“… los creyentes
deben esperar ansiosamente como Salvador al Señor Jesús (Fil 3:20), no en el
nerviosismo febril de ciertos tesalonicenses (2 Ts 2:1,2; 3:6-12), ni la
nauseabunda tibieza de los laodicenses (Ap. 3:14-22), sino la activa fidelidad
de los de Esmirna (Ap. 2:8-11).” W. Hendriksen (citado
por Samuel Pérez Millo, Mateo, página 1702).
Blog correspondiente a la publicación mensual de la revista homónima. Aquí encontrará temas de edificación cristiana y de aprendizaje personal.
miércoles, 5 de septiembre de 2018
Roca de la eternidad
Augustus Toplady (1740-1778)
Trad. T.M. Westrop
Fuiste abierta para mí,
Sé mi escondedero fiel,
Paz encuentro solo en ti
Rico, limpio manantial,
En el cual lavado fui.
Aunque sea siempre fiel,
Aunque llore sin cesar,
Del pecado no podre
Justificación lograr
Sólo en ti teniendo fe,
Deuda tal podré pagar.
Mientras haya de vivir,
Y al instante de expirar,
Cuando vaya a responder
En tu augusto tribunal,
Sé mi escondedero fiel
Roca de la eternidad.
LA FE QUE HA SIDO UNA VEZ DADA A LOS SANTOS (Parte IV)
JUDAS 3
Una vez que estas cosas se confundieron, el bien fue sumergido, y todo
junto fue llevado por la corriente. Consideremos el caso de las vírgenes
prudentes y las insensatas; mientras duermen, todas pueden permanecer juntas, y
¿por qué no? Pero tan pronto como se levantan y arreglan sus lámparas, surge el
problema del aceite, y ya no andan más juntas. Y nosotros encontraremos lo
mismo. Vemos también que los tiempos de Josué eran tiempos de poder. Es verdad
que los israelitas pecaron en Jericó y fueron derrotados en Hai, pero en
general, fue un tiempo caracterizado por poder. Los enemigos fueron vencidos, y
grandes ciudades, tremendamente fortificadas, fueron tomadas; la fe lo venció
todo, y ése es un bendito cuadro del bien en medio del mal, y del poder que sigue
el bien y que abate a los enemigos. En Jueces ocurre lo contrario; el poder de
Dios estaba allí, pero el poder que se manifestó fue el del mal porque el
pueblo no fue fiel. En seguida llegaron a Boquim (Jueces 2:1-5), esto es,
lágrimas, lloro, mientras que en Josué habían ido a Gilgal, donde se había
efectuado la completa separación de Israel respecto del mundo; habían cruzado
el Jordán, lo que representó la muerte, y luego les fue quitado el oprobio de
Egipto. Pero el ángel de Jehová subió a Boquim. No dejó a Israel, pese a que
ellos se habían apartado de Gilgal. Se trataba de la gracia que los seguía. Y
en cuanto a nosotros, si no vamos a Gilgal, si no volvemos a la completa
humillación del yo en la presencia de Dios, no podremos salir en poder.
Si la comunión de un siervo con Dios no prevalece sobre su testimonio
a los hombres, caerá y fracasará. Le es imprescindible renovar sus
fuerzas. El gran secreto de la vida cristiana estriba en que nuestra comunión
con Dios haga nada de nosotros mismos. Sin embargo, Dios no abandonó a Israel,
y edificaron un altar a Jehová, pero lloraban junto al altar; no estaban en
triunfo, sino que, por el contrario, sus enemigos triunfaron continuamente
sobre ellos.
Luego Dios les envió jueces, y él estuvo con los jueces, aunque el
pueblo había perdido su lugar. Eso es lo que tenemos que considerar de la misma
manera. “Todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús” (Filipenses
2:21). ¿No fue eso perder su lugar? Yo no quiero decir que estos que menciona
el apóstol dejaron de ser la iglesia de Dios. Si no tomamos en cuenta esto,
nosotros también llegaremos a Boquim, el lugar de las lágrimas. El estado
entero de la iglesia de Dios tiene que ser juzgado; solamente la Cabeza es
quien no pierde jamás su poder, y hay una gracia adecuada para las condiciones
presentes también.
Lo primero que veo al principio de la historia de la iglesia es este
poder bendito que convierte 3000 almas en un día. Luego surgió la oposición; el
mundo los puso en la cárcel, pero Dios muestra Su poder contra eso, y no dudo
de que, si hoy fuésemos más fieles, Dios intervendría de una manera mucho más
notoria. Pero el poder del Espíritu de Dios estaba allí, y todos andaban en una
bendita unidad, mostrando ese poder, e incluso en medio del poder del mal,
aunque esa escena no podía cerrarse sin que, lamentablemente, encontremos el
mal obrando adentro, como lo vemos en Ananías y Safira. Ellos buscaron
reputación mediante el aparente, aunque falso, hecho de sacrificar sus bienes.
El Espíritu Santo estaba allí, y cayeron muertos, y vino gran temor sobre
todos, tanto dentro como fuera. Así pues, antes de cerrarse la
historia de las Escrituras, “es tiempo de que el juicio comience por la casa de
Dios” (1 Pedro 4:17). Esto es algo muy solemne que caracteriza el tiempo
presente hasta que Cristo venga, y luego Su poder quitará el mal, lo cual es
una cosa muy diferente.
