martes, 3 de julio de 2018

EL CRISTIANO VERDADERO (Parte VII)



Las compañías de una persona influyen en forma decisiva sobre el carácter de ésta. No sólo la vida intelectual y social, sino también la vida espiritual es ayudada o dañada por las amistades que una persona elige. Es importante pues, que todo cristiano busque como compañeros íntimos a amigos que sean espirituales, y que cultive deliberadamente la comunión cristiana.
En el libro de los Proverbios, que es el libro más práctico del Antiguo Testamento, encontramos muchas referencias a los amigos y compañeros. Veamos algunas de las afirmacio­nes: “El que anda con los sabios, sabio será; más el que se allega a los necios, será quebrantado” (13:20); “Mejor es el pobre que el mentiroso” (19: 22); “No te acompañes del iracundo, ni te acompañes con el hombre de enojos; porque no aprendas sus maneras y tomes lazo para tu alma” (22: 24, 25); “Diente quebrado y pie resbalador es la confianza en el prevaricador en tiempo de angustia” (25: 19).
No importa quiénes seamos ni cuan fuertes pueden ser nuestros caracteres y nuestras vidas cristianas, todos somos afectados por nuestras compañías. Y ya que somos seres so­ciales que necesitamos comunión y compañerismo sociales, debemos como cristianos escoger, apreciar y cultivar amis­tades que sean realmente cristianas.
Para que sean tus amigos más íntimos, busca algunos po­cos hermanos que tengan aproximadamente la misma edad tuya, y que se interesen en el estudio bíblico, en la oración y en ganar almas para Cristo. Por otra parte, evita toda am listad íntima con aquéllos que sabes te han de dañar moral y espiritualmente. No es necesario que un cristiano se aparte del todo de las personas no convertidas, pero debe cuidar de no tomar de entre ellas a sus amigos íntimos. Si encuentras que, a pesar de todos tus esfuerzos tu amistad con una persona te está haciendo mal, debes dejarla.
No vayas a pensar que la vida cristiana es solitaria, ca­mine en absoluto de todo buen compañerismo y de relacio­nes sociales. ¡De ninguna manera! Las más hermosas amis­tades del mundo se hallan entre los cristianos. Fueron la unión social y la armonía que existían entre los cristianos de los primeros siglos, que impresionaron a los gobernantes paga­nos e hicieron que el emperador romano Constantino adop­tara la fe cristiana y la proclamara como la religión oficial de su imperio. Los paganos en cuyo seno vivían estos cris­tianos, no podían entender el amor y la devoción que se pro­fesaban entre sí, y el puro compañerismo y comunión que existían entre ellos.
En Cristo desaparecen los prejuicios sociales y los odios de clases, y los hombres y las mujeres llegan a tener conciencia de que están unidos en él. En algunas tierras de misiones he visto trabajar, vivir y orar juntos como si fuesen hermanos de sangre, a miembros de tribus y razas que se odian entre «í, como perros y víboras. He visto a judíos amargados y ára­bes arrogantes en el norte de África, unidos en Cristo, dis­frutar de la santa comunión alrededor de la Mesa del Señor, y en la vida diaria. En mi propio país he conocido a personas que durante años se han odiado, pero que luego de con­vertidas han llegados a tener una amistad íntima.
La comunión cristiana hasta franquea las barreras del lenguaje humano. En cierta ocasión un creyente norteamericano en Londres se encontró con un creyente europeo, en uno de los parques de la ciudad. Ambos estaban lejos de sus hogares, en una ciudad extraña, y por ello se sentían bas­tante solos. Cuando se miraron, de alguna manera enten­dieron que los dos eran cristianos, y este entendimiento mu­tuo hizo que se acercaran entre sí. Uno de ellos, mirando al otro, exclamó: “¡Aleluya!” y el otro le respondió con un sonoro: “¡Amén!”. Con sólo estas dos palabras ambos se sintieron elevados y bendecidos por su contacto y su comu­nión. Hay una ligadura común que ata entre sí a los cora­zones cristianos, y un lenguaje común que va más allá de los vocabularios lingüísticos. T. J. Bach, el bien conocido mi­sionero y dirigente cristiano de actuación en los últimos cin­cuenta años, desdoblando el vocablo inglés fellowship, que significa comunión, lo dividía en sus dos elementos fellow (individuo) y ship (barco). Decía entonces que la comunión, es dos individuos en un mismo barco. Están en el mar, lejos de todo, y tienen que tener muchas cosas en común. Tienen que trabajar juntos, hacer frente a los temporales juntos, y también compartir sus provisiones. Una ruptura entre ellos sería algo trágico, y hasta desastroso. Satanás está muy acti­vo en nuestra época tratando de quebrar la comunión de los cristianos. Procura hacerlo, interrumpiendo la comunión en­tre iglesias, denominaciones y grupos, aún en aquellos casos en que estén unidos en la aceptación de las verdades cardi­nales de la fe cristiana. Trata de hacerlo dentro de las iglesias, entre los miembros. Procura hacerlo entre los diri­gentes cristianos, aún entre los grandes adalides de la iglesia. Trata de hacerlo entre obreros cristianos, en la familia cris­tiana, en el hogar. Busca interrumpir la comunión entre ami­gos cristianos. Siempre y en todas partes, está tratando de echar a perder la comunión entre creyentes.
La comunión interrumpida entre los hijos de Dios es una tragedia. Nuestro Salvador se entristece cuando ella se produce, pues él oró que sus seguidores “todos sean una co­sa; como tú Oh Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean en nosotros una cosa; para que el mundo crea” (Juan 17: 21). El Espíritu Santo también se entristece, porque por él hemos sido bautizados en un cuerpo (1 Cor. 12: 13). En Efesios 4: 30-32 leemos: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual estáis sellados para el día de la reden­ción. Toda amargura, y enojo, e ira, y voces y maledicencia sea quitada de vosotros, y toda malicia: antes sed los unos con los otros benignos, misericordiosos, perdonándoos los irnos a los otros, como también Dios os perdonó en Cristo.” El cristiano mismo pierde el gozo del Señor cuando se quie­bra la comunión con los demás hijos de Dios. La oración es impedida. El testimonio es débil. Los no convertidos no saben qué pensar. Nuestros hijos se encuentran desconcerta­dos y a veces se apartan. Así los estragos de Satanás produ­cen víctimas tanto en la tierra como en el cielo.

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