La vida cristiana no consiste en la
observancia de ciertas reglas, mandamientos y tradiciones humanas. Es una
realidad divina. Es tener a Cristo en el corazón y a Cristo reproducido en la
vida diaria por el poder del Espíritu Santo. Es el nuevo hombre, formado sobre
el modelo de Cristo mismo, y apareciéndose en los más minuciosos de talles de
nuestra vida, en la familia, en los negocios, en todas nuestras relaciones con
nuestros semejantes; en nuestro genio, espíritu, estilo, conducta, en todo. No
es asunto de mera profesión, o de dogma, o de opinión o de sentimientos; es una
realidad viva e inconfundible. Es el reino de Dios establecido en el corazón,
ejerciendo su bendita dominación sobre todo el ser moral y derramando su genial
influencia sobre toda la esfera en la que somos llamados a movernos días tras
día. Es el cristiano que sigue las benditas pisadas de Aquél que pasó haciendo
bienes, haciendo todo lo posible para satisfacer toda forma de necesidad
humana; viviendo no por si mismo sino para los otros, deleitándose en servir y
dar; listo para calmar y simpatizar con cualquier espíritu quebrantado o corazón
desolado.
C.H Mackintosh, Deuteronomio
(1), pág.,265, 266
No hay comentarios:
Publicar un comentario