Luego tenemos el testimonio de la Escritura acerca
del mal flagrante allí donde debía hallarse el bien: “En los postreros días
vendrán tiempos peligrosos; porque habrá hombres amadores de sí mismos” (2
Timoteo 3:1-2). En este pasaje, la iglesia profesante (porque de ella se
trata) es descripta en los mismos términos que los paganos al principio de
la epístola a los Romanos. Es una positiva declaración de que tales tiempos
habrían de venir, y de que el estado de cosas que había prevalecido en el
paganismo resurgiría. Luego dice que “los malos hombres y los engañadores irán
de mal en peor, engañando y siendo engañados” (2 Timoteo 3:13). Pero Pablo le
encarga a Timoteo que continúe en las cosas que había aprendido.
Algunos dicen ahora que la iglesia enseña estas
cosas, pero pregunto: ¿Quién? ¿La iglesia? ¿Qué quieren decir? Es algo
totalmente incierto, pues no hay ahora una persona inspirada en la iglesia para
enseñar. Tengo que acudir a Pablo y a Pedro, y entonces sabré de
quiénes aprendo. Como Pablo mismo dijo a los ancianos de Éfeso: “Os
encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia” (Hechos 20:32). Los malos
hombres y los engañadores habían ido de mal en peor, pero el apóstol dirige a
Timoteo a la certidumbre del conocimiento que había recibido de unas personas
específicas (los apóstoles). Y para nosotros hoy ─cuando no hay apóstoles─ se trata de “las Sagradas Escrituras, las
cuales te pueden hacer sabio para la salvación” (2 Timoteo 3:14-15). Tenemos
que aprender todo esto, cuando la iglesia profesante es algo juzgado, y que se
caracteriza por la mera “apariencia de piedad” (2 Timoteo 3:5). Creo que estos
son los hechos que los cristianos deben enfrentar. ¿No vemos acaso a hombres,
que una vez se llamaron cristianos, volviéndose atrás; tornándose incrédulos?
La mera formalidad se vuelve en abierta infidelidad
o en abierta superstición. Es notorio, hasta de manera pública, cómo están las
cosas. En esencia, el cristianismo es tal como Dios lo estableció; pero,
exteriormente, en lo que se ve alrededor de nosotros, ha desaparecido. Lo que
queremos es el cristianismo tal como se encuentra en la Palabra de Dios. De
hecho, no hay nada que temer; en cierto sentido, es un tiempo bendito si nos
encomendamos a Dios. Sólo que debemos mirar estas cosas con sencillez y
entereza.
UNA FE VERDADERA
Muchas cosas en este
mundo son falsas. En 1983 en EE. UU. las autoridades incautaron $23 millones en
dinero falso y casi 1,800 personas fueron procesadas por procurar pasar
billetes falsos.
Pero no son sólo los
criminales que tienen un monopolio de la falsedad. La Biblia dice que hay
muchos cristianos falsos. Aparentan tener fe, pero conocen muy poco de la fe en
Jesucristo, la única que salva.
La palabra “falso” tiene su origen en un
juego de timo en que una argolla de bronce se vendía con engaño por una de oro.
El apóstol Santiago habla en contra de lo
falso en el primer capítulo de su epístola. El ataca a La religión superficial
e hipócrita: Santiago 1:26-27.
UNA LENGUA FRENADA
La primera prueba de la verdadera fe es una
lengua bajo el control del Espíritu Santo.
Moisés, un siervo destacado de Jehová,
sufrió en una ocasión por su lengua no frenada. Cuando los israelitas en un
momento no tenían agua, le acusaron a Moisés de haberlos llevado al desierto
para morir. Sin dominio propio en este momento, Moisés gritó, "¡Oíd ahora,
rebeldes!" y en vez de hablar a la roca, la golpeó. Dios apaciguó la sed
del pueblo, pero por ese acto, Moisés no pudo entrar a la tierra prometida.
Recuerde al apóstol Juan. El también
experimentó problemas con su lengua. Cuando la gente de Samaria no quiso
recibir a Jesús, Juan y Jacobo se enojaron y querían que fuego descendiera del
cielo y los consumiera. Pero Jesús les reprochó y dijo, “El Hijo del Hombre no
ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas".
Normalmente Juan era estable, pero allí, su lengua “salió de su carril”. El
control de la lengua es una buena indicación de la madurez espiritual.
Aquí Santiago habla del aspecto positivo de
la "religión pura" en acción. La verdadera salvación se demuestra por
un corazón entendido: "Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus
tribulaciones". Santiago no pretende dar una definición completa de la
salvación aquí ni un plan para acción social. Simplemente sugiere cómo ilustrar
una fe genuina, como si dijera, "Si hay algo sustancial en sus
convicciones o realidad en su fe, entonces muestre amor y preocupación por los
que padecen necesidad.
Finalmente, como "hacedores de la
palabra", poseídos de una fe genuina y una religión pura, debemos tener
vidas santificadas. "La religión pura... es esta... guardarse sin mancha
del mundo". Una vez vi en un almacén un letrero que decía,
"Mercadería un poco manchada - precio rebajadísimo". El cristiano que
tiene la vida manchada por el pecado llega a ser de poco valor; su efectividad
queda muy reducida.
¿Cómo
podemos ser genuinos?
1) Recibir la Palabra de Dios diariamente.
2) Controlar la lengua, hablando la verdad
en amor.
3)
Cultivar un interés sincero hacia los necesitados.
4) Guardarnos sin mancha del mundo.
George Sweeting
Traducido con permiso
de "Moody Monthly"
Contendor por la fe,
1985
¿ERES TÚ BARRO EN LAS MANOS DE DIOS?
En Romanos 9:21
leemos: “¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la
misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?”
