martes, 3 de julio de 2018

LA ORACIÓN DEL SEÑOR (Parte IV)



Como incidiendo sobre toda la cuestión acerca del uso de esta oración, invitamos al lector a prestar atención ahora a una Escritura en el evangelio de Juan. En la víspera misma de la partida del Señor. Él dijo a Sus discípulos, "Vosotros, pues, ahora tenéis tristeza; más yo os veré otra vez, y se regocijará vuestro corazón, y ninguno os quitará vuestro gozo. Y en aquel día no me preguntaréis nada. En verdad, en verdad os digo: Todo cuanto pidiereis al Padre en mí nombre, él os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre: pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo." (Juan 16: 22 al 24 - VM). Si la oración del Señor es examinada cuidadosamente, nada golpea la mente con tanta fuerza como la ausencia de toda mención del Nombre de Cristo. Por lo que atañe a las palabras, ellas no tienen relación alguna ni con el Nombre, ni con la obra de nuestro bendito Señor y Salvador. Y nuestro Señor dice expresamente en esta Escritura, que "hasta ahora" — y esto fue al final de Su estancia terrenal — Sus discípulos no habían pedido nada al Padre en Su Nombre. Teniendo en cuenta, entonces, que, en toda oración cristiana, el único terreno de acercamiento a Dios es en el Nombre de Cristo, se deduce, en primer lugar, que la oración del Señor no era en Su Nombre; y, en segundo lugar, ella no pudo ser dada, por tanto, para el uso de Su pueblo después de Su muerte y resurrección.
Otro hecho, de diferente índole, puede ser presentado como evidencia en apoyo de esta conclusión. En los Hechos y en las Epístolas tenemos el registro de varias oraciones, así como también las bendiciones especiales que los apóstoles desearon para los creyentes a los que ellos estaban escribiendo, y casi innumerables alusiones a la necesidad de orar, pero en ninguno de los casos hay allí el más mínimo rastro de la adopción de la oración que está bajo consideración, sea ello por individuos, o por los santos cuando se reunían. Esta omisión es ciertamente significativa, a la luz de la teoría de que el Señor presentó, en esta oración, una forma a ser empleada en la iglesia hasta el final de la época de la gracia.
Considerando todas estas cosas en su conjunto, no podemos sino concluir que esta teoría es un error, que además del hecho de que nuestro Señor no dictó una forma de oración para los cristianos, es evidente, por otra parte, que Él la presentó solamente a Sus discípulos para que ellos la usaran hasta Pentecostés. A partir de entonces, morando en ellos el Espíritu Santo, serían llevados al disfrute de todas las bendiciones aseguradas en Cristo mediante la redención, y con sus corazones engrandecidos por el poder de Su fuerza, orarían, en lo sucesivo, en el Nombre de Cristo y en el Espíritu Santo. (Véase Efesios 1: 15 al 23; Efesios 3: 14 al 21; Efesios 6:18; Judas 20, etc.). A partir de ese momento, sus deseos podían limitarse solamente a toda la gama de propósitos e intereses de Dios. Ni estos, ni siquiera sus necesidades personales (véase Filipenses 4:6) pudieron hallar una expresión plena y adecuada en esta forma de oración.
Es posible que sea necesario recordar al lector, que las observaciones efectuadas tienen referencia sólo al uso de esta oración, en su integridad, por los cristianos como una forma. Se admite libremente, no, más bien, se insiste sobre el hecho de que, aunque somos llevados a un lugar nuevo por medio de la muerte y resurrección de nuestro Señor y Salvador, y a la posesión y disfrute conocidos de más sublimes bendiciones, nosotros podemos volver atrás en el poder del Espíritu, y asumir y presentar delante de Dios, muchas de sus peticiones. Hagamos un repaso de ellas en una breve reseña.
Se ha explicado cabalmente que el cristiano — al menos uno que tiene inteligencia espiritual — no se podría dirigir ahora a Dios como "Padre nuestro que estás en los cielos.” Pero se trata del mismo Dios, y nosotros Le conocemos como 'nuestro Dios y Padre', porque es el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. (Juan 20:17). Por tanto, cuando oramos, no decimos, 'nuestro Padre celestial', puesto que, en Su gracia, nosotros somos también un pueblo celestial, sino simplemente 'nuestro Dios y Padre', debido a que estos títulos nos expresan la doble relación a la que hemos sido llevados.
La primera petición es, "santificado sea tu nombre" — una petición que no podemos pronunciar jamás, si es que entendemos verdaderamente su solemne significado. "Nombre", en la Escritura, es siempre la expresión de lo que Dios es como revelado, y por eso, en relación con el Padre, es la verdad de lo que Dios es en esa relación. Entonces, si nosotros deseamos que Su nombre sea santificado, ello significa que debería ser santificado en nosotros, por nosotros, y por todos los que tienen el privilegio de invocar a Dios mediante este título precioso, y significa que debería haber, en nosotros, una respuesta sensible a Su santidad en esta relación. Nosotros hemos pronunciado, ciertamente, la petición, pensando poco acerca de lo que ella implicaba, e incluso mientras nosotros, como Sus hijos, ¡estábamos deshonrando Su nombre como nuestro Padre, mediante nuestras impías asociaciones e impíos modos de obrar! Presentar esta oración significa que deberíamos ser santos porque Él es santo, que Su nombre debería ser santificado en y por nosotros, en todo lo que somos y hacemos.

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