martes, 3 de julio de 2018

Escenas del Antiguo Testamento. (Parte XXII)

La pascua

Esta palabra pascua es bien conocida a todos nosotros, pero ¿cuántos sabemos su origen? Los israelitas, siendo esclavos en Egipto, debían salir libres para servir a Dios, pero debían ser redimidos con sangre.
La última de las diez plagas sobre Egipto ya venía en la forma de la muerte del hijo primogénito (el primer nacido en cada familia). Los israelitas no eran exentos del peligro, pero fueron enseñados por Dios a tomar cada familia un cordero sin mancha y guardarlo desde el día 10 hasta el día 14 del mes, sin duda para averiguar bien que el animal no tenía defecto. Tenían que beneficiarlo en la casa de familia, recogiendo la sangre en una vasija.
Debían aplicar la sangre con un manojo de hisopo a los dos lados y el dintel de la casa. (El hisopo es una matica muy común en aquellas tierras.) Una vez que la familia había entrado a su casa a través de la puerta identificada así con la sangre de esa víctima, debía asar la carne del cordero y comérsela antes de comenzar su viaje de salida de Egipto. Les era prohibido comerla crudo, o cocida con agua, sino sólo asada al fuego.

Dios había hecho saber a Moisés su propósito de mandar su ángel de la muerte para matar a todos los hijos primogénitos de Egipto, pero la sangre puesta sobre la puerta de los israelitas sería la señal para el ojo de Dios que los habitantes de aquella casa habían aceptado el cordero, la provisión divina, para morir en lugar del primogénito de la familia.
La aplicación de la sangre, según la palabra de Dios, permitía entrar y gozar de la fiesta que Él había ordenado. No había nada que temer; la provisión era de un todo suficiente. Dios había dicho: “Veré la sangre, y pasaré de vosotros”.
Sin duda hay un paralelo entre esta historia y la del creyente en Cristo en estos tiempos. Los condenados a muerte somos nosotros por causa de nuestros pecados. El cordero es nuestro Señor Jesucristo, cuya muerte ha sido necesaria para que su preciosa sangre intervenga entre nosotros y el santo juicio de Dios. La aplicación de la sangre a la puerta de cada casa por separado corresponde a la aceptación por fe de parte de cada individuo, de la sangre preciosa de Cristo a su necesidad personal.
No bastaba escoger el cordero, admirar sus cualidades y tan sólo atarlo a la puerta de la vivienda. Un cordero vivo no servía de protección, ni tampoco bastaba guardar la sangre en una vasija colocada a la entrada de la casa. Debían aplicar la sangre a los postes y el dintel de la puerta.
Pero hay muchos que tienen en gran estima a Jesús, hablan de sus cualidades morales y piensan que su misión a este mundo haya sido para enseñarnos por su ejemplo cómo debemos vivir. Estas personas no reconocen que la paga del pecado es la muerte, y que la única manera de escapar ese juicio es de abrazar la muerte de Cristo como a favor de ellos.
Hay otros que reconocen la importancia de esa muerte del Cordero de Dios, pero se imaginan que de hecho todos serán salvos, ya que Él murió por los pecadores. No ven que la sangre debe ser aplicada. Como en cada casa la sangre fue aplicada por el manojo de hisopo, así cada individuo de por sí debe poner su fe en Cristo.
Es tan cierto hoy como cuando Él lo dijo: “Es necesario nacer otra vez”. La carne, para ser comida de los israelitas, debía ser cocida al fuego. Nuestro Señor Jesucristo experimentó en la cruz el fuego de la ira divina para que el más humilde creyente en él no gustase nunca esa maldición.
Los israelitas tenían la palabra de Dios —el que jamás puede mentir— diciéndoles que no les llegaría el juicio que habría para cada casa sin sangre. La misma palabra nos asegura ahora que los que ponen su fe en la sangre de Cristo, y en ésa solamente, no vendrán a condenación, más habrán pasado de la muerte espiritual a la vida espiritual.
No creamos en nuestras obras, ni en cosa alguna que podamos hacer, sino tan sólo en la sangre derramada por Cristo en la cruz, el Hijo de Dios “en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”, Colosenses 1.14.

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