lunes, 9 de marzo de 2020

LA ESCUELA DE DIOS

El Señor, en su bondad, su sabiduría y su fideli­dad, condujo a su siervo Moisés, aparte al desierto por cuarenta años, lejos de la mirada y pensamiento de los hombres, para educarlo bajo su dirección inmediata. Moisés tenía necesidad de ello. Aunque había sido enseñado en ‘‘toda la sabiduría de los egipcios” (Hch. 7: 22), todo esto no le hacía apto para el servicio dé Dios. Podía haber tomado sus títulos en la escuela de los hombres y salir con vastos conocimientos, y el corazón lleno de orgullo y vanidad, sin haber apren­dido aun el A, B, C, en la escuela da Dios. Es necesario que aquel que Dios quiere emplear en su servicio esté dotado de cualidades bien diferentes, que sólo se adquieren en el santo retiro de la presencia de Dios.
            La mano del hombre es inhábil para formar un “vaso para honra, santificado, y útil para los usos (2 Timoteo 2.21.) En Génesis 46:34, vemos que los egipcios abominan todo pastor de ovejas”; sin embargo, Moisés que estaba instruido “en toda la sabiduría de los egipcios” es trasladado de la corte real, a una montaña “‘detrás del desierto”, para apacentar un rebaño de ovejas y prepararse para el servicio de Dios.
Ver a un tal hombre, tan bien dotado e instruido, ser llamado a abandonar su alta posición para ir a hacer cosa tan insignificante y humilde, es incomprensible para el hombre, algo que humilla su orgullo y gloria hasta el polvo, manifestando a todos que las ventajas humanas tienen poco valor delante de Dios y que son consideradas como "estiércol” por Dios mismo y por los que han aprendido en su escuela. (Fil. 3.3-15; He. 11.23-27)
            Haga Dios que tú, querido lector, puedas cono­cer por tu propia experiencia lo que significa estar “detrás del desierto”, en ese lugar santo, donde la humana naturaleza es abajada hasta el polvo, y donde Dios es enaltecido. El tumulto aturdidor, la agitación y la confusión de Egipto, no penetran en ese lugar retirado; no se oye el ruido del mundo co­mercial o social; la tentación de la gloria mundana, desaparece; la adulación de los hombres no envane­ce, ni sus censuras desaniman, Allí el “YO” está estimado en su justo valor. “Despertaráme de mañana oído, para que oiga como los sabios” (Is. 50,4). Es necesario que el oído esté abierto y la lengua refrenada (Stg. 1.19), ciencia en la cual Moisés hizo grande progreso “detrás del desierto”.
Todo aquel que esté dispuesto a escoger “antes ser afligido con el pueblo de Dios, que gozar de como­didades temporales de pecado” (He. 11:23-27), puede aprender en la misma escuela.
“La santidad conviene a tu casa, oh Jehová” (Sal. 93.5). La santidad y la gracia son elementos que se hallan siempre, como sabemos, en todas las obras y revelaciones de Dios, caracterizándolas de una mane­ra especial; y así debieran caracterizar igualmente la vida de todos aquellos que, de una manera u otra, trabajan para el Señor. Todo siervo fiel es enviado desde la presencia inmediata de Dios (como lo fue Moisés), con toda la gracia y santidad que moran allí. Él es llamado a ser santo y lleno de gracia, para reflejar en el mundo ese doble rasgo del carácter de Dios, y para esto, no es solamente necesario que venga de su presencia, sino que permanezca en ella, permanezca en espíritu habitualmente en ella. Este es el verdadero secreto de un servicio eficaz; para poder trabajar PARA Dios exteriormente, es preciso estar CON ÉL interiormente, de otra manera el servicio será un fracaso.
Si perdemos esta santa disposición de espíritu, representada aquí por “los pies descalzos”, nuestro servicio será, bien pronto, insípido y sin provecho. No podemos servir a Cristo de una manera eficaz, sino en la medida que gozamos de Él. Cuando el cora­zón se ocupa de las perfecciones que nos atraen pode­rosamente hacia Él, nuestras manos le sirven de la manera más agradable a Él, y más digna de su nom­bre. De modo que nadie puede presentar a Cristo delante de las almas a menos que él mismo no se nutra de Cristo en lo íntimo de su ser.
Podrá, ciertamente, predicar un sermón, hacer un discurso, orar, escribir y cumplir desde el princi­pio al fin todos los actos exteriores de un siervo; pero con sólo esto no sirve a Cristo ni produce fruto para El.
El verdadero siervo debe ocuparse más del Maestro y de su gloria que de la obra que él mismo hace y de sus resultados.
     “Sed templados y velad” 1P. 5.8.
            “Detrás del desierto” es un aire muy saludable para todo siervo de Cristo. Fue en la soledad, de en medio de la zarza ardiendo, que salió el mensaje divino resonando en los oídos del servidor dispuesto: “Ven por tanto ahora, y enviarte he”; “Yo seré contigo”. Cuando Dios dice estas palabras al siervo, está abun­dantemente provisto de autoridad y de potencia di­vina. para ir a donde Dios Te envíe.
Contendor por la Fe, N°51-52, 1944.

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