Ciertamente sabemos
cómo es la consistencia de la masa con la cual trabaja el alfarero: Es un barro
blando, flexible, que se deja moldear en todas las direcciones, con el cual
pueden ser formados los más diversos recipientes. ¿No nos hace pensar este barro
en nuestra propia vida, siendo que el hombre fue formado de tierra? Pues,
Génesis 2:7 dice: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra,
y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”. La masa
del alfarero es el barro blando y moldeable. A él se refiere Pablo. Aún no está
definido ni su contenido ni su forma. Pues todavía no está endurecido. Recién
cuando este proceso ha terminado y la cocción revela la verdadera calidad de la
vasija, se determina el uso final de la misma. Sucede así, también, en nuestra
vida. Todos nosotros somos barro en las manos del alfarero. Él quiere
moldearnos para que seamos vasos para honra. Para esto, sin embargo, Él
necesita nuestro consentimiento, pues la Biblia dice: “Dame, hijo mío, tu corazón,
y miren tus ojos por mis caminos” (Prov. 23:26). Si respondemos al pedido de
Dios y Le damos nuestro corazón y nuestra vida, Él puede moldearnos según Su
voluntad y hacer de nosotros vasos para honra. De esta manera, nos afirmaremos
y nuestras vidas serán para la gloria de Dios. La
Biblia dice: “Por lo
cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección;
porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás” (2 Pe. 1:10). Pero si rechazamos
las palabras de Dios y nos cerramos a Su ofrecimiento de salvación, sucederá lo
que leemos en Efesios 4:17-19: “Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya
no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente,
teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la
ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después
que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con
avidez toda clase de impureza”. Es nuestra decisión qué tipo de vasija queremos
ser. Si aceptamos la salvación que Dios nos ofrece, llegaremos a ser vasos de
honra. Pero si la rechazamos, seremos vasos de deshonra. ¡Nosotros tenemos que
decidirnos, hoy, en la vida actual! En el transcurso de nuestra vida ocurre un
proceso de endurecimiento - lenta pero continuamente, hasta el final de la
vida. Nos vamos transformando cada vez más en un vaso de honra o, al contrario,
en un vaso de deshonra. Los vasos de ira, los que no quieren hacerle caso a
Dios, van perdiendo cada vez más su sensibilidad espiritual. “Han perdido la
vergüenza, se han entregado totalmente a los vicios, y hacen toda clase de
indecencias", traduce la Biblia en Lenguaje Sencillo el versículo de
Efesios 4:19. Sin embargo, los vasos de honra afirman su llamado y elección.
Dios los llamó, y ellos se dejaron llamar. Han dicho “sí” a la invitación de
Dios. Y ahora Dios está formando sus vidas para que sean vasos de honra, de
santidad y de pureza, vasos en los cuales Dios mismo habite por Su Espíritu
Santo. Permíteme preguntarte: ¿Qué tipo de vaso eres tú? ¿Dejas que el barro de
tu vida se endurezca por el endurecimiento de tu corazón, transformándote así
en un vaso de deshonra? ¿O Le das tu corazón, toda tu vida, al Señor, para que
Él pueda hacer de ti un vaso para Su honra? Quiero terminar con las palabras de
Hebreos 3:7-8: “Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su
voz, no endurezcáis vuestros corazones”.
S.R.
Llamada de
Medianoche, agosto 2014
¿ES USTED CRISTIANO?
Al principio de nuestra
era (es decir, de la era cristiana), un emperador romano había contratado a un
arquitecto griego para que le construyera un anfiteatro que superara en
grandeza y amplitud a todos aquellos que existían en esa época. El ingenio de
este arquitecto concibió el famoso Coliseo de Roma.
El día de la
inauguración, el Coliseo estaba abarrotado de espectadores. El emperador en
persona presidía el acto y el arquitecto estaba sentado a su lado. La puerta
del circo se abrió para dejar pasar a un pequeño grupo de cristianos que
estaban dispuestos a morir antes que renegar de su Salvador. Cuando éstos aparecieron,
el emperador se levantó y dijo: «¡El Coliseo está terminado! Hoy estamos aquí
para festejar este acontecimiento y rendir homenaje al arquitecto que ha
construido este inmenso edificio. Vamos a celebrar el triunfo de su ingenio
consagrando a estos cristianos a los leones».
De repente, en medio
de los aplausos que se iban apagando, el arquitecto se puso de pie y gritó con
fuerza: «¡Yo también soy cristiano!»
Durante un instante,
los espectadores se callaron, sorprendidos, mudos de sorpresa, pero, de pronto,
a ese silencio impresionante le sucedió un impetuoso torrente de odio al que
nada habría podido contener. El arquitecto fue cogido y echado en la misma
arena en la que el noble grupo de cristianos esperaba la muerte.
Entonces la puerta
de la jaula se abrió lentamente y los leones hambrientos se abalanzaron a la
matanza. Así, este arquitecto griego prefirió morir con el pueblo de Dios antes
que gozar de los deleites temporales del pecado (véase Hebreos 11 :25-26), pues
tenía puesta la mirada en el galardón celestial (Cristo).
Amigo lector, ¿puede
usted decir: «Yo también soy cristiano?». Quizá responderá usted: «Oh, sí,
somos todos cristianos en nuestro país». Sentimos decirle que todos aquellos
que se dicen cristianos, muy a menudo no lo son más que de nombre.
Primeramente, un
auténtico cristiano es aquel que ha hecho la feliz experiencia del nuevo
nacimiento del cual habla la Biblia, es decir, que su vida y sus fines han
cambiado. Desde entonces sigue al Señor Jesucristo, su nuevo Maestro para todas
las cuestiones de su vida cotidiana.
En segundo lugar, un
cristiano es un ser humano que ha sido convencido de su culpabilidad y de su
estado de perdición ante Dios y que ha aceptado el perdón, ofrecido como
consecuencia de la muerte de Jesús. Ha encontrado en Jesús su Salvador y Señor.
