lunes, 4 de junio de 2018

VIDA DE AMOR (Parte VI)


PERMANENCIA DEL AMOR

 1 CORINTIOS XIII 8-12

En los cuatro versículos siguientes (9-12) el após­tol deja el tema del amor para demostrar por qué los do­nes han de ser reemplazados. De manera que tenemos en estos versículos una explicación, empezando con la palabra “porqué”: “Porque en parte conocemos, y en par­te profetizamos; más cuando haya venido lo perfecto, entonces lo que es parte acabará”.
Lo que hemos previsto, ahora se manifiesta clara­mente, a saber, la razón porque los dones han de pasar. ¿Por qué? Es porque lo parcial y lo imperfecto no pue­den ser permanentes. El entendimiento y el conocimien­to son progresivos. Esto es cierto de los conocimientos en general. No hay tal cosa como una provisión de co­nocimientos, fija, definida y completa. Los conocimien­tos se están siempre aumentando, extendiendo y desa­rrollando. Lo que una generación llama conocimiento, la siguiente llama ignorancia.
Lo que es cierto de los conocimientos en general, lo es también del conocimiento espiritual. Conocemos tan sólo en parte y profetizamos tan sólo en parte. Esto era cierto de los santos en tiempos pre-cristianos: Dios les habló “muchas veces y en muchas maneras” y poco a poco aprendieron de su propósito redentor, y aunque ahora en Cristo un raudal de luz ha sido derramado, sin embargo, todo alrededor hay confines de tinieblas, así que conocemos tan sólo en parte.
Aun los conocimientos revelados adolecen de imper­fecciones, que, por lo tanto, no están en las cosas reve­ladas, pero en la extensión y manera de la revelación. “En parte conocemos” forzosamente. El conocimiento es como la forma y substancia del cuerpo que cambia desde la infancia hasta la edad viril; pero el amor es como el principio de vida que persiste siempre.
Ahora se llama la atención al tiempo cuando los do­nes pasarán: “Cuando haya venido lo perfecto”. Es completamente obvio que lo perfecto nunca llega en es­te mundo y, por lo tanto, la referencia debe ser al es­tado celestial, de manera que la profecía y el conoci­miento parciales e imperfectos son coexistentes con el régimen cristiano. No será hasta la venida de Cristo que vendrá lo perfecto. Entonces las cosas parciales de tiem­po serán substituidas por las cosas perfectas de la eter­nidad.
Cuando se llega al grado superior de la escuela, los textos de los grados inferiores se dejan a un lado. Las antorchas usadas de noche, de nada sirven cuando llega el día. Algunas flores están envueltas en un capullo du­rante el primer período de su crecimiento, pero cuando la flor llega a la perfección el capullo cae. Cuando las cosas han servido su propósito, desaparecen. Pero el pro­pósito del amor es eterno, nunca desaparece.
Pero no olvidemos que lo parcial es una prepara­ción para conducir hacia lo perfecto; que sirve a un pro­pósito real, indispensable. El crepúsculo de la mañana prepara para el mediodía; el invierno es precursor de la primavera; y la primavera es precursora del verano. Lo perfecto no podría venir sin lo parcial. Tras la edad viril está la juventud, tras la juventud la niñez, tras la niñez la infancia. No despreciemos las etapas que con­ducen a la meta. El bien parcial e imperfecto no desa­parecerá por extinción, sino que será absorbido por algo más elevado, como los charcos de agua dejados en la playa por la bajamar, son absorbidos en la plenitud del océano cuando la marea vuelve.
Mientras tanto, podemos amar con un amor que es puro y elevado, paciente, generoso, no desalentadle, e imperecedero. Sobre todo, lo demás están las señales de lo imperfecto y transitorio, pero sobre el amor está el sello de la eternidad. El amor nunca fenece. Es lo más grande de todo lo grande. Por lo tanto, amar es vivir.
Ahora sigue una ilustración (v. 11). “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, ra­zonaba como niño; ahora que soy hombre, he acabado con lo que era de niño”. El apóstol se vale de una ilus­tración natural y personal, para demostrar que la ley del crecimiento espiritual es la misma que la ley del creci­miento natural, eso es, por desarrollo y transformación.
