¿Es usted
curioso? En este artículo vamos a descubrir las implicaciones y grandes
consecuencias que puede tener en la vida de cualquier persona esta facultad
humana con la que todos nacemos y ejercemos a diario. De los infinitos ejemplos
en los que podríamos fijarnos tomaré uno muy sencillo que encontramos en la
Biblia, en el evangelio de Juan 13:36 y que tiene que ver con una simple
pregunta del apóstol Pedro a Jesús. “Señor, ¿A dónde vas?”. El contexto es el
de la celebración de la última cena en el aposento alto y el discurso de Jesús
a sus apóstoles antes de que fuera entregado esa misma noche por Judas.
Un triple anuncio en boca de Jesús
iba a producir una tremenda turbación en el pequeño y amado grupo de
seguidores. El primero fue el anuncio mismo de la traición de uno de ellos,
¡nada más y nada menos! El segundo y que trajo mayor conmoción sin duda fue el
anuncio de la partida del propio Jesús, abandonando aparentemente a sus
discípulos. Y el tercero, no menos sorprendente, el de la triple negación de
Pedro al cantar el gallo. En ese estado de nervios propio de la situación que
estaban viviendo fue en el que se dirigió Pedro a Jesús inquiriendo por su
partida: “Señor ¿a dónde vas? Ahora bien. ¿Alabaremos a Pedro por su
curiosidad? ¿Por interesarse en cuanto al enigmático destino al que se dirige
su Maestro? Ciertamente su reacción es la propia de un corazón genuinamente
interesado por el acontecer de un ser querido. Como la del niño que ve a su
papá ponerse el abrigo para salir de casa y deseoso de seguir en su compañía y
le pregunta a dónde va, ¿acaso piensa marcharse sin él? ¿es que no puede
acompañarle como siempre que sale a pasear? El caso de Pedro nos invitará, como
veremos, a reflexionar acerca de la buena y la mala curiosidad. Siendo, como
hemos dicho, la curiosidad una potencia innata del alma que nos impulsa a
conocer, aprender, investigar y experimentar la vida que vivimos, debemos no
obstante estar muy alerta en cuanto a la curiosidad misma pues no siempre es
buena. La curiosidad es mala cuando guiada por la concupiscencia nos conduce a
lo prohibido por Dios. Siendo bueno el afán por conocer y saber y experimentar,
éste se vuelve extremadamente nocivo cuando se dirige a lo que Dios ha
prohibido en su Palabra. La historia bíblica está repleta de ejemplos al
respecto. Desde el mismo Edén y el fruto apetecible a los ojos de Eva, pasando
por la mujer de Lot y su mirada prohibida, como sin duda fue la del rey David
sobre Betsabé con sus desastrosas consecuencias. Y qué decir de uno de los pecados
capitales de Israel en cuanto al “Ocultismo” prohibido por Jehová. Pero también
el Nuevo Testamento advierte sobre toda curiosidad dirigida a experimentar lo
prohibido por Dios como por ejemplo la inclinación perversa a probar nuevos
tipos de relaciones sexuales, abandonando el uso natural señalado por Dios.
En la actualidad serían también
incontables las situaciones en que nos vemos envueltos, cada día, por esta mala
curiosidad. Nos acecha en todo lugar, por dentro y por fuera de nosotros
mismos, por la televisión, el cine, las conversaciones, las amistades, las
lecturas, etc. En su obra autobiográfica “Las Confesiones”, Agustín de Hipona dedica parte del libro X a uno
de los que fue su mayor problema: La tentación de la curiosidad. Hoy, el
Areópago se ha globalizado y el deseo por “decir o en oír algo nuevo” es
nuestro pan diario. Nuestra sociedad está siendo educada en la más crasa
permisividad y miran con recelo a cualquiera que interponga un “pero” o una
prohibición a la libertad que tiene todo individuo -niños y jóvenes incluidos-
a probarlo todo, experimentarlo todo. No existe ley por encima del derecho
personal a decidir lo que uno puede o no hacer, dicen. Y así le va a la
sociedad.
Pero ni siquiera Dios tiene tamaña
libertad, de hacer o experimentar cualquier cosa, ya que él mismo se ciñe a su
propio carácter santo por lo que nunca cometerá pecado ni experimentará con la
tentación del mal. (Santiago 1:13). Tampoco el creyente debe curiosearlo todo
pues si bien es cierto que en Cristo ahora todas las cosas le son lícitas, no
todas convienen (1a Corintios 6:12). Esta enseñanza debe volver a
enfatizarse en la Iglesia y en especial dentro de la propia familia cristiana
cuando los hijos reclaman derechos y libertades que están en clara oposición
con los mandamientos de Dios. Sólo la Palabra de Dios es la regla única de fe y
conducta para el verdadero creyente.
“Señor ¿a dónde vas?”. Sí, Pedro,
hay una buena curiosidad, la que está movida por el amor a Dios y busca hacer
su voluntad. Bienaventurado tal varón (Salmo 1) que en la ley del Señor está su
delicia y en ella medita... día y noche. El interés de saber más de Dios para
honrarle como se debe. El afán de escudriñar las Escrituras para entenderle
mejor. El esfuerzo por experimentar más de Cristo por medio de la oración y el
ayuno, etc. Alábese por tanto “en esto el que se hubiere de alabar: en
entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago
misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice
Jehová (Jeremías 9:24).
Por supuesto que hay una buena
curiosidad en todas las áreas de la vida, en todos los campos del conocimiento.
Dios nos ha dotado de esta capacidad para su gloria. En Éxodo 31 leemos: “Mira,
yo he llamado por nombre a Bezaleel hijo de Uri, hijo de Hur, de la tribu de
Judá; y lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en
ciencia y en todo arte, para inventar diseños...” (Ex.31:2-4) Pero aun siendo buena la curiosidad hemos
de aprender a hacer un buen uso de la misma y no dejarnos dominar por ella. Aún
la buena curiosidad puede apartarnos de lo que es mejor para nosotros. Si vas
conduciendo y ocurre un accidente a tu izquierda, la buena curiosidad por ver
lo ocurrido para echar una mano y ayudar a socorrer puede desviar tu atención
de tu propio volante y lo que tienes delante para sufrir tu propio accidente.
En el caso que nos ocupa, la
curiosidad de Pedro por saber a dónde va su Señor le ofusca y pasa por alto las
palabras más importantes que Jesús acaba de darles. Es cierto que anuncia su
marcha (Jn. 13:33) pero inmediatamente les da el mandamiento de amarse los unos
a los otros como él los ha amado
(Jn. 13:34). Mandamiento que obvia Pedro, en ese instante, obsesionado por la
curiosidad del destino de su querido Maestro. La aplicación aquí es clara para
nosotros. La curiosidad particular que podemos sentir hacia ciertos temas
oscuros o insondables de la biblia (Decretos de Dios, Escatología, etc.) nos pueden distraer o
apartar de aquellos mandamientos claramente revelados en la misma y que son
“para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las
palabras de esta ley” (Deuteronomio 29:29).
Carlos Rodríguez
En la calle Recta, N° 265, diciembre 2019
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