Posee la seguridad de su salvación eterna. Obtiene su fuerza y su gozo mediante
la lectura cotidiana de la Biblia —la Palabra de Dios— y la oración, y su vida,
desde aquel momento, es dirigida por su nuevo Maestro: Jesús mismo.
Amigo lector, ¿puede
decir usted que es cristiano por fe en el amor de Cristo, quien se ofreció a sí
mismo para morir por usted a fin de rescatarle de su pecado? ¿Le ha entregado
usted su vida?
Si no fuera así, no
se contente con ser un cristiano sólo de nombre y con profesar una religión sin
haber "nacido de Dios" y haber sido verdaderamente cautivado por el
Salvador. Una religión, la obediencia a sus preceptos —incluso escrupulosamente
observados— no pueden asegurarle la salvación eterna. ¡Sólo Jesucristo salva —y
por la eternidad— a todos aquellos que se confían a Él!
Así sea usted un
«gran» pecador o, por el contrario, posea una sólida moralidad, en cualquier
caso, tiene necesidad del Salvador. Sin Jesús, está usted perdido.
La salvación sólo
está en Cristo, porque Jesús dijo: "Yo soy el camino, y la verdad, y la
vida; nadie viene al Padre, sino por mí" (Juan 14:6).
Le invitamos, pues,
a mirar a Jesús, a creer su Palabra y a recibirle como su Salvador personal, a
fin de que en todas las circunstancias sea capaz de decir valerosamente, como
aquel arquitecto griego: «¡Yo también soy cristiano!»
Creced, 1989
SALVACIÓN Y RECOMPENSA (Parte VI)
En 1 Pedro 5:1-4 leemos acerca de otra corona.
El que fue enviado especialmente a cuidar las ovejas del rebaño de Cristo,
escribe así:
“Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo
anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy
también participante de la gloria que será revelada: Apacentad la grey de Dios
que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino
voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como
teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de
la grey, y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la
corona incorruptible de gloria”.
Cada palabra de esta
exhortación conmovedora es importante, y debe ser considerado con cuidado.
Notamos primeramente
que aunque Pedro era uno de los principales apóstoles de nuestro Señor
Jesucristo, al cual fue dada una revelación especial y una misión particular,
él no reclamaba ningún lugar de autoridad sobre los demás siervos de Cristo. Él
era “anciano también con ellos” (v. 1).
Esto es, que él se describe como un “co-presbítero”, uno con los demás que
también eran presbíteros. ¡Si Pedro era el primer Papa, está claro que él no lo
sabía! No escribe como el “Santo Padre” a los que le están sujetos por
obligación, sino que exhorta a sus co-ancianos, siendo él mismo uno de su
compañía.
Es verdad que él había sido privilegiado
más que muchos o quizá todos ellos. Había conocido al Señor, había guardado
compañía con Él durante Su ministerio terrenal, y le había conocido también
después de Su resurrección. Le había visto morir, era testigo (no participante)
de Sus sufrimientos. Pronto compartiría con Él Su gloria.
Pedro recuerda las
palabras del Salvador resucitado, dichas aquella mañana lejana en la orilla
del mar: “Apacienta mis corderos...pastorea
mis ovejas” (Jn. 21:15-16). Ahora él pasa esta exhortación a sus hermanos
que están involucrados en la obra de ministrar al pueblo del Señor. Les dice: “Apacentad la grey”, no “tomad dinero
de la grey”. No hay nada más reprensible que pensar que una iglesia o asamblea
cristiana deba un sueldo a un predicador o maestro que les imparta la Palabra
de Dios. El que piensa en el ministerio como una de “las carreras profesionales”
y un mero medio de ganarse la vida, tiene pensamientos bajos. El verdadero
ministro de Cristo es un hombre que tiene el corazón de un pastor, que ama a la
grey y la cuida por causa de Aquel que la compró con Su sangre. Los hermanos
tienen una responsabilidad respecto a sus pastores, pero no de darles un
sueldo.
También debe notarse
que los ancianos no están puestos “sobre el rebaño”, aunque presiden en el
Señor a los hermanos. Se les dice:
“apacentad la grey de Dios que está entre vosotros”, El versículo 1
describe a los ancianos como “entre vosotros”, esto es, entre los demás
hermanos de la asamblea, no por encima de ellos como una nobleza o jerarquía.
Deben estar “entre” los hermanos de
la asamblea donde el Señor les ha puesto. No en otros lugares, sino allí está
su lugar de servicio al Príncipe de los pastores. Para esto les ha puesto allí.
Las palabras: “...el rebaño en el cual el
Espíritu Santo os ha puesto”, indican lo mismo, que Dios les ha puesto en
una asamblea particular para que allí sirvan diligentemente al Señor. Es verdad
que deben guiar a las ovejas, como leemos en Hebreos 13:17,
“Obedeced a vuestros
pastores (literalmente “a los que os guían), y sujetaos a ellos; porque ellos
velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con
alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso”
En la asamblea de
Dios, si las cosas van como deben, no habrá ni pretensión de clero, por un
lado, ni anarquía por el otro. La asamblea cristiana es una hermandad en la
cual cada uno debe estar pensando en los mejores intereses de los demás, y
donde puede ser ejercido libremente todos los dones dados por el que es la gran
Cabeza de la Iglesia, para la bendición de todos.
