El
Señor, en su bondad, su sabiduría y su fidelidad, condujo a su siervo Moisés,
aparte al desierto por cuarenta años, lejos de la mirada y pensamiento de los hombres,
para educarlo bajo su dirección inmediata. Moisés tenía necesidad de ello.
Aunque había sido enseñado en ‘‘toda la sabiduría de los egipcios” (Hch. 7: 22),
todo esto no le hacía apto para el servicio dé Dios. Podía haber tomado sus
títulos en la escuela de los hombres y salir con vastos conocimientos, y el
corazón lleno de orgullo y vanidad, sin haber aprendido aun el A, B, C, en la
escuela da Dios. Es necesario que aquel que Dios quiere emplear en su servicio
esté dotado de cualidades bien diferentes, que sólo se adquieren en el santo
retiro de la presencia de Dios.
La mano del hombre es inhábil para
formar un “vaso para honra, santificado, y útil para los usos (2 Timoteo 2.21.)
En Génesis 46:34, vemos que los egipcios abominan todo pastor de ovejas”; sin embargo, Moisés que estaba
instruido “en toda la sabiduría de los egipcios” es trasladado de la corte
real, a una montaña “‘detrás del desierto”, para apacentar un rebaño de ovejas
y prepararse para el servicio de Dios.
Ver a un tal hombre, tan bien dotado e instruido, ser llamado a abandonar
su alta posición para ir a hacer cosa tan insignificante y humilde, es
incomprensible para el hombre, algo que humilla su orgullo y gloria hasta el
polvo, manifestando a todos que las ventajas humanas tienen poco valor delante
de Dios y que son consideradas como "estiércol” por Dios mismo y por los que
han aprendido en su escuela. (Fil. 3.3-15; He. 11.23-27)
Haga Dios que tú, querido lector,
puedas conocer por tu propia experiencia lo que significa estar “detrás del
desierto”, en ese lugar santo, donde la humana naturaleza es abajada hasta el
polvo, y donde Dios es enaltecido. El tumulto aturdidor, la agitación y la confusión de Egipto, no penetran
en ese lugar retirado; no se oye el ruido del mundo comercial o social; la
tentación de la gloria mundana, desaparece; la adulación de los hombres no
envanece, ni sus censuras desaniman, Allí el “YO” está estimado en su justo
valor. “Despertaráme de mañana oído, para que oiga como los sabios” (Is. 50,4).
Es necesario que el oído esté abierto y la lengua refrenada (Stg. 1.19),
ciencia en la cual Moisés hizo grande progreso “detrás del desierto”.
Todo
aquel que esté dispuesto a escoger “antes ser afligido con el pueblo de Dios,
que gozar de comodidades temporales de pecado” (He. 11:23-27), puede aprender
en la misma escuela.
“La
santidad conviene a tu casa, oh Jehová” (Sal. 93.5). La santidad y la gracia
son elementos que se hallan siempre, como sabemos, en todas las obras y
revelaciones de Dios, caracterizándolas de una manera especial; y así debieran
caracterizar igualmente la vida de todos aquellos que, de una manera u otra,
trabajan para el Señor. Todo siervo fiel es enviado desde la presencia
inmediata de Dios (como lo fue Moisés), con toda la gracia y santidad que moran
allí. Él es llamado a ser santo y lleno de gracia, para reflejar en el mundo
ese doble rasgo del carácter de Dios, y para esto, no es solamente necesario
que venga de su presencia, sino que permanezca en ella, permanezca en espíritu
habitualmente en ella. Este es el verdadero secreto de un servicio eficaz; para
poder trabajar PARA Dios exteriormente, es preciso estar CON ÉL
interiormente, de otra manera el servicio será un fracaso.
Si perdemos esta santa disposición de espíritu, representada aquí por
“los pies descalzos”, nuestro servicio será, bien pronto, insípido y sin
provecho. No podemos servir a Cristo de una manera eficaz, sino en la medida
que gozamos de Él. Cuando el corazón se ocupa de las perfecciones que nos
atraen poderosamente hacia Él, nuestras manos le sirven de la manera más
agradable a Él, y más digna de su nombre. De modo que nadie puede presentar a
Cristo delante de las almas a menos que él mismo no se nutra de Cristo en lo
íntimo de su ser.
Podrá, ciertamente, predicar un sermón, hacer un
discurso, orar, escribir y cumplir desde el principio al fin todos los actos
exteriores de un siervo; pero con sólo esto no sirve a Cristo ni produce fruto
para El.
El verdadero siervo debe ocuparse más del Maestro y de su gloria que de
la obra que él mismo hace y de sus resultados.
“Sed templados y velad” 1P.
5.8.
“Detrás del desierto” es un aire muy
saludable para todo siervo de Cristo. Fue en la soledad, de en medio de la zarza
ardiendo, que salió el mensaje divino resonando en los oídos del servidor
dispuesto: “Ven por tanto ahora, y enviarte he”; “Yo seré contigo”. Cuando Dios
dice estas palabras al siervo, está abundantemente provisto de autoridad y de
potencia divina. para ir a donde Dios Te envíe.
Contendor
por la Fe, N°51-52, 1944.
No hay comentarios:
Publicar un comentario