicio y el ministerio de sus colaboradores en vista de este evento glorioso. El piensa en el retorno del Señor como el tiempo de manifestación y recompensa, cuando las obras del siervo serán examinadas por el Señor mismo, quien también pronunciará sobre ellas. Será entonces que serán plenamente manifiestos los resultados de todos sus años de trabajo y esfuerzo. De esto él está seguro: que las almas que él ha guiado a Cristo serán entonces causa de acciones de gracias. Así escribe, y notamos lo que dice a sus propios hijos en la fe:

“Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida? Vosotros sois nuestra gloria y gozo” (1 Ts. 2.19-20).

Habla de modo similar en Filipenses 4:1,

“Así que, hermanos míos amados y deseados, gozo y corona mía, estad así firmes en el Señor, amados”.

Ellos también eran fruto de su mi­nisterio, y como los corintios, eran también el sello de su apostolado en el Señor.
¡Cuán dulce y tierna es la relación entre el ministro de la Palabra y los que él ha guiado a Cristo! Y al escribo esta frase: “el ministro de la Palabra”, no me refiero al clero ni a ninguna posición oficial, sino a cualquier creyente que ministre la verdad del evangelio a otra persona y así la guíe a Cristo.
Los que así han sido salvados por nuestro testimonio, en aquel día nos serán una corona de gozo. ¡Qué laurel de gozo será el verles salvos y sanos en la gloria, cantando las alabanzas del Cordero que les redimió, y entonces reconocer que en un sentido están allí debido a nuestro débil testimonio dado en el mundo! ¡De veras que seremos coronados con gozo!
Samuel Rutherford sabía algo de esto cuando, desde su lecho de enfermedad, miraba atrás a sus labores anteriores y dio curso a las hermosas palabras representadas en la poesía de la señora Anne Ross Cousins:

“Oh, Anwoth del Solway,
A mí me eres querido,
En los portales celestiales,
Derramo lágrimas por ti.
Oh, si un alma de Anworth,
Encuentro a la diestra de Dios,
Mi cielo será dos cielos,
En tierra de Emanuel”.

Sí, un alma, salvada de descender al abismo, arrebatada del fuego, como Judas 23 dice, será doble porción de gozo para aquel que Dios empleó para salvarle. ¿Qué significará esto para Pablo, a quien el Señor usó para salvar a miles de personas? ¿Y qué significará para todo evangelista levantado por Dios y empleado por Él para salvar a vastos números de hombres y mujeres por medio de la predicación de la Palabra?
Pero, como hemos intimado, no sólo los que han sido divinamente llamados a predicar podrán ganar esta corona, todos hemos sido llamados a testificar de Cristo, a buscar y ganar a otros para que le conozcan, “a quien conocer es vida eterna Y está escrito en la Palabra: "el que gana almas es sabio” (Pr. 11:30). Seamos sabios para enseñar la justicia a la multitud (Dn. 12:3).
Ganar almas no es en sí un don arbitrario. Es algo que puede ser cultivado por ejercicio y comunión con Dios. Él nos hace aptos para este servicio bienaventu­rado y honorable.
El primer requisito es reconocer la necesidad de los hombres, su condición perdida. ¿Alguna vez le has pedido a Dios que te haga sentir la necesidad aterradora de los inconversos que están alrededor tuyo? ¿Y Él ha contestado haciéndote sentir carga por sus almas? Entonces, sigue mirándole atentamente, para que te dé el mensaje. Él te dará denuedo santo, compasión tierna, sabiduría en la presen­tación de la verdad, y gracia para persistir a pesar de los rechazos. El gozo de ver a un pobre pecador cambiado en un santo recompensará ampliamente el trabajo y esfuerzo gastado en este mundo, y en la venida de Señor, la corona de gozo será tu galardón eterno.

“Adelante, adelante, en la eter­nidad descansarás,
Y demasiado pocos están en la lista de servicio activo,
Ninguna labor para el Señor es inversión arriesgada,
Pero no hay recompensa si perdemos Su ‘está bien’”.

Y no se nos olvide el otro lado. Está escrito: “Al que acapara el grano, el pueblo le maldecirá” (Pr. 11:26). Aunque de momento a los inconversos no les gusta que les hablemos del evangelio, vendrá el día cuando nos echarán la culpa si en esta vida no les dimos una palabra de adver­tencia o el mensaje benigno de la gracia. Tenemos la comida para los que se están muriendo. Sabemos que sin el evangelio ellos están perdidos. Entonces, ¿cómo podemos con frialdad y egoísmo dejarles que mueran sin intentar despertar en ellos un sentido de necesidad, y sin hacerles saber del amor del salvador?
Cuando venga el Señor, ¿no nos dará vergüenza la memoria de tal infide­lidad?

“¿Iré con las manos vacías,
Así a encontrar a mi Redentor?
¿Sin gavilla con que saludarle.
Sin trofeo para echar a Sus pies?”

No tiene que ser así. Cada uno puede ser en cierta medida un ganador de almas, y así ganar una corona de gozo en aquel día sublime que pronto amanecerá. Lo que hace falta es una disposición a ser usado. Alguien ha dicho: “¡Dios tiene cosas maravillosas que mostrar, si sólo puede encontrar un buen mostrador!” Pablo era un “mostrador” así: “para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemen­cia” (I Ti. 1.16). ¡Oh, querido lector, que tú y yo también seamos empleados para mostrar la gracia de Dios a un mundo perdido, y para atraer otras personas a Él! Así tendremos este gozo y esta corona cuando Él venga para recompensar a Sus siervos.

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