A algunos les es
dado en manera especial el servicio de sobreveedores. A éstos se les exhorta
que cuiden de los demás, no por obligación, sino voluntariamente. Esto quiere
decir que no lo hagan como una cosa desagradable que han sido obligados a
hacer, sino con gozo en el corazón, sirviendo por causa de Cristo. Y aquellos
que dedican todo su tiempo servir al Señor, ministrando la Palabra, aunque son
sostenidos por las ofrendas voluntarias y alegres de los santos (como al
Señor), no deben ser controlados por la codicia ni por deseos de ganancia
económica.
Los ancianos no deben enseñorearse sobre “la grey de Dios” que está a su cuidado.
No deben considerar a sus hermanos como posesión suya. No son suyos, ni tampoco
la iglesia es suya, sino que todo es del Señor.
Los hombres suelen usar expresiones como
“mi iglesia” (probablemente sin pensar), “mi congregación”, etc., pero esto
prácticamente niega y olvida que es Su iglesia, y la congregación del Señor.
Pero, aunque el Señor les haya llamado a ser ancianos y maestros de la
Palabra, la iglesia nunca viene a ser propiedad de ellos.
Ha sido señalado que
la frase “los que están a vuestro cuidado”
es una sola palabra en griego: “kleros”,
de donde sacamos la palabra “clero”. Entonces, paradójicamente, ¡los “laicos”
son el clero! Todo el pueblo de Dios es Su “clero”, como está escrito, que la
porción de Jehová es Su pueblo.
Entonces, qué cosa
más solemne es el enseñorearse de este pueblo. Y, por otro lado, cuán
agradecidos y receptivos debemos estar a aquellos que el Señor ha puesto para
apacentamos y cuidamos, los cuales son llamados no sólo a ministrar la Palabra,
sino también a ser ejemplos (modelos de comportamiento) a la grey.
Demasiadas veces los
siervos del Señor encuentran que su responsabilidad y servicio no es
agradecido. Sus labores frecuentemente no se valoran, y en estos casos deben
decir con Pablo “Y yo con el mayor placer
gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo, aunque amándoos más, sea (yo) amado menos” (2 Co. 12:15). Pero ¡viene
el día de la recompensa! Cuando aparezca el Príncipe de los pastores, una
corona de gloria le espera a cada siervo fiel que ha cuidado de Sus ovejas y
corderos en Su ausencia. La gloria de esta edad pasará, pero la corona de
gloria es incorruptible y eterna.
En esta vida, a
menudo el siervo fiel es llamado a sufrir reproche y vergüenza, a soportarlo
cuando hablan mal de su bien, cuando sospechan y critican sus motivos. Los
hombres le coronarían con espinas, como cruelmente le hicieron al Buen Pastor,
pero como Él ahora '‘está coronado de
gloria y de honra” (He. 2:9), así será en aquel día para los que le siguen.
“Ve,
trabaja, gasta y sé gastado,
Tu
gozo es hacer la voluntad del Maestro,
Así
anduvo el Salvador,
¿No
deben los salvados también así andar?”
Entonces, cuando sea
llamado a Su tribunal para rendir cuentas acerca de las almas entregadas a su
cuidado, el verdadero siervo-pastor se regocijará al escuchar estas palabras:
“Está bien, buen siervo...entra en el gozo de tu señor”. Entonces la corona
incorruptible de gloria adornará la cabeza que muchas veces tenía dolores por
la ingratitud y la falta de comprensión en esta vida, y el resplandor eterno de
aquel laurel de gratitud divina cubrirá la cabeza que antes se cansaba en el
servicio.
MEDITACIÓN
“Aquel... predica la fe que en
otro tiempo asolaba” (Gálatas 1:23).
Después
que se convirtió Saulo de Tarso, las iglesias de Judea oyeron que este
archi-perseguidor de la fe cristiana se había vuelto un ardiente predicador y
defensor de la fe. Éste resultó ser un cambio notable.
En
tiempos más recientes, ha habido incidentes espectaculares donde los hombres
han cambiado radicalmente de modo similar al de Pablo.
Lord Littleton y Gilbert West decidieron en común
derribar la fe de aquellos que defendían la Biblia. Littleton refutaría los
datos de la conversión de Saulo, mientras que West probaría de manera
contundente que la resurrección de Cristo era tan sólo un mito. “Ambos
reconocieron que no sabían mucho de la historia bíblica, pero decidieron:
“Vamos a ser honestos, debemos al menos estudiar la evidencia. A menudo
conversaban durante su trabajo sobre los temas que traían entre manos. En una
de estas conversaciones Littleton le abrió el corazón a su amigo y confesó que
comenzaba a sentir que había algo en los relatos”. El otro replicó que había
sido sacudido por los resultados de su estudio. Finalmente, cuando los libros
estuvieron terminados, se reunieron los dos autores y encontraron que cada uno
de ellos, en lugar de escribir en contra, había producido libros a favor de los
temas que se habían propuesto ridiculizar. Estuvieron de acuerdo en que después
de investigar toda la evidencia como expertos legales, no podían honestamente
sino aceptar que el registro bíblico establecía como ciertos ambos temas”
(Frederick P. Wood). El libro de Lord Littleton llevó por título La Conversión
de San Pablo y el de West La Resurrección de Jesucristo. El incrédulo Robert C.
Ingersoll desafió a Lew Wallace, un agnóstico a escribir un libro que mostrara
la falsedad del registro con respecto a Jesucristo. Wallace empleó años
investigando el tema, con gran pesar de su esposa, que era metodista. Comenzó a
escribir, y cuando había terminado casi cuatro capítulos, se dio cuenta de que
los registros referidos a Jesucristo eran ciertos. Cayó sobre sus rodillas en
arrepentimiento y confió en Cristo como Señor y Salvador. Más tarde escribió el
libro Ben Hur, donde presenta a Cristo como el divino Hijo de Dios.
