lunes, 4 de junio de 2018

EL CRISTIANO VERDADERO (PARTE VI)

TU COMUNIÓN CON DIOS (continuación)

En toda la Biblia se pone mucho énfasis sobre el hecho de que Dios desea que su pueblo salvado sea alegre y gozoso. Pero cuando un hombre no anda en comunión con Dios, pierde la alegría de la salvación. Los creyentes gozosos son aquellos que viven en estrecha comunión con Dios, los que oran y leen la Palabra de Dios. El gozo del matrimonio con­siste en la comunión entre el marido y la mujer. Cuando di­cho feliz compañerismo desaparece, desaparece también la alegría del matrimonio. El gozo de un hogar consiste en la alegre comunión o el compañerismo entre todos los miembros de la familia. Cuando desaparece, se destruye la alegría del hogar.
La comunión con Dios es indispensable para vivir una vi­da de victoria sobre el pecado y Satanás. La oración, la lec­tura de la Palabra de Dios, y la comunión vital con Dios son fuentes de fortaleza espiritual. El cristiano que anda mal comenzó a retrogradar, desatendiendo este asunto de cultivar la comunión con Dios. Si no vives en comunión con Dios, y dejas de orar y leer la Palabra, pronto comenzarás a alejarte del Señor. Bien pronto caerás en pecado, y Satanás ganará la victoria sobre ti. El Diablo es demasiado fuerte para que podamos hacerle frente con nuestras propias fuer­zas. Tenemos que obtener fuerza del Señor, y dicha fuerza nos es entregada a medida que gozamos de la comunión diaria con él. Ningún cristiano puede ser fuerte espiritualmente, ni triunfar sobre el pecado y el mundo, si no vive una vida de oración y comunión con el Señor. Satanás co­noce bien esta verdad, y por esa razón trata con todas sus fuerzas de conseguir que no oremos. Satanás prefiere que ha­gamos cualquier otra cosa menos orar.
La comunión con Dios es indispensable, también, si quere­mos llevar fruto para el Señor. En el capítulo quince del Evangelio de Juan, Jesús ilustró por medio de la vid y el sarmiento, la relación entre sí mismo y el cristiano. Señaló que el sarmiento sólo puede llevar fruto mientras permanece en la vid y extrae de ella las cualidades vitales que le per­miten llevar fruto. Luego dice el Salvador: “Estad en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede llevar fruto de sí mismo si no estuviere en la vid, así ni vosotros, si no estuvieseis en mí... porque sin mí, nada podéis hacer”. Un sar­miento que no vive por su unión con la vid, extrayendo su savia de aquélla, pronto morirá y será inútil. Y así acontece con los que somos cristianos. Si no permanecemos en Cristo, viviendo en constante y consciente comunión con él, nuestras vidas se tomarán muertas y estériles. Sólo en la medida en que vivamos y permanezcamos en comunión con nuestro Sal­vador, hemos de poder llevar fruto. Si estás enseñando en una clase de Escuela Dominical, si eres dirigente de una agrupación de jóvenes, si estás tratando de ganar almas por medio de la obra personal, recuerda que, si no estás en co­munión constante con Cristo, recibiendo de él la fuerza inte­rior que necesitas para tu labor, poco o nada has de poder hacer.
Un creyente de vida muy santa ha dicho que “si te mantienes constantemente cerca de Cristo, tomándole como tu única esperanza, y tomando su vida inmaculada como tu gran ejemplo, se verá en tu vida un progreso espiritual que irá en aumento hasta que el día es perfecto. Con conocimientos en tu mente, gracia en tu corazón y obediencia en tu vida, lograrás un carácter tan bello y simétrico, que ha de llevar a los hombres a glorificar a tu Padre que está en los cielos. En la recia lucha contra los pecados que te asaltan, Cristo será tu fuerza; y no te ha de dejar hasta que tu último enemigo no perezca vencido en el campo de batalla. Las pasiones imprudentes e impetuosas serán reemplazadas por un tranquilo y santo descanso en Dios. Estallidos de mal genio serán vencidos por la mansedumbre de Jesús. La impaciencia malhumorada será reemplazada por un santo sometimiento a la voluntad de Dios. Los pensamientos mundanos serán vencidos por la comunión con Dios y por un concepto más claro de la grandeza y gloria de las cosas eternas”.
Alguien ha dicho: “En lugar de hacer que tu religión se incline para adaptarse a tus conveniencias mundanas, haz que tus conveniencias mundanas se inclinen frente a tu reli­gión. Pide a Dios con sinceridad y fe que te haga crecer en la gracia y te dé fuerzas que te sostengan frente a las pruebas y tentaciones de la vida; pero no pongan a la oración en el lugar de los deberes que tú mismo debes cumplir”.
Debemos evitar el formalismo muerto en nuestra vida de oración, y algunas pequeñas reglas y propósitos de corazón te han de ser, más que de ayuda, indispensables. En primer lugar, comienza el día con Dios en acción de gracias y en oración. Cuando piensas en las nuevas bendiciones que Dios te da todos los días, dale las gracias por ellas. Luego cuando pienses en las tentaciones con que puedes encontrarte du­rante el día, pídele a Dios que te dé fuerzas para vencerlas. Libra de antemano tus batallas de rodillas por la mañana, y exígele a Dios con oración su gracia vencedora. No dejes que el trajín de los negocios del día te despoje de tu hora de vi­gilia matutina con el Señor.
En segundo término, durante el agitado correr del día, de­tente de tiempo en tiempo para orar y darle gracias al Señor. Algunos instantes a solas con Dios a diferentes horas del día, te mantendrán tranquilo y triunfante en medio de la confusión y de las preocupaciones de la vida.
Tercero, concluye tu día con acción de gracias y oración. Cuando llegues al final del día, antes de que te entregues al descanso, debes pasar en revista las bendiciones de la jor­nada, dándole gracias a Dios por ellas, una por una.
Cuarto: lo último que debes hacer todos los días es pedirle a Dios que perdone todas aquellas cosas de tu vida que sabes que a él le han desagradado durante el día. Confiesa sincera­mente tu pecado delante de él, para obtener el perdón y la limpieza. Haz una pausa de un momento durante la oración, y deja que el Espíritu Santo escudriñe tu corazón, señalándo­te algunos pecados de los cuales tal vez tú no has estado cons­ciente. Recuerda ese lema que ves en tantas partes. El he­cho de que sea tan conocido no hace que sea menos cierto: “La oración cambia las cosas.” La oración es la fuente de tu victoria. La oración es aquello que ha de hacer que lleves fruto. La oración es en primer término comunión con Dios. La comunión con Dios no sólo es un privilegio, sino un fac­tor indispensable para poder llevar una vida cristiana ver­dadera.

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