Mirad primero a la ilustración del punto de vista que ilustra. Cuán grande es la diferencia entre la niñez y la edad viril en cuanto a lenguaje, sentimiento y pen­samiento. Comparad la impresión hecha en la mente de un niño y de un astrónomo, respectivamente, por la con­templación del cielo estrellado. La impresión hecha en la mente del niño no es científica, no obstante, para un niño, es una impresión justa y verdadera. El punto de vista del niño no es ni irracional ni falso; es sencilla­mente inadecuado. Todo niño es una Alicia en el País de las Maravillas y vive en un mundo de fantasía e ima­ginación, ¡y qué mundo triste sería si fuese de otra ma­nera! La tragedia de la vida de Coleridge[1] era que nunca fue niño.
Pero la niñez es tan sólo una etapa de la vida y no su meta. Una persona que es un hombre en cuanto a edad y todavía un niño en mente y hábitos, es sen­cillamente una monstruosidad. ¡Cuán dulce es oír la charla de un niño! ¡Cuán triste oír a un adulto char­lando como un niño! La ley de crecimiento es la trans­formación por el desarrollo. Las facultades del niño ad­quieren una manera más elevada de actividad, de modo que la manera anterior se vuelve inútil. El hombre ha llevado a su mayor edad todos los elementos esenciales de su niñez. Sin embargo, ha dejado su anterior ma­ñera pueril de hablar y sentir y pensar. He allí la ilus­tración.
Ahora consideremos la cosa ilustrada. Como en la natural, así es también en la niñez y madura edad es­piritual; es muy importante ver el punto preciso de com­paración. La madurez espiritual no es como la natural, considerada dentro de los límites del tiempo. Es un con­cepto completamente erróneo de la idea pensar que la niñez aquí significa los primeros años de nuestra vida cristiana, y la madurez los años posteriores. O que la niñez indique los primeros siglos de la Iglesia Cristiana y la madurez los siglos posteriores. Si hemos alcanzado la madurez ahora ¡Dios tenga misericordia de nosotros! En salvaguardia de la comparación tenemos las palabras en el versículo 10, “lo que es en parte” — eso es la ni­ñez — y “lo perfecto” — eso es la madurez. Y en el versículo 12, las palabras “ahora” — eso es el tiempo de la niñez sobre la tierra; “pero entonces” — eso es el tiempo de madurez en el cielo.
Por esto vemos que la niñez espiritual es coextensiva con esta vida, y que la madurez se alcanza tan sólo en la vida futura. Todos los dones espirituales pertenecen al estado de niñez espiritual. Pero cuando Cristo venga y se llegue a la madurez, no se necesitarán más, y serán dejados. La verdad enseñada ahora, pues, es triple: pri­meramente, como la niñez es base de la edad viril, así también la vida espiritual aquí es el fundamento de la vida espiritual en el más allá; en segundo lugar, como la niñez es el medio de llegar a la edad viril, así también lo que alcanzamos parcialmente aquí es con miras de una perfección en el más allá; tercero, como la niñez es absorbida por la virilidad, así también la comprensión incompleta aquí cederá a la plena comprensión del más allá.
Justamente como las cosas de la virilidad son tan superiores a las de la niñez como para reemplazarlas del todo, así también la madurez del cristiano en el cielo substituirá y sobrepasará su niñez en la tierra. El futuro será un desarrollo y expansión del presente. Como el ro­ble es el producto de la bellota y como el río es la ple­nitud de la fuente, así también el hombre es el producto y la plenitud del niño. El futuro sobrepasará tan inmen­samente al presente como el mediodía sobrepasa al alba y como el fin de la revelación sobrepasa su principio.
Lo que el apóstol afirma e ilustra es lo siguiente: que mientras que la profecía y el conocimiento deben nece­sariamente ser reemplazados el amor permanece siempre lo mismo. Nunca cambia y nunca falla. Solamente el amor puede llevarnos a la verdadera medida de la vida y a la plenitud de su propósito. Por la gracia del amor debemos dejar atrás las puerilidades y las insensateces de la naturaleza humana; debemos entrar en contacto vital con todas las corrientes que fluyen de la vida divina. Debemos alcanzar, no aquí, sino en el más allá, la re­sistencia vigorosa de la madurez espiritual, y el gozo y conocimiento y simpatía universales de la vida que lo es de veras.



[1] 1 Poeta inglés (1772-1834).


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