Frank Morison deseaba escribir una historia con relación a Cristo, pero ya que no creía en los milagros, decidió limitarse a los siete días que conducían a la crucifixión. Sin embargo, a medida que estudiaba los registros bíblicos, extendió el tema hasta la resurrección. Convencido ahora de que Cristo había resucitado verdaderamente, le recibió como su Salvador y escribió el libro ¿Quién Movió la Piedra? cuyo primer capítulo se titula El Libro que se Negó a Dejarse Escribir.
Frank Morison deseaba escribir una historia con relación a Cristo, pero ya que no creía en los milagros, decidió limitarse a los siete días que conducían a la crucifixión. Sin embargo, a medida que estudiaba los registros bíblicos, extendió el tema hasta la resurrección. Convencido ahora de que Cristo había resucitado verdaderamente, le recibió como su Salvador y escribió el libro ¿Quién Movió la Piedra? cuyo primer capítulo se titula El Libro que se Negó a Dejarse Escribir.
La Biblia es viva y eficaz, y más cortante que toda
espada de dos filos. Ella misma es su mejor confirmación. Aquellos que la
atacan y ridiculizan deben afrontar la posibilidad de que algún día crean en
ella y vengan a ser sus defensores más devotos.
"EL AUTOR Y CONSUMADOR DE LA FE"
Preguntas: ¿Cuál es el
significado de "el autor y consumador de la fe"? (Hebreos 12:2). ¿Hay
alguna diferencia, y cuál es, si es que hay alguna, entre las palabras "Fe
de Cristo" o "del Hijo de Dios" y "Fe en Cristo Jesús?
¿Tiene 1ª. Pedro 1:21 alguna relación con este tema?
Respuesta: Se habla aquí
(Hebreos 12:2) del Señor como Aquel que había corrido toda la carrera de la fe
como un Hombre en la tierra, hasta que Él se sentó a la diestra del trono de
Dios. La nube de testigos del capítulo 11 de la epístola a los Hebreos podía
llenar el pequeño sitio de ellos en la carrera de la fe, y ser un estímulo para
aquellos que estaban llamados a andar en el mismo principio; pero hubo Uno que
había andado todo el recorrido, desde el principio hasta el final del camino.
Si los padres habían confiado en Dios y fueron libertados, Él clamó y no fue
oído. Todo — incluso la copa de la ira — debía ser vaciada hasta el fondo antes
de que llegase la respuesta. Él esperó a los que le podían consolar, y no halló
ninguno — Sus amigos traicionan — Sus discípulos huyen; Pedro le niega;
Abandonado por Dios, porque fue hecho pecado, Él camina con paso resuelto la
senda de fe, mirando hacia adelante al gozo que estaba puesto delante de Él,
hasta que se sentó en lo alto—como el 'Capitán', o el 'líder', o "el
consumador de la fe." Nosotros Le contemplamos con determinación y no sólo
somos alentados, como por los otros testigos, sino que somos sustentados y
fortalecidos en la carrera que está puesta delante de nosotros. Al contemplarle
a Él, el hombre nuevo está en vigor y actividad, y los pesos y los pecados que
acosan se dejan a un lado con facilidad.
"Autor" en este pasaje, es la
misma palabra traducida como "Capitán" en Hebreos 2:10 (KJV1769) y
como "Príncipe" en Hechos 3:15 (NTPESH) y 5:31 (RVR60).
Con respecto a la pregunta: ¿Hay alguna
diferencia, y cuál es, si es que hay alguna, entre las palabras "Fe de
Cristo" o "del Hijo de Dios" y "Fe en Cristo Jesús?
Respondo que las expresiones son sustancialmente las mismas. Hay, sin embargo,
un bello matiz de diferencia. En Gálatas 2: 16, 20, tenemos la manera
característica por la cual somos justificados, y por la cual vivimos —
a saber, 'sobre el principio de la fe' siendo Cristo el objeto de ella — en
contraste con "las obras de la ley." De modo que nosotros vivimos por
"fe" en el "Hijo de Dios", como el objeto y motivo y
manantial de nuestra vida.
En Gálatas 3: 2, 6 — La "fe"
es aquí el objeto del argumento del apóstol, en contraste con
"la ley" — siendo Cristo Aquel que es el objeto de esta fe.
Por último, 1ª. Pedro 1:21 no tiene relación alguna con este tema.
F. G. Patterson
Traducido del Inglés por: B.R.C.O.
EL CAMINO HACIA LA GLORIA (Parte III)
LA SALVACIÓN POR LA
FE
¿A
quién le es ofrecida esta gracia? Al pecador perdido. Si lo es al pecador
perdido, lo es a todos, puesto que todos somos pecadores. “Los que están sanos
no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a
justos, sino a pecadores al arrepentimiento”, dijo Jesús (Lucas 5:3132).
Si usted no está convencido de su culpabilidad ante Dios, si no está
horrorizado ante la perspectiva del juicio por venir, está rechazando ese
mensaje como si no le fuese dirigido.
Quizá
piensa usted que no tiene ninguna necesidad. No podemos más que advertirle de
forma apremiante que su camino de propia justicia le conduce a la perdición.
Póngase, pues, a la luz de Dios y véase tal como es. Cambie de dirección,
arrepiéntase mientras aún hay tiempo.
Pero
si usted acepta el veredicto de Dios en el sentido de que está usted muerto en
sus delitos y pecados (Efesios 2:1), apartado de la fuente de vida, entonces
escuche también su proclamación de gracia.
«¿Y qué debo hacer -preguntará usted- para
obtener su perdón?» ¿Qué hacer? Nada. No podemos hacer nada; sólo tenemos que
creer. La gracia es un don libre que no requiere nada a cambio (Romanos 4:3-5).
