Las compañías de una persona influyen en
forma decisiva sobre el carácter de ésta. No sólo la vida intelectual y social,
sino también la vida espiritual es ayudada o dañada por las amistades que una
persona elige. Es importante pues, que todo cristiano busque como compañeros íntimos
a amigos que sean espirituales, y que cultive deliberadamente la comunión
cristiana.
En el libro de los Proverbios, que es el
libro más práctico del Antiguo Testamento, encontramos muchas referencias a los
amigos y compañeros. Veamos algunas de las afirmaciones: “El que anda con los
sabios, sabio será; más el que se allega a los necios, será quebrantado”
(13:20); “Mejor es el pobre que el mentiroso” (19: 22); “No te acompañes del
iracundo, ni te acompañes con el hombre de enojos; porque no aprendas sus
maneras y tomes lazo para tu alma” (22: 24, 25); “Diente quebrado y pie
resbalador es la confianza en el prevaricador en tiempo de angustia” (25: 19).
No importa quiénes seamos ni cuan fuertes
pueden ser nuestros caracteres y nuestras vidas cristianas, todos somos
afectados por nuestras compañías. Y ya que somos seres sociales que
necesitamos comunión y compañerismo sociales, debemos como cristianos escoger,
apreciar y cultivar amistades que sean realmente cristianas.
Para que sean tus amigos más íntimos, busca
algunos pocos hermanos que tengan aproximadamente la misma edad tuya, y que se
interesen en el estudio bíblico, en la oración y en ganar almas para Cristo.
Por otra parte, evita toda am listad íntima con aquéllos que sabes te han de
dañar moral y espiritualmente. No es necesario que un cristiano se aparte del
todo de las personas no convertidas, pero debe cuidar de no tomar de entre
ellas a sus amigos íntimos. Si encuentras que, a pesar de todos tus esfuerzos
tu amistad con una persona te está haciendo mal, debes dejarla.
No vayas a pensar que la vida cristiana es
solitaria, camine en absoluto de todo buen compañerismo y de relaciones
sociales. ¡De ninguna manera! Las más hermosas amistades del mundo se hallan
entre los cristianos. Fueron la unión social y la armonía que existían entre
los cristianos de los primeros siglos, que impresionaron a los gobernantes paganos
e hicieron que el emperador romano Constantino adoptara la fe cristiana y la
proclamara como la religión oficial de su imperio. Los paganos en cuyo seno
vivían estos cristianos, no podían entender el amor y la devoción que se profesaban
entre sí, y el puro compañerismo y comunión que existían entre ellos.
En Cristo desaparecen los prejuicios
sociales y los odios de clases, y los hombres y las mujeres llegan a tener
conciencia de que están unidos en él. En algunas tierras de misiones he visto
trabajar, vivir y orar juntos como si fuesen hermanos de sangre, a miembros de
tribus y razas que se odian entre «í, como perros y víboras. He visto a judíos
amargados y árabes arrogantes en el norte de África, unidos en Cristo, disfrutar
de la santa comunión alrededor de la Mesa del Señor, y en la vida diaria. En mi
propio país he conocido a personas que durante años se han odiado, pero que
luego de convertidas han llegados a tener una amistad íntima.
La comunión
cristiana hasta franquea las barreras del lenguaje humano. En cierta ocasión un
creyente norteamericano en Londres se encontró con un creyente europeo, en uno
de los parques de la ciudad. Ambos estaban lejos de sus hogares, en una ciudad
extraña, y por ello se sentían bastante solos. Cuando se miraron, de alguna
manera entendieron que los dos eran cristianos, y este entendimiento mutuo
hizo que se acercaran entre sí. Uno de ellos, mirando al otro, exclamó:
“¡Aleluya!” y el otro le respondió con un sonoro: “¡Amén!”. Con sólo estas dos
palabras ambos se sintieron elevados y bendecidos por su contacto y su comunión.
Hay una ligadura común que ata entre sí a los corazones cristianos, y un
lenguaje común que va más allá de los vocabularios lingüísticos. T. J. Bach, el
bien conocido misionero y dirigente cristiano de actuación en los últimos cincuenta
años, desdoblando el vocablo inglés fellowship, que significa comunión, lo
dividía en sus dos elementos fellow (individuo) y ship (barco). Decía entonces
que la comunión, es dos individuos en un mismo barco. Están en el mar, lejos de
todo, y tienen que tener muchas cosas en común. Tienen que trabajar juntos,
hacer frente a los temporales juntos, y también compartir sus provisiones. Una
ruptura entre ellos sería algo trágico, y hasta desastroso. Satanás está muy
activo en nuestra época tratando de quebrar la comunión de los cristianos.
Procura hacerlo, interrumpiendo la comunión entre iglesias, denominaciones y
grupos, aún en aquellos casos en que estén unidos en la aceptación de las
verdades cardinales de la fe cristiana. Trata de hacerlo dentro de las
iglesias, entre los miembros. Procura hacerlo entre los dirigentes cristianos,
aún entre los grandes adalides de la iglesia. Trata de hacerlo entre obreros
cristianos, en la familia cristiana, en el hogar. Busca interrumpir la
comunión entre amigos cristianos. Siempre y en todas partes, está tratando de
echar a perder la comunión entre creyentes.
La comunión
interrumpida entre los hijos de Dios es una tragedia. Nuestro Salvador se
entristece cuando ella se produce, pues él oró que sus seguidores “todos sean
una cosa; como tú Oh Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean en
nosotros una cosa; para que el mundo crea” (Juan 17: 21). El Espíritu Santo
también se entristece, porque por él hemos sido bautizados en un cuerpo (1 Cor.
12: 13). En Efesios 4: 30-32 leemos: “Y no contristéis al Espíritu Santo de
Dios, con el cual estáis sellados para el día de la redención. Toda amargura,
y enojo, e ira, y voces y maledicencia sea quitada de vosotros, y toda malicia:
antes sed los unos con los otros benignos, misericordiosos, perdonándoos los
irnos a los otros, como también Dios os perdonó en Cristo.” El cristiano mismo
pierde el gozo del Señor cuando se quiebra la comunión con los demás hijos de
Dios. La oración es impedida. El testimonio es débil. Los no convertidos no
saben qué pensar. Nuestros hijos se encuentran desconcertados y a veces se
apartan. Así los estragos de Satanás producen víctimas tanto en la tierra como
en el cielo.
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