«Hacer» es el vocablo del hombre orgulloso, quien no quiere convenir en que su
incapacidad es total y querría añadir algo de él mismo a la obra perfecta de
Dios. «Creer» es, por el contrario, el vocablo de Dios, quien repite
incansablemente: «¡Cree! ¡Cree solamente!».
-
“Cree
en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31).
-
“Si
confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios
le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para
justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:910).
-
“El
que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Juan 3:36).
-
“Por
medio de él (Jesús) se os anuncia perdón de pecados, y que de todo aquello de
que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado
todo aquel que cree” (Hechos 13:38-39).
-
“Concluimos,
pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Romanos
3:28).
-
“Sabiendo
que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de
Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados
por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de
la ley nadie será justificado” (Gálatas 2:16).
-
“Porque
por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no (proviene) de vosotros,
pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).
-
“Justificados,
pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo” (Romanos 5:1).
Jesús
mismo afirma:
-
“De
cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene
vida eterna; y no vendrá a condenación, más ha pasado de muerte a vida” (Juan
5:24).
-
“De
cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna” (Juan 6:47).
-
“Y
esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y
cree en él, tenga vida eterna” (Juan 6:40).
Tal
es la simplicidad del Evangelio, el que es “poder de Dios para salvación a todo
aquel que cree” (Romanos 1:16).
¿Tiene
usted todavía algunas dudas? Escuche la conclusión que el apóstol Juan da a su
evangelio: “Pero éstas” -todas las cosas que Jesús ha hecho y dicho- “se han
escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que
creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31); y aquella que da a su
epístola: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del
Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Juan 5:13).
Evidentemente,
creer en Jesús, creer “en su Nombre”, no es solamente tener por verdadero que
vivió en la tierra, que murió en la cruz, y admitir el pensamiento general de
que ello fue para salvación del mundo; es poner en él toda su confianza; es
apropiarse para sí mismo lo que él es y lo que hizo; es aplicar a su propia
condición de pecador perdido el valor de Su sacrificio, la virtud de su sangre vertida.
¿Qué
precio tienen, para el alma sedienta de perdón, las declaraciones tan claras de
la Palabra respecto a la eficacia de la sangre de Cristo?
-
“La
sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).
-
En
Jesucristo, el Amado, “tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados
según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7).
-
“Fuisteis
rescatados... con la sangre preciosa de Cristo” (1 Pedro 1:18, 19).
-
“La
sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin
mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas” (Hebreos 9:14).
La
sangre vertida es la vida quitada, es la muerte. La virtud de la sangre de
Cristo, la eficacia de su muerte es ésta: por su sangre somos purificados de
todo pecado, justificados, redimidos. Es la parte segura de todos aquellos que
creen; “siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención
que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe
en su sangre” (Romanos 3:24, 25).
Ojalá
pueda usted unir de todo corazón su voz al himno de todos los redimidos: “Al
que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre. A él sea gloria e
imperio por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 1:5, 6).
VIDA DE AMOR (Parte IX)
VICTORIA DEL AMOR (continuación)
Esto trae a la luz otra verdad, a saber, que
tan sólo el carácter cristiano permanece. Los dones son de la esencia del
carácter, pero se afirma que nada permanece como la fe, la esperanza y el amor.
Debemos creer que estos tres son, en cierto sentido, una descripción completa
de nuestro estado perdurable. En este versículo Pablo ha hallado una fórmula
absolutamente completa y satisfactoria para el carácter cristiano “la fe, la
esperanza y el amor”, con el amor en el lugar del honor. ¿No es esto la
síntesis del cristianismo? Lo que significaban las virtudes cardinales,
justicia, virtud, prudencia y templanza, para la antigüedad pagana; lo que la
libertad, igualdad y fraternidad significaban para los revolucionarios
franceses; lo que los derechos del hombre significaban para los fundadores de
la República Norteamericana; lo que los tres grados en la ascensión espiritual,
purificación, iluminación, unión con Dios, han significado para los místicos de
todas las edades y naciones; también han significado y significan la fe, la
esperanza y el amor para todos los Cristianos. La imitación de Cristo
significa la vida de fe, la vida de esperanza y la vida de amor.
La fe, la esperanza y el amor perdurarán
después que todas las otras cosas hayan pasado. A las puertas de la muerte
dejaremos para siempre todas las otras armas de las cuales Dios nos ha provisto
para combatir por El, los dones y todas las demás capacidades para el servicio,
pero llevaremos a través de esas puertas el carácter moral y espiritual que la
lucha de la vida ha desarrollado en nosotros, y los tres elementos
constitutivos del carácter cristiano son la fe, la esperanza y el amor. Pero el
amor recibe una corona eterna; pues él es esperanza y virtud de fe, el que
todo lo espera, todo lo soporta, todo lo cree.
Ahora nos volveremos a la última gran verdad
de este pasaje. Hemos considerado la excelencia y la permanencia de las tres
virtudes; la tercera es que “el mayor de
ellos es el amor”
Tenemos en este capítulo grados de valor;
algunos dones son más grandes que otros. La fe, la esperanza y el amor son más
grandes que los dones; y el amor es más grande que la fe y la esperanza. Pablo
no dice que de estos tres el amor es más durable; no lo es, porque todos los
tres permanecen, pero el amor es el mayor, no tan solo más grande que las cosas
pasajeras, pero también el mayor de las cosas permanentes; no tan sólo la cosa
más grande en la tierra, pero también la cosa más grande en la eternidad. Y
naturalmente preguntamos ¿en qué es el amor más grande que la fe y la
esperanza? En tres aspectos, por lo menos. Primero, porque mientras la fe y la
esperanza son medios para alcanzar un fin, el amor es un fin en sí mismo. La fe
y la esperanza son medios para el logro, pero el amor es lo que se ha logrado.
La fe y la esperanza pertenecen a la carrera, pero el amor es el premio. No
podemos descansar en la fe y la esperanza, sin ser menguadas, porque si eso
fuera posible nuestra vista estaría puesta en el medio y no en el fin. Pero
podemos y debemos descansar en el amor, pues en esto Dios mismo descansa.
Pero hay otra razón, porque contrariamente a
la fe y la esperanza, el amor es sacrificante. No ejercemos y no podemos
ejercer la fe y la esperanza eficazmente para otros, sino tan solo para
nosotros mismos. Sin duda, por medio de la fe y la esperanza ejercemos una
influencia más allá de nosotros mismos individualmente, pero son principalmente
para nosotros. Nuestra fe y esperanza en Dios nos traen provecho espiritual,
pero el amor es para otros. Nosotros mismos lo necesitamos, pero lo obtenemos
y lo conservamos tan sólo en la medida que lo damos. No podemos dar a otros
nuestra fe y esperanza, pero podemos darles nuestro amor. Por esta razón
también el amor es supremo.
Pero hay otra razón, a saber, que la fe y la
esperanza no son de la esencia divina; el amor lo es. No podéis describir a
Dios en términos de fe y esperanza. Dios, el que todo lo sabe, no cree; y Dios,
el que todo lo posee, no espera. Pero podéis describir a Dios en términos de
amor — “Dios es amor”. La fe y la esperanza son algo para poseer, pero el amor
es algo para ser. La fe trae la vida, la esperanza se extiende hacia la
plenitud de la vida, pero el amor es vida. El amar es comprender el último
significado de la vida y alcanzar su último arbitrio. El amor es la palabra
clave de toda religión. No hay nada en todo el credo cristiano que no pueda ser
interpretado por medio de él y en términos de él. Ninguno habrá leído bien la
Palabra de Dios al mundo en la carrera de Cristo Su Hijo hasta que sepa y
sienta que su mensaje es que el amor es supremo.
Esta canción de amor es, pues, literatura
perdurable y también verdad inmortal, y se resume en esto: “Cualquiera que ama
es nacido de Dios” — si amamos, Dios permanece en nosotros — “El que vive en
amor, vive en Dios, y Dios en él”. Por lo tanto, amemos.
Una palabra final: en el cp. XIV. 1, una
norma es prescrita. Es una lástima que la exhortación está separada del
capítulo principal. Le pertenece esencialmente. Después de aquel cántico de
amor, el inspirado apóstol dice, “Seguid el amor”. Si se pregunta por qué
debemos hacerlo, todo el capítulo XIII es la respuesta. Debemos seguir el amor
porque el poseer amor, aun cuando no sea acompañado por dones, es el bien
supremo. Debemos seguir el amor porque, aunque todos los dones deben cesar,
el amor permanece. Y debemos seguir el amor porque, aun de aquellas cosas que
son permanentes, el amor es el mayor.
Y si se pregunta ¿Cómo podemos seguir el
amor? la única contestación es, practicándolo. Si preguntáis, ¿Cómo podemos
practicar un amor como éste? se nos recuerda que el amor de Dios es derramado
en nuestros corazones por el Espíritu Santo. Alguien dijo, “Pero este tema de
amor no es el mensaje de Keswick”. ¡Dios tenga misericordia de Keswick, si eso
es cierto! “El amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo” — eso nos trae nuevamente al mismo centro de todas las cosas, la
manifestación de Dios en Cristo y el engendrar de la semejanza de Cristo en el
alma humana por el Espíritu Santo, y Su obra suprema es la de derramar este
amor en nuestros corazones, para que con él amemos a Dios, nuestro Creador,
Redentor, Salvador y Soberano, y unos a otros.
Permitidme terminar con una narración
sencilla. Mi amigo, Samuel Chadwick, ahora en la presencia del Señor, contó
esta historia.
Un día, en la
estación de Leeds, entré en la sala de espera. Había un hombre en la sala, que
estaba recostado contra la repisa y parecía estar afligido. Samuel Chadwick se
acercó a él y, observando que estaba llorando, le dijo: “Mi amigo ¿ha sufrido
usted alguna desgracia?” Le contestó, “No precisamente”. “¿Qué le pasa?”
“Bueno”, dijo, “mi hermano y yo habíamos ahorrado un poco de dinero y
decidimos emprender una pequeña industria, así que fuimos a lo de Crossley y
compramos un motor a gas y lo instalamos en nuestro establecimiento. Después
de trabajar unos dos años hallamos que estábamos perdiendo dinero; el motor no
era bastante potente para el trabajo, así que decidimos volver a la casa y
explicarles la situación. Contamos a la persona que nos atendió lo que sucedía
— estábamos perdiendo dinero, el motor no era bastante potente. ¿Qué se podía
hacer?”
“¿Recibieron el
motor que pidieron, no es así? “Sí” “Temo que no podemos hacer nada más”.
Salieron del escritorio y de paso se
encontraron con Francisco Crossley. Se dirigieron a él y le contaron lo que
sucedía. Les llevó de nuevo a su escritorio, obtuvo todos los detalles, luego
dijo, “Ahora bien, colocaré un motor en su establecimiento adecuado para el
propósito, y si me hacen saber lo que han perdido con ese motor inadecuado
durante estos dos años, se lo reembolsaré” Y el hombre lloró otra vez. Dijo,
“Señor, hoy he visto a un hombre que es semejante a su Jesucristo, y me ha
conmovido”.
“Carísimos,
